En mi maleta no cabía más tolerancia, ni amor ¿y en la tuya? | La Nota Latina

En mi maleta no cabía más tolerancia, ni amor ¿y en la tuya?

Todos los que decidimos emigrar nos enfrentamos a una enorme encrucijada: ¿Cómo empaco mi vida? La respuesta no es fácil de conseguir, pero quizás entre todos podamos discernir qué cosas dejar en nuestra tierra de origen y qué llevarnos a nuestro nuevo hogar.

Desde hace unos años, escuchar o leer la frase «despidiéndome de mi familia», se ha vuelto un plan cotidiano y más aún, oír esas historias de ascensor y de programas de tv amarillistas de cómo una familia se divide en tres partes para poder tener un mejor porvenir.

Casualmente, mi vida estas últimas tres semanas, se convirtió en uno de esos programas, tres familias muy cercanas me han narrado su pesar y confusión al abrir la maleta sobre la cama y empaquetar toda una vida llena de recuerdos, de experiencias, de sentimientos y de afectos.

Los auriculares de mi teléfono celular sirvieron de sostén de cuerpos agotados, cansados de luchar contra los dictámenes de un régimen que, pareciera, viviera en el universo que está un poco más allá de Wonderland, el país de Alicia.

Ese mismo teléfono ha sido el confesionario de personas que han vaciado su dolor, impotencia e ira al ver como un grupo sigue de manera procesional los ideales y las utopías de un “proceso” que se desvirtuó, que terminó desfigurándose minutos después que su líder se pusiera en la muñeca izquierda su primer reloj Rolex .

Hoy, ese auricular es el sostén de diversas familias que se encuentran frente a un armario repleto de ropa, de recuerdos, de sentimientos, de anécdotas, de fotografías y de valores que no saben cómo empaquetar en cajas para ahorrar espacio.

La situación, aunque parezca muy bizarra, es real y complicada, sobre todo cuando decides llevarte contigo lo mejor de una tierra, de una cultura y de una idiosincrasia, de lo que te ha dado lo mejor de sí.

Quizás en esa maleta no quepan más que unos cuantos pantalones y los zapatos más nuevos y cómodos para empezar a caminar por senderos desconocidos y completamente extraños, tampoco debería caber todo el sentimiento que tenemos en el corazón.

Desde mi humilde experiencia, los invito a no solo llevar, sino a dejar en Venezuela un poco de tolerancia, esa que nos ha caracterizado siempre, esa que nos dio a conocer como un país en el cual podían convivir diversas corrientes políticas, diversas religiones y sentarse en una mesa a comer y brindar, cada uno desde su espacio y su perspectiva.

Una mesa como las servidas por mi añorada amiga, esa gran dama venezolana, Maruja Beracasa Benzecry, a quien recuerdo organizando sus fiestas navideñas y sentando en un mismo sofá a los políticos más preparados, las mises más hermosas, y brindar con un buen champagne por el nacimiento del Niño Jesús, siendo ella descendiente de judíos. Eso, para mí, es tolerancia y respeto, algo que debería quedarse en los luchadores de la calle, en los ciudadanos de a pie, los que siguen y seguirán en Venezuela, esos que deben ser capaces de aceptar las diferencias y abrazar la hermandad.

Recuerdo que en mi bolso de mano, el que decidí cargar en mi viaje como inmigrante venezolano, el que atesoro por ser un regalo de navidad de mi padre, en ese bolso, no cabían más que 10 kilogramos de amor. Así fue como dejé el resto a mis hermanos, a mis primos, a mis amigos, esos que viajan en el metro o en sus vehículos cada día, encomendados a Dios y esforzándose por aportar genuinamente un minúsculo, pero significativo grano de lucha por rescatar la Venezuela que sólo podía sentirse enardecida en las barras de un juego de béisbol o en las gradas del Poliedro de Caracas.

Toda mi constancia no entró en las pesadas maletas que traje conmigo a España, por eso decidí dejarle un poco a mis vecinos, a mis compañeros de trabajo y de estudio. Porque ellos también necesitan un poco más de fuerza para levantarse cada mañana y sonreír para un selfie, mirando de reojo para no ser víctimas del hampa.

En mi estuche de artículos de baño no se derramó ni una gota de aliento porque consideré oportuno dejarle a mis compatriotas ese aire que necesitan cada vez que hacen un tour para conseguir leche, pañales, desodorantes y harina pan.

Finalmente, en mi mano derecha me traje mis valores, esos que me han inculcado mis padres y mi tan querido abuelito “Totón” –ese ser que añoro cada día como si fuera ayer que lo vi cerrar sus ojos–. No obstante, le dejé a mis primitos un puñado de honestidad, de sensatez, de nobleza, para que sean ellos los que crezcan con la idea y la certeza de que cuando obras correctamente todo sale bien.

Con esta sencilla reflexión no pretendo empequeñecer la tristeza y el cúmulo de emociones que sienten los venezolanos que deciden emigrar a otros países, mas sí busco ayudarlos a organizar su maleta, para que no dejen en su país solamente añoranzas, ropa vieja y desgastada o fotografías en blanco y negro, sino que dejen todo un equipo de valores que seguramente servirán para construir un mejor porvenir.

Un futuro que hoy se abre ante sus ojos en otro lugar del globo terráqueo, pero que para ellos se sigue abriendo con el sonar de la alarma matutina, bajo el sol del país de las cachapas, del sabor del jugo de lechoza y el rocío que deja la noche apabullante de nuestro ya casi desolado, pero jamás olvidado país.

Los quiero invitar a dejar en Venezuela aquello que les sirvió para llegar hoy al lugar donde están y les aseguro que eso será suficiente para que nuestros afectos sigan abriendo las ventanas de la esperanza.

José Tadeo Bravo Socorro

Jose Bravo
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4 comentarios sobre «En mi maleta no cabía más tolerancia, ni amor ¿y en la tuya?»

  1. Así es, los que tenga la oportunidad de salir del país deben dejar acá también el orgullo, no tenemos cultura de emigrar y eso nos afecta a donde llegamos, ojalá algún día Venezuela sea de nuevo un país de hermanos, sin odio, lamentablemente no creo que se curen las heridas en mucho tiempo, hablando de cuando se acabe esta pesadilla.

  2. Que bella reflexion nos escribe un primo que emprendio un sueño cuando observo q profesionalmente no podia crecer mas en ntro pais, ya no habia tolerancia o como dice ntro primo Duglas Bravo ya no hay Amor, porq hemos perdido la comprension y la ilusion , es dificil no llevarse en esa maleta a nuestros seres queridos, pero cuando lees reportes como este de un digno Venezolano que se atrevio a pasar fronteras por cumplir un sueño sin olvidar sus valores, su esencia Venezolana, te das cuenta que si vale la pena enfrentar la dureza de irte de tu Pais, con la fe en Dios, que es el unico que guia nuestros caminos, asi que luchen por alcanzar sus sueños y sus ideales. te Quiero tade

  3. Gran artículo que refleja la cruda realidad de los que deciden migrar de Venezuela a otro país! En lo personal tengo la firme esperanza que todo esto pueda cambiar, para que tod@s aquell@s que cargaron su maleta de amor, regresan con las misma maleta y además llenos de esperanza para que juntos podamos construir un mejor país! Felicitaciones al autor por este escrito, esperamos seguir disfrutando de su buena pluma. Saludos desde Venezuela…

  4. Con orgullo leí este artículo, escrito por el mejor y más valiente amigo de todos, frente tres queridos compañeros de trabajo: un chavista que aún cree en este sistema, uno que ya no tolera el sistema y que está gestionando todo para emigrar, y otro devorado por el miedo y con muchas ganas de huir del país. Venezuela está lleno de contradicciones y desastres, y este aporte amigo querido, es sano compartirlo.

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