Me encantaría ver a esos especialistas en motivación hacer el ejercicio de vivir en Venezuela sin recursos, sin dinero (con cero dólares y solo en moneda local) y tratar de resolver la vida sin desesperarse, sin estresarse.
En estos días hablaba con una amiga querida y de solo tocar el tema de lo que vive el venezolano común, sentí como la piel se me erizaba ante la carga de angustia, estrés, temor, miedo y terror que sus palabras expresaban. Me quedé pensando en todo aquello que aprendí en talleres y charlas con motivadores y coach famosos, en tantos libros que leí buscando asumir una actitud más positiva ante la vida en aras de una mejor salud física, mental y hasta espiritual.
La energía va donde el pensamiento y crea una realidad. Y si el pensamiento está suscrito a una realidad avasallante, negativa y temerosa, ¿qué clase de realidad se estará creando? No se trata de ser insensible ante una realidad. Ni de tapar el sol con un dedo. Ni de voltear el rostro para otro lado. No hay forma de escapar si se vive en Venezuela.
Le escuché decir a una colega que ni quería dar los buenos días en Twitter porque leía los mensajes y lo que le provocaba era eso. Es verdad, si se es venezolano y se vive en un país cuyos días transcurren en una realidad que más bien humilla y atropella, quizás sea un acto de insensibilidad dar los buenos días, deseando que la pasen muy bien, cuando la gente está haciendo cola por los productos básicos o comprando a precio de oro un par de cosas con las que remediar la mesa, porque una alimentación saludable y equilibrada no se puede en estos momentos, no solo por la carestía sino por la irremediable escasez. O porque la gente esté muriendo por falta de medicinas.
¿Aún así se puede ser positivo o estar motivado? Soy de las que piensa que la realidad se la crea uno mismo, que uno decide cómo enfrentar la adversidad. Y si está en un estado mental al menos positivo o menos confrontado, sin darle poder al odio, la rabia y la anarquía, seguro puede ahorrarse el trago más amargo.
Si el país en sí vive el momento más crítico de su historia, seguro los coach de moda dirán que estamos ante el reto de salir adelante, que estamos pagando el karma, que nos merecemos los gobernantes que elegimos, que esto o lo otro. Argumentos sobrarán.
Me encantaría ver a esos especialistas en motivación hacer el ejercicio de vivir en Venezuela sin recursos, sin dinero (con cero dólares y solo en moneda local) y tratar de resolver la vida sin desesperarse, sin estresarse y con la dignidad de salir adelante no solo para sí mismos, sino para al menos un conjunto familiar. Quizás sea un reto, sería muy interesante ver la reacción y qué tal sería el aprendizaje y las lecciones que luego podrían compartir para Venezuela.
El acto de vivir a diario en un país en la peor crisis histórica de toda su historia invoca mucho más que un animarse ficticiamente. ¿Quién se anima soñando con la comida que no puede adquirir en el supermercado? ¿O añorando tiempos en que podía subsistir tranquilamente con el sueldo que devengaba? ¿O con saber que ese día comerá una sola vez o a medias porciones para estirar lo máximo?
Si uno lee en los medios de comunicación que una madre se suicidó por vergüenza y desespero ante la imposibilidad de mantener a su familia. ¿Se puede sentirse uno feliz o positivo ante el futuro? Seguramente el acto reflexivo será lo más consciente que uno pueda hacer.
Parte de ser positivos es también comprender al otro y mostrar empatía. Somos seres sociales, inmersos en una vida colectiva. Compartimos un destino común como ciudadanos. Aún así tenemos también el deber y la misión de mantenernos cuerdos, equilibrados y sanos en todos los aspectos, para seguir contribuyendo desde nuestras trincheras, cumpliendo con nuestra misión de vida como ciudadanos y como miembros también de nuestras propias familias.
En este momento tan oscuro que vive Venezuela, donde la muerte diaria de compatriotas raya en un nivel peligroso, donde la hambruna no es únicamente de comida o medicinas, porque como lo dijo Jesús, no solo de pan vive el hombre, hay que hacer el esfuerzo supremo e inmediato de no unirnos a la corriente de negatividad que reina sobre el país. Si todos caemos en esa espiral negativa y retorcida, que conjura lo peor de cada persona, centrada en la violencia y el odio, nada bueno saldrá de eso.
No se trata de ser “positivo iluso” por el simple acto de huir de una realidad. Así como cuando queremos algo determinado y enfocamos nuestra energía en lograrlo a pesar de los obstáculos, ponemos toda la atención en lo positivo, en lo que queremos y eso nos ayudó a conseguirlo, así mismo debemos centrar nuestra atención en lo positivo para dirigir nuestra energía a ayudar a nuestro país, a nuestros compatriotas a salir adelante y a transformar esta realidad a través de ser constructivos y más sanos en mente, sentimientos, cuerpo y alma.
Necesitamos darnos un descanso, callar nuestras mentes atormentadas y hasta hacer silencio. Sí, hacer mucho silencio y no hablar ni escribir en negativo.
Lo que expresamos, la palabra tiene poder, se convierte en realidad. Cuando hablamos, creamos. Entonces, el esfuerzo está en darnos ese espacio para reflexionar en qué clase de espiral queremos montarnos a diario, ¿en una oscura y descendiente que invoca la destrucción o la muerte o en una positiva, luminosa y esperanzadora?
Nos hemos olvidamos de Dios de muchas maneras. Sin importar la religión, el aspecto divino siempre nos soporta y no darle prioridad ni confiar en que seremos asistidos por el solo hecho de sintonizarnos con una energía superior, es la causa de los males que vivimos hoy.
Invocar lo positivo, aún si como venezolanos vivamos situaciones extremas, será lo mejor que podamos hacer por nosotros mismos. Seguir dando los buenos días, invocando la bendición para todos, seguir orando así se esté haciendo colas o no se consigan las medicinas, mantenernos lo más serenos posibles, abrirá una brecha en este mar de negatividad y oscuridad.
Es un ejercicio de sobrevivencia el ser positivos en estos momentos. Tenemos un gran reto ante la vida misma. Por algo los sabios lo han dicho desde siempre: la esperanza es lo último que se pierde. Los cambios vendrán cuando tengamos más fe, más amor, más perdón, más comprensión y más responsabilidad frente a nuestros propios actos.
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