“Se nos viene la noche y nos invaden por la frontera Sur”, grita apocalíptico el payaso y el corso se echa a girar frenético. Odio, diferencias, ellos y nosotros, los que se quedan y los que se van. Donald Trump es un pirómano de siete suelas. Juega con el fuego sagrado de la humanidad, él piensa que todos tienen un precio, algunos se venden por poco, otros, u otras, como fue el caso de mi estrepitosa compatriota, se regalan o pagan porque las ocupen, pero no, algunos se cotizan en principios de decoro y no entran en esa subasta ni por curiosidad. Allí esta su estandarte en un lugar a donde las alharacas maniqueas de Donald nunca llegaran.
La carne de cañón siempre está al alza y disponible para el que quiera usarla. Antes fueron judíos, negros, pueden o podrán mañana ser los gordos, los homosexuales, los enanos, las feas, siempre habrá un grupo a mano a quién apuntar el cañón de la inquina. Los resultados no se hacen esperar, nadie sale en defensa de lo indefendible, al diablo con los ilegales, los mojados, los indocumentados, la cosa es que o ellos o yo, y pocos lo piensan dos veces puesto en esa cornisa.
Los republicanos, no en vano tienen al mismísimo Dios, y no a un Dios cualquiera, comiendo de su mano, han bajado a veces la cabeza y aguantado los palos demócratas con la certeza de que la política no es un gran rio donde las aguas una vez que pasan jamás regresan, no, en la política siempre hay revanchas y aunque siempre hay caras nuevas, las almas son las mismas, y cada golpe recibido será regresado a su tiempo con intereses.
Donald Trump es un bicho raro. Lo avalan un cantidad inimaginable de millones de dólares y una imagen hecha a propósito para esta coyuntura. El planeta entra en un choque de fuerzas en el cual Estados Unidos no ha salido muy bien librado que digamos. En este universo de los intereses uno nunca puede estar seguro si mañana se romperán las alianzas y enemigos irreconciliables ayer en un futuro fumarán la pipa de la paz y al calor de los vítores hagan pactos que dejen por fuera al hermano mayor, “y para luchar contra eso no habrá nada mejor que un gamberro indomeñable como Trump”, eso piensan algunos.
No es la primera y lamentablemente no será la última vez que la retorica de la conflagración aglutine a la masa. Aparatoso el Trump apaga la aureola y hace que más allá de todas las fronteras el mundo pueda ver dentro de este país sin la faramalla de lo hollywoodense. Crudo y egocéntrico para Trump, y todo su sequito de los blandos y los duros, la realidad no es ese espejo donde todos nos miramos, esa dualidad de lo que soy y lo que eres, para él la realidad es la suya y el planeta se atiene a las consecuencias irracionales de su mentalidad. Hoy podrán todos ver que afuera del país, según esa visión trumpiana, no pasa nunca nada que no se lo merezca la decadencia y la falta de criterio y de ganas de esa gente extraña y por siempre extranjera.
La globalidad, inmaculada cuando se trata de zapatos y modelos, que tan pocos bolsillos ha llenado, cuando se trata de gentes se convierte en una maldición. Países saqueados, intervenidos y luego dejados a la buena de dios, eso es un decir, lo real seria dentro de esa mitología, a la buena del diablo, terminan exportando lo único que les sobra y que explota de hambre entre sus manos y esos son sus habitantes.
Banderas, colores, ideologías tan dispares terminan hermanadas cuando se trata de desangrar al caído en desgracia. Recursos naturales, primero, y luego lo que se pueda entra en el juego. Por una vía van los vagones cargados de electrodomésticos y por la otra vienen las caravanas de la deshonra. Los muertos de hambre de la tierra caminan buscando un horizonte que les sea favorable sin encontrarlo. Esos desheredados de todo son el pilar fundamental del odio de Trump, contra ellos y con todo ha enfilado su ejército y lo gritan a voz en cuello sin que les tiemble el pulso, y con nosotros de testigos mudos.
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