“El tiempo es una sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”, revela Jorge Luis Borges. Cada uno ensaya su vida de algún modo a partir de impresiones y breves o profundas conmociones, y de la manera como el interior se manifiesta, más precisamente, se retrata, desplazándonos ya sea como mudos testigos o elevando la voz. Uno puede abrazar la brisa, el mar, el cielo abierto, un cuerpo; y, con ello, congela el tiempo, los minutos y las horas con las que enfrenta precisamente aquello, el paso del tiempo.
Ensayando la vida
Cada canción que escuché me dijo que esperara.
El pájaro parpadeando en el barro sucio
Era sólo una palabra varada.
Hizo mis latidos cardíacos desgarbados aturdidos
y teniendo lugar.
Me enredé en los ritmos que elegí,
seducido por golpes y lentejuelas. De tanto
doblar, todo se rompe y gimoteé ante
el cebo que colgaba sin aliento.
Ahora, después de tantos años, doy la vuelta
y veo el brillo a la deriva en mi estela
y mezclándose con la suciedad. Mis sueños sin luz
se empujan alto en el estante. Están envueltos y atados,
no puedo ver y contemplar el dolor,
y lo que me ataba al suelo.
Reuní puñados de cenizas, oscuros
como la tinta china,
los martillé en la médula y en este cráneo grueso,
suficiente para exorcizar la gentil maldición
de los sueños. Sí, apunté por misericordia,
pero vino solo cerca, como construir una jaula
alrededor del corazón.
Empujé el cuerpo para ser dejado
conmigo mismo. Necesitaba un lugar para abrazarme
hasta que cada hoja se sacudiera plateada.
Ya lo había hecho y era humano.
Prediqué, encogiéndome de hombros,
“Sentir, que veinte años no es nada”.
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