El Viaje | La Nota Latina

El Viaje

Mis perritos Rusty y Sasha tuvieron “el viaje de su vida” el jueves pasado. Debido a que los perros se estresan mucho durante las limpiezas de los dientes es necesario anestesiarlos, y la verdad yo no los culpo. Cuando yo voy al dentista, siempre pido el gas relajante—o gas de la risa que llaman en Estados Unidos—porque de lo contrario ¡yo también mordería a la higienista!

Cuando recogí a mis bebés a las cuatro de la tarde, todavía estaban drogados, sobre todo Rusty. Los caminé alrededor de la clínica veterinaria para que tomaran aire y luego nos fuimos para la casa.

“Luego de tomar agua, empezaron a caminar sin rumbo hasta que se quedaron parados, mirando fijamente una de las paredes de la sala y moviéndose como el péndulo de un reloj. Unas horas después, Sasha ya estaba como si nada hubiera pasado, mientras Rusty no podía ni caminar en línea recta. ¡Gracias a Dios los perros no conducen, porque de seguro él habría perdido la prueba en el retén de la policía!”

Ver a mis pobres perritos recuperarse de su experiencia sicotrópica me hizo pensar que, igual que los animales, los humanos reaccionamos diferente al efecto de la anestesia. Por ejemplo, yo soy una paciente silenciosa y obediente—¡quién creyera! —mientras que mi esposo y mi hijo podrían ser casos de investigación médica.

En marzo del año pasado, a mi hijo le hicieron la cirugía de insertar unos tubitos de ventilación en los oídos, luego de una larga serie de infecciones. El procedimiento duró solo media hora, pero cuando se despertó, parecía que hubiera estado en una lucha intergaláctica con la Liga de la Justicia y todos sus villanos.

Con los ojos aún cerrados, hablaba y lloraba sin sentido, y pateaba y daba cabezazos como un potrillo salvaje. La enfermera me aconsejó que me acostara con él en la camilla y lo abrazara para evitar que se lastimara con las barandas. Así que lo enrollé con mis brazos y piernas como un pulpo agarra su presa.

“Aunque las enfermeras me aseguraron que su reacción era completamente normal, yo estaba aterrorizada. Ellas me explicaron que la anestesia en los niños pequeños causa desorientación y confusión. De hecho, me dijeron que la reacción de mi hijo fue muy leve en comparación con otros niños que se agarran a golpes, muerden o empiezan a gritar obscenidades como rapero de calle. Una de las enfermeras se subió una de las mangas y me mostró una cicatriz, casi desvanecida, de lo que parecía un óvalo y me dijo, “Era un angelito de solo dos años, con ojos azules y rizos dorados, pero cuando se despertó de la anestesia, se transformó en una piraña del Amazonas”.

Ahora, mi esposo es otra cosa. En lugar de ser violento, él se transforma en un comediante de Sábado Gigante. El mejor ejemplo de su talento secreto fue hace seis años durante un examen urológico. Cuando se despertó del procedimiento, empezó a gritar a cuello herido—en inglés y en español– “¡Mis pelotas están en fuego!”

Luego, empezó a recordar sus años de fiesta en la Universidad Bowling Green de Ohio y siguió gritando, “¡Esta hierba está buenísima. Hace rato no me sentía así y gratis, wooohooo!”.

Quería que la tierra me tragara y entre risas y vergüenza, traté de taparle la boca con las manos. El enfermero de turno tenía los ojos encharcados de la risa y lo único que pudo hacer fue cerrar la cortina del área de recuperación. Sin embargo, el techo estaba abierto y el eco hizo que el show le llegara a los demás pacientes y médicos del edificio.

El cerebro humano es un misterio y la anestesia abre las puertas de la actividad subconsciente y de los múltiples niveles de la conciencia. Ni mi marido ni mi hijo se acuerdan de todas las locuras que dijeron o hicieron, pero yo sí, y hasta tomé notas para comprobarlo.

Lo único que espero es que yo no tenga que ponerme bajo el bisturí en un futuro cercano—a menos que mi vanidad pueda más—pues a medida que pasan los años, he perdido el filtro de la prudencia y solo Dios sabe lo que podría decir cuando esté en uno de esos “viajes”.

Gracias por leer y compartir.

 

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Xiomara Spadafora
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