El sonido de garras en la superficie metálica de una cacerola y el grito de Olimpia me despertaron ese día. Rápido corrí a la cocina y no podría creer lo que estaba ante mis ojos. En la olla con agua hirviendo, unos desesperados cangrejos intentaban salir a toda costa. Uno logró escaparse de tan angustiante muerte y con sus tenazas levantadas desafiaba a nuestra querida señora que intentaba, con una pinza, devolverlo a su tortura.
De esta actitud de pelear hasta morir y de no acomodarse de los cangrejos no encontré referencia, solo mi propia experiencia y que recordé al leer sobre el síndrome de la rana hervida, basada en un cuento del libro La rana que no sabía que estaba hervida y otras lecciones de vida, del escritor y filósofo franco-suizo Oliver Clerc. La analogía se usa para describir el fenómeno ocurrido cuando, ante un problema que es lento, sus daños pueden percibirse a largo plazo o no detectarlo. Muchas veces, nuestra falta de conciencia genera que no tengamos reacciones inmediatas y estas sean tan tardías como para evitar revertir los daños hechos. Si reflexionamos, te darás cuenta de que esta es una circunstancia que se produce a menudo en nuestro diario vivir. Creo que todos hemos sufrido de este síndrome tan peculiar.
Camparé los comportamientos del crustáceo y el anfibio. A la rana, si lo pones en una olla con agua fría y la llevas al fuego, permanece dentro y continúa adaptándose al aumento de temperatura. La rana está hecha para saltar, el cangrejo no, al contrario, camina hacia atrás, pero fíjense en lo interesante. Lo que en realidad mató a la rana fue su incapacidad para decidir saltar. El cangrejo, en cambio, quiso salir desde que se sintió atrapado en la olla.
A veces retrocedemos para avanzar y otras, por comodidad, no saber decir No a tiempo, pensamos en que dirán, no abandonamos, por ejemplo, un lugar, un amigo fastidioso para nuestra alma, una relación tóxica, un socio que no es afín con tu visión, propósito y compromiso. Las decisiones importantes las vamos “dejando para después” esperando ese momento oportuno que, muchas veces, nunca llega. Nos quedamos en nuestra “zona de confort”, nos acostumbramos al “agua caliente”, nos adaptamos y nos engañamos a nosotros mismos porque creamos una situación acogedora que nos es real y no escapamos de lo que nos lacera nuestra alma.
La vida es un reto que enfrentamos a diario, es nuestra responsabilidad buscar siempre lo mejor en todos los aspectos y lo que nos haga felices, a eso vinimos a este mundo. Así que si muchas cosas “te calientan” y no reaccionas, corres el riesgo de irte muriendo por dentro. No esperes sentirte acorralado ni con falta de energía suficiente para saltar. Es necesario controlar a tiempo la situación porque el esfuerzo que harás será tan grande que al final terminaremos hervidos como la rana.
¿Te identificaste con la rana o con el cangrejo?
En la Biblia, ese libro al que siempre hacemos referencia, existen ejemplos concretos cuando nos acomodamos y vemos que Dios llama para usar a una persona, la invita a salir de su comodidad. A Noé lo llamó para construir un arca (Génesis 6) y luego fue hecho heredero de la justicia por la fe “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1)
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