Extrañeza, un poema de Eduardo Escalante | La Nota Latina

Extrañeza, un poema de Eduardo Escalante

No se necesita ser joven o viejo. Cualquier edad restaura. No son las generalizaciones las que mueven sino los momentos particulares. La serenidad nos dice: el tiempo se detiene, y luego reanuda su historia, he dejado de ser la misma. Se sigue viendo la luz por el orificio de la puerta, y se reciben esas vagas sensaciones que flotan fuera de la conciencia como los aromas de las plantas o el giro sexual de una abeja. Es el orden natural que absorbe, sigue prometiendo todo e incluso cumple su promesa cuando uno se ha vuelto viejo, aunque sea una invención de los años dentro de un universo, y aunque se disuelva, permite permanecer en el universo de uno.

IX

Recuerdo justo donde estábamos sentados

bajo la influencia del viento

viendo un insecto convirtiéndose en algo que no conocíamos

Es la extrañeza de lo cotidiano. No es fácil ver la luz atrapada en cien pliegues, en especial cuando hay catálogo de naufragios e inclinaciones, o se acumula la bruma. Es difícil escuchar cuando algo como música viene y no se distingue la brecha entre el sonido y el silencio. Es natural querer lugares tranquilos, donde la quietud crece, es natural querer los paisajes de Virgilio y no algunos de la Divina Comedia. Leyendo a Eliot aprendí que la vida tiene días en los que uno anda a tientas, entra en la grandiosidad de la noche, pero al mismo tiempo se preocupa por los tropezones. Colgamos el suspenso no más allá de lo necesario. El mundo cambia y no cambia, es y viene. Sin olvidar que lo más sagrado es lo que tenemos que “conservar”, nuestra amabilidad más allá del paraíso artificial de la razón, sin sucumbir al letargo, a la indiferencia. El regocijo, a menudo, surge de la nada, puede ser como el libreto de la «Lawrence de Arabia» o el segundo en el que te das cuenta de que están sentado en una roca que tiene escrito, aquí se sientan los esperanzados. Cada uno decide cuán lejos quiere ir, sabe o intuye desde donde no se puede volver. Los recuerdos tienen marcas, algunos se mantendrán robustos sobre las miradas del deseo ardoroso. Digo, aquí en este suelo, esta es mi ala, sus hebras conducen a la victoria, se deja salir el calor del interior.

Manejo hacia el oeste

hacia la cima más alta

contra la luz que se descolora

y bajo hacia el punto que habla

tiene su propio sol y luna

cristales que regulan

sus mareas y anhelos

creo en lo ganchos

eventualmente algo se atrapa

mi mente no permanece quieta en el centro

y no se siente incómoda

 

Miro a través de mis ojos un tiempo atrás, el panorama cargado, sereno, y casi ultravioleta con tanto testimonio. Tragaluces cepillados por plumaje de detalle, lo insólito y lo minúsculo, la medianoche anecdótica, temas del mar de carbono, tomate, guirnaldas de ajo coronando un episodio. Desde una roca la luz florece, ondulaciones se sueltan de sus rendijas tiran del caos, Como si fuesen sólo un suave sonido. Un manantial que no cesa. En la doble naturaleza de la luz, que contiene sus sombras, Algo se rompe, se libera de su propia prisión, ondea para dar un asombro y otra certeza. Es plausible que, para seguir armoniosamente, hay que desafiar la ley de la tierra que define lo bueno; o desafiar la ley de la tierra y de la gravedad al mismo tiempo. El truco es crear un mundo desde la nada, desde el asombro y no de lo ya secuestrado, se confiesa presencia, se abren los enfoques y se entra en complicidad con las cosas. Se sigue arando en el espacio otorgado y que nos rodea. Es hermoso cuando algo cambia, mientras que otra cosa sigue siendo lo mismo. Lidiamos con lo que se evapora, porque sabemos que parte eventualmente regresa. Me preparo bebiendo cerveza y escuchando Dire Straits – Sultans Of Swing.

Fragmento del libro inédito: “Parcialmente”.

 

Eduardo Escalante
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