El último viaje de la ballena | La Nota Latina

El último viaje de la ballena

Anna Müller
Anna Müller

La intensidad del sol iba menguando en Los Cocoteros. Julio Rafael Rodríguez, cuidador de la casa de playa que reina solitaria en esos parajes costeros de la Península de Macanao, al sur-occidente de la Isla de Margarita, Venezuela, se dispuso a preparar el tardío almuerzo: unos pescados fritos y arepas asadas, éstas últimas para compartir con Chiquito, el perro criollo que a esa hora, las cuatro de la tarde, ya daba muestras de estar hambriento.

Para quitarse la presión del can, lo mandó a la playa como tantas otras veces, a lo que Chiquito accedió, enfilando hacia la orilla, a unos 70 metros de la vivienda. Sorpresivamente, pocos minutos después regresó con paso febril y sin dejar de ladrar entró a la cocina, presa de una gran excitación.

– ¡Guah! qué le pasa a este perro, pensaba yo. No paraba de ladrar. Me miraba a mí y miraba hacia la playa. Con el hocico me jalaba el pantalón, daba vueltas como loco. Saqué la sartén de la hornilla y miré hacia el mar. Fue cuando vi un chorro de agua que subía. ¡Guah! qué será. Bajé rápidamente hasta la playa.

Fue entonces cuando quedó clara la razón del inusual comportamiento de su mascota: había descubierto una ballena varada.

Hacia el final de la tarde de ese 3 de diciembre de 2013 soplaba una brisa fresca en playa La Aurelita cuando los biólogos marinos del ministerio del Ambiente, habiendo sido notificados de manera expedita, iniciaron el protocolo para identificar al animal como un ejemplar macho de la especie Balaenoptera physalus, con un peso aproximado de 60 toneladas, un cuerpo de 19,3 metros de longitud y 1,5 de ancho.

Los datos dieron cuenta de una criatura en su etapa terminal que vivió a lo largo de unos 60 años, recorriendo inmensas rutas migratorias entre las aguas polares y templadas del Atlántico Norte y las más cálidas del Mar Caribe. Después de la ballena azul, es la especie de mayor tamaño en el mundo animal.

playa La Aurelita
playa La Aurelita

-Era un ejemplar viejo que en vez de morir en el mar vino a morir a la costa – dice Luis Bermúdez, coordinador de Conservación del organismo ambiental -. Cuando ya no está apta para procrear ni tiene la velocidad de nado suficiente para mantenerse unida al grupo, la ballena se convierte en un estorbo, y es cuando inicia su viaje en solitario. Su piel requemada es una historia de vida y evidencia las vicisitudes a las que se enfrentó en el periodo final de su existencia cuando la debilidad imposibilita la adecuada defensa. Había mordidas de tiburones, de delfines, picoteos de aves. Unas ya cicatrizadas, otras más recientes.

Ni su cuerpo de mastodonte marino ni el logro de haber sobrevivido durante décadas a extenuantes luchas contra los elementos, donde el hombre ostenta el despreciable título de principal enemigo, lo salvaron de la inexorable ley de la naturaleza.

Karla Mendoza, otra guardiana de la casa de Los Cocoteros, recuerda el varamiento del enorme mamífero marino como un acontecimiento que atrajo a cientos de residentes de la península y de otros sectores de Margarita, grandes y chicos.

– Fue increíble ver a esa enorme ballena respirando y resoplando. Algunos niños, tan inconscientes, hasta se subieron en ella. Fue increíble pero también muy triste y conmovedor… recuerdo bien su gemido – dice Karla -. Era un gemido profundo, desgarrador, como el de una persona cuando se queja de dolor.

Agrega Luis Bermúdez que al varar, el animal aún movía la cola y tenía cierto poder en el soplido, pero su frecuencia respiratoria estaba muy por debajo de lo normal en esta especie.

-Una ballena en estado normal hace un soplido cada 30 a 45 segundos. Durante su última noche, el rorcual resoplaba cada 5 segundos, lo que indica que padecía un alto estrés – explica Bermúdez -. Cuando estos mamíferos marinos llegan a la orilla desaparece la flotabilidad que les da el agua. Su propio peso produce una enorme presión sobre el diafragma y los pulmones, lo cual les impide respirar y los conduce poco a poco hacia la muerte.

En su recorrido postrero a la isla se fueron extinguiendo las fuerzas para alimentarse. La desnutrición se pudo constatar al observar su debilitado cuerpo donde las costillas se marcaban ante la pérdida de músculo. La deshidratación se evidenció al arrancar piel con tan solo pasar la mano por su masa corpórea. Para los biólogos estuvo claro: un cuadro de síntomas que presagiaba el ocaso de este mamífero marino.

Amanece el 4 de diciembre. El calor acelera el final. Desde la noche anterior, el cuerpo de la ballena de aleta está emanando grasa, lo que indica que se está descomponiendo en vida.

-Cuando llegamos en la mañana del miércoles, ya sabíamos que a la ballena le quedaba poco tiempo – dice Bermúdez -. Cerca del mediodía, el fuerte golpeteo de la cola contra la arena y los violentos movimientos ascendentes de la cabeza nos indicaron que el animal era acicateado por un dolor muy fuerte. Estaba sufriendo un paro cardio-pulmonar.

Hora aproximada de muerte del rorcual común: 11:30 de la mañana. De acuerdo a los registros que posee el organismo ambiental, es la ballena más grande que ha varado en costas venezolanas en los últimos veinte años.

 Anna Müller

@mullera66

Anna Müller
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