En dos días devoré la historia de Squid Game o Juego de Calamar de Netflix, esta serie coreana que está en el centro de la escena actual del streaming. Con un poco de fascinación y también de entrecerrar los ojos para no impresionarme tanto, fui espectadora de lo que los jugadores eligen atravesar para ganar un premio millonario. Una vez más, el dinero descolocándolo todo. Esta vez, contaminando lo más invariable que tenemos: la esencia lúdica de la ninez que nos constituye como adultos posteriormente.
Se supone que los participantes convocados a ‘jugar’ en esta historia son aquellos desesperados por las deudas, haciéndose impensado el rechazo de la propuesta y el trofeo que terminaría con todos sus pesares. Para ello, deben medirse con diferentes dinámicas grupales y una lógica un poco alterada de juegos infantiles coreanos.
En mi sillón nuevo y comiendo pochoclo olvido que son apostadores -por ese motivo llegan allí, y tan sólo me quedo observando la competencia feroz de una sociedad que condena la media, el promedio, la doña Rosa y el Roberto. Hay que sobresalir para sobrevivir. Hay que vencer. Si no lo logras, no retornas derrotado a casa. Si no lo logras, caput.
La storyline no se caracteriza por ser distintivamente original, hubo producciones previas con fórmulas similares… lo que considero que genera estupor es la sucesión de eventos violentos bajo una gama de colores, dibujos y pasatiempos puramente infantiles.
Mientras espero que empiece el próximo capítulo me pierdo pensando en Emilia y sus miles de camisas blancas. Emilia es una de mis pacientes coreanas que volvió a instalarse en su país de origen hace más de un año ya – aunque igual me pregunta cómo tomo el mate -amargo y con jengibre, respondo sin dudar.
Estudiada y con varios idiomas en su haber, nació en Corea y a sus primeros años emigró a Argentina. Hace poco se mudó a Seúl y se instaló en casa de su padre mientras se adaptó en este jetlag cultural y aguardó su próximo paso. Sesión a sesión luchó con buscarse un lugar en esta mentalidad que es muy suya pero ajena al mismo tiempo. Relató la exigencia a la cual se someten y también destacó ‘todo lo que funciona bien’.
Sin embargo, Emilia no compite ni mata a nadie para ganarse. Lucha contra si misma cada día, impulsada por una idea de no defraudar que raya con la obsesión. Se cuestiona, se condena, se arrincona y a veces se olvida de vivir un poquito.
En diez días se irá a República Dominicana con una nueva oferta laboral. Sin pagarés, traiciones ni juegos tergiversados. Quizás en un contexto diferente y con el calor de la arena en sus dedos gordos pueda reencontrarse con ella misma.
Tiene mucho que hablar con su Superyó coreano.
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