Tal vez necesitemos una vuelta a lo salvaje como nuestro vínculo con las estrellas para tener compasión por las miserias de la humanidad e inspirarnos en las pasiones subliminales del alma humana. Entonces, empezar con un salto, porque el caos puede ser el dios de una era que puede darnos vuelta los párpados. No olvidar, nos aferramos a nuestros fragmentos; mirados desde el cielo emergen, en algún momento caen, y cremados o enterrados, entonces, se disuelven en algo otro.
El arte es incurable
El alma intempestiva nos sostiene,
ansiosa por una forma más allá del árbitro hereditario
de las costumbres.
La vigilia de la luz,
en invierno, algo traerá de la nada
y tocará a tu hombro,
devuélvele con los ojos de tu alma.
Esto regula la serenata de nuestras ondulaciones
interpretados con una guitarra azul,
no solamente blanco y negro,
también fósforo y naranja,
flores acarameladas.
Los golpes de luz de los gongs marcan los tiempos,
no necesariamente lo hace el reloj.
Si colocas un cristal bajo el agua de mar,
éste remará con la luz del sol en la profundidad.
Parte tótem, parte nube, parte cráneo, parte liturgia,
generan el aire reciclado del índice de lo que construyes.
La abeja gira girando y marca el sendero de las flores
en el camino hacia una línea de fragancia,
una hormiga acurrucada en su mordida tan a fondo,
acumula calor para veintiséis mil,
entonces, mi pulgar levantándose.
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