Una pesadilla hacia el sueño americano | La Nota Latina

Una pesadilla hacia el sueño americano

papelesElla, con su cartera de día abrumado y pantalones medio pecadores, caminó. Llevaba un cielo y quizás un café metido allí… entre tantos papeles. Siempre papeles, facturas, recibos, números de teléfono, bills, tarjetas de metrocard, notas, apuntes, cositas y una ciudad ambulante habitando en su mundo. Hoy le tocaba sonreír, como todo lo que debió aprender, llevando su aprendizaje en la costura de la piel. Hoy le tocó sacar esos papeles que no entendía, pero que le pertenecían, llevaban su nombre, por lo tanto, respiraban su herencia de problemas. Para ella ya esto de andar corriendo por las mañanas en busca del sol se había vuelto cotidiano. Levantarse, cepillarse, acostarse. La cadera le dolía en un silencio nocturno y quejarse ya estaba de más. Siempre me pregunté cómo la habría hecho, ¿cómo? Si los días pesan tanto y para ella las libras de un nuevo amanecer it was just an ordinary thing, a vivid experience.

The pants no le tocaban el piso, y como es de contextura pequeña, ya esto era un triunfo. Los pantalones se secretean vainas mientras cruzamos por los pasillos llenos de sucio, miedo, y un cuchillo de sombras. El rayo de luz le había quitado el sostén y enseñó su piel morena a los edificios comunes. Ya el viento se había desayunado de mangú con salami. Ella por otro lado, no parecía nerviosa: el procedimiento iba a ser igual con su inglés machucado o no. Lo tenía muy claro entre su cabeza y cartera. Se conformó con hacer chistes de madre en apuros, yo me reí para tragarme el susto y un inglés que me salía chispeado como luz en deuda por los dientes. En cambio, ella se sacudió el ojo izquierdo, tantas risas, tanto retrato de ella con sus pecas dominicanas que no escondió con polvo. Se me ocurrió acomodarla en la balada del brazo, y cónchale, ¡qué goza’ dí!

En estos tiempos se ha conformado con reír y hacer cuentos al revés con la visita. Nunca tomó clases de humor, pero puede hacer su propia stand up comedy  en la tarima de la sala. Ahora se le ha dado por ser ella. Se ha vuelto maga en desaparecer malestares y ruidos de ratones caminando in the kitchen. Se le ha dado por reducir el estrés dándole mente a na’ y dándole mente a tó. Se ha vuelto experta en exprimir su ansiedad y quedarse con su uniforme puesto al fin del día. Le ha dado por sembrar caña en su aliento y ponerle alas a sus sueños que no dan con la lotería. Se ha cansado y lo ha superado. Se ha vuelto un sueño americano con callos en las manos y algarabía en los huesos. Por las noches veo su silencio cuidadosamente y mientras el velo de estos apartamentos van reduciendo su malicia, ella se pone su bata de colores. Ahí está, ahí está respirándose ella misma.

Pero esa mañana, se abrazó, y miró hacia arriba agradeciendo a las alturas por tener a alguien, más de una, que la acompañase el resto de sus días. Qué bien se siente verla en sus aguas, entre sus merengues de las chicas del can y las pestañas largas. No decidí ir, los pies se movían solos hacia ella, sin que su corazón de guerrera me lo pidiera.

doctorLa acompañé al lugar donde las camillas y las sillas de ruedas rodaban sucesivamente descalzas. Entramos, y lo primero que  nos preguntaron fue sobre más papeles y documentos arrugados. Ella entendió su pedido. Agradeció que esto no era una aduana, ni un consultorio para una visa, y se alegró al saber que el eco de su hija iba a responder con un inglés decente si se quedaba en shock.

We walked, recordando la última vez que estuvimos allí. Subimos al segundo piso donde una mujer con el cabello corto y risueño nos entregó una bata usada. Nos sonrió y a ella se le ocurrió hacer un chiste en su idioma. La doña sonrió sin entender, entendiendo el sentir. Ahí, en ese instante comprendí que los nervios se traspasaban, como una enfermedad sin disciplina.

Nos sentaron en una habitación grande dividida por cortinas marrones. Un hombre con una mascarilla azul nos saludó y le preguntó si tenía dentadura de metal o algunos hierros en el cuerpo. Tampoco tengo alergias, pero sí tengo la presión alta —respondió. Y él se perdió buscando la computadora que estaba colocada al frente de él, buscándole el paso. Le comenzó a doler la cabeza, empezó a sentirse mareada y me dijo que no quería que alguien que no sabe dónde están sus pantalones le ayudara con la enfermedad. Cójala suave— le dije. Luego hicimos chistes al revés hasta que ya no lo eran. Una fila de papeles llegó pidiendo su firma. Ella, ya estaba resignada.

Entre la espera la colocaron en una silla con aros. Sujetó mi mano, y como se había hecho experta en el aguante, ya sabía lo que tenía que decir y que  hacer  sin haberlo practicado nunca. Vi su figura alejarse con su sombra. Y el ruido de su aroma desfiló echando flores y renta sin pagar. Así la recordé.

Pero me quedé. Me quedé contando las horas y analizando mi hambre, la espera y qué sé yo. Pensé en sus manos, en el suero bailando en sus venas, en los otros que llegaban desde lejos y en aquellos con una tempestad de tiempo y vainas para llegar. Las horas se comieron sus minutos con sus mitos, y la humedad entraba por la sala de espera en pleno abril. Recosté el hombro en el espinal de una silla verde, pensando, y ahorrando la dicha de saber que saldría y estaría ansiosa de verme entera esperándola, entre los papeleos mal traducidos, retratos de tiempos nostálgicos, de números que nunca iba a marcar, de recibos contados, facturas de aliento, de cositas, cosotas, un mundo, una isla, un planeta entre su cartera, y sonreiremos haciendo un cuento de nuevo, pares y al revés que en su debido momento nos harán pasar un mal rato, o una pesadilla hacia el sueño americano.

Fior E. Plasencia
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