Recuerdo aquella tarde, pálidos los minutos, transcurrían con la cabeza abajo, no sabía que no sabía. Era joven y el resultado de una educación que no educa. Desconocía la vida y sus misterios; mi curiosidad estaba de pie, esa tarde llovían preguntas, mientras la duda de cuerpo entero cabalgaba cerca.
Perdía la batalla, el error estaba ahí, no todos los ríos van al mar, este llegó y se fundió con el océano. Cabalgaron los meses, la circunstancia cambió, el llanto era admirable, la vida, comenzaba de nuevo.
Entonces ella me dijo: irás con reverencia al altar de tu cuerpo, es zona sagrada porque allí se origina la vida. El amor es el idioma; el deseo, es solo dialecto provisional e insuficiente, es impulso fugaz, incluso el enamoramiento es fuego artificial de poca duración.
El amor es un árbol que crece lento. Quien crece rápido es el arbusto del enamoramiento, de raíz poca profunda y caducidad cercana. El árbol del amor posee un ritmo lento, porque necesita profundizar su raíz, hasta llegar al punto de la incondicionalidad. El árbol del amor, en su especie incondicional, rápidamente se convierte en parte de la misión de cada uno, porque tiene a flor de corteza, una intensa sensibilidad que le permite darse cuenta de los secretos de la vida.
Y ella me dijo: deja que el amor se haga cargo de ti, que habite en tus células, que pueble tus otros cuerpos, que dirija tu vida. El amor crece poco a poco, colecciona recuerdos hermosos, guarda primaveras por la mañana, estalla en verano al medio día, explora nuevos límites por la tarde y a la hora vespertina deja que la magia tranquilice a la razón, porque solo el amor entiende de locuras y otras sensaciones inefables.
Por la noche, recuenta recuerdos y aprendizajes, los pone en orden de importancia y con el agradecimiento de todo lo vivido, despide el día para siempre, sabiendo que no volverá más. El amor en pareja, es un camino iniciático, es un viaje conjunto, es el testimonio de la luz multiplicada y la tristeza reciclada, es la inauguración del capullo de esperanza y el sudor compartido, es pintar de color sagrado lo cotidiano y disipar la niebla de la incomprensión y reconocerse, es sentirse y extrañarse, es habitar conscientes que solo el amor legitima la union.
El amor pinta color sublime la convivencia; da un buenos días con un arcoíris y se despide con millones de estrellas, para retornar al día siguiente, con un te amo, envuelto en misterio y esperanza. Ella también me dijo: trae todo tu amor, tu inocencia completa, tu memoria selectiva, solo quiero que guardes buenos recuerdos, que con el tiempo se conviertan en joyas; trae tu disponibilidad en buen estado físico, para que la convivencia en el corazón, encienda flores y florezca sirios y que escuchar al otro no incluya lágrimas y cuando lleguen los problemas, buscar juntos los caminos, las salidas a nuevos desafíos que fortalecerán la conexión, si el amor es el único anfitrión.
Lo sexual pertenece al ámbito de la magia, donde el ritual se inicia con la caricia que desparramará ternura digital, después de haber arrojado al miedo por la ventana. Hacer el amor es permitir que el amor te haga, es saborear cada momento al punto de convertir cada verso en movimiento, cada movimiento en caricia, cada caricia en energía luminosa, donde nazcan nuevas estrellas.
La pareja, la sanadora, disuelve las huellas de infelicidad que otros dejaron, clausura oscuridades y llena de amor las sombras. Conserva cada uno, un puñado de soledad y transporta en la valija principal cuidadosamente acomodados: nostalgia, deseo, amor, alegría y creatividad. En pareja sanan heridas al encarnar el amor transparente y una sexualidad hecha magia que ritualiza el encuentro. Eleva a categoría de sagrado lo cotidiano, sabe que estar juntos es compromiso de vuelo y crecimiento. Ellos saben que estarán juntos mientras el eco del amor reverbere en el ambiente, ese amor que posee nombre, sudor y esperanza, y algunas palabras con categoría de silencio.
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