Desde el lunes 4 de septiembre el nombre Irma saltó al estrellato. Considerado el huracán de categoría 5 más poderoso en la historia del Océano Atlántico Norte–registrando vientos sostenidos de 295 kilómetros por hora–Irma cruzó las islas del Caribe y el estado de la Florida como una aplanadora dejando destrucción y desolación.
Hasta ayer, el número de víctimas fatales ascendía a 55 y las secuelas del huracán contaban aproximadamente 15 millones de personas sin electricidad e incalculables daños materiales.
Cada año, entre agosto y septiembre, el Atlántico Norte experimenta el período más activo en la temporada de huracanes, la cual se repite todos los años entre el 1 de junio y el 30 de noviembre.
El pasado 9 de agosto, la agencia nacional de administración oceánica y atmosférica de Estados Unidos (National Oceanic and Atmospheric Administration) reportó en el pronóstico para 2017 un incremento del 60% en la actividad anual. Según el informe, en las primeras nueve semanas de la temporada, seis tormentas fueron nombradas, lo cual equivalía a la mitad del promedio registrado normalmente en seis meses.
Tan solo imaginarme a Colombia viviendo un desastre como éstos me dio dolor de cabeza. Por esa razón, me interesé en el tema e investigué sobre las posibilidades de huracanes en Suramérica.
Primero que todo, en el Océano Atlántico Sur este tipo de sistemas climatológicos no son denominados huracanes sino ciclones tropicales. Como dato curioso, los vientos de los ciclones tropicales giran en el sentido de las manecillas del reloj en comparación con los vientos de los huracanes del Atlántico Norte, los cuales giran, al contrario.
Los puertos de llegada para estos fenómenos se han ubicado especialmente en Venezuela, Colombia, Trinidad y Tobago, y desde 1588 solo 43 han sido reportados. Sin embargo, el 26 de marzo de 2004, el sureste de Brasil se convirtió en un puerto inusual cuando un huracán de categoría 1, llamado Catarina, llegó a tierra cobrando la vida de tres víctimas y destruyendo más de 40.000 propiedades. Los vientos sostenidos alcanzaron 120 kilómetros por hora.
La bitácora de este evento meteorológico contó con el testimonio de primera mano de la tripulación del Cheyenne, un catamarán que zarpó de Francia el 7 de febrero de 2004 con el objetivo de romper el récord de la vuelta al mundo en velero. Preparada para todo, la tripulación de esta embarcación jamás imaginó encontrarse con la formación de un huracán en las aguas de Brasil el 22 de marzo.
En un artículo publicado por el Observatorio de la NASA acerca del viaje del Cheyenne, el meteorólogo e investigador del Goddard Space Flight Center de la NASA, Marshall Shepherd, ofreció una explicación clara sobre la sorpresa del Catarina.
Según Shepherd, los huracanes requieren una mezcla perfecta de condiciones para su formación. Las aguas deben ser tibias, la variación de la velocidad del viento debe ser baja y debe existir un gatillo, como una tormenta eléctrica, la cual da inicio a la formación del sistema.
La velocidad del viento es determinante; si ésta se acelera muy rápido y cambia de altitud o de dirección, el huracán se deshace antes que pueda organizarse. Debido a que el Atlántico Sur se caracteriza por aguas frías, frecuentes cambios de velocidad del viento y ausencia de tormentas eléctricas, es un lugar inhóspito para los huracanes.
En conclusión, me alegra que mis compatriotas y países vecinos no sufran este tipo de desastre natural. ¡Dios sabe que abundan otros!
Los huracanes en la Florida ponen a prueba a sus residentes en todo sentido. Simples actividades como poner gasolina y comprar agua se convierten en campos de batalla, y los comerciantes agiotistas aprovechan la desesperación de la gente para cobrar “precio según el marrano” como dice el dicho, por productos de necesidad básica.
Por mi parte, nuestra casa sobrevivió de nuevo el chaparrón, esta vez conté con medicina para mantener a mis perritos drogados todo el tiempo y como todos los colegios cancelaron clases desde el jueves pasado, en mi caso, ¡esa fue la peor secuela del huracán!
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