Donald Trump y Bernie Sanders podrán estar en las antípodas ideológicas, pero ambos cuestionan todas las normas tradicionales y el pragmatismo por los que se han regido hasta ahora el establishment de los partidos demócrata y republicano.
Iowa, con apenas tres millones de habitantes, da el pistoletazo de salida este lunes 1 de febrero al proceso de elecciones primarias más incierto y disputado que se recuerda en el país. Hay precedentes sorprendentes nacidos en unas asambleas que suelen deparar emoción y resultados apretados, aunque no siempre elijan a quien después resulta nominado. Los demócratas Carter y Obama (1976 y 2008) protagonizaron históricos vuelcos en la carrera demócrata. Lo que resulta insólito esta vez es que un showman millonario y un autoproclamado socialista, dos outsiders que amenazan las reglas establecidas desde lo políticamente incorrecto, tengan serias opciones de convertirse en candidatos a la presidencia de EE.UU.
Es la hora de los «enfadados», a izquierda y a derecha. Si la dirección republicana afronta el proceso con temor a un nominado no afín, la dirección demócrata, y más el propio presidente Obama, prefieren la continuidad que pueda representar Hillary Clinton que el ignoto camino que abriría para el partido una candidatura, y no digamos ya la presidencia, de quien representa la llamada «revolución Sanders».
Iowa convoca este lunes 1 de febrero a un millón doscientos mil votantes, aproximadamente 600.000 registrados en cada uno de los dos grandes partidos. Aunque no suele participar más del 40%. Mediante el procedimiento de las asambleas, los votantes elegirán el número de delegados que representarán a cada partido en la convención de julio.
Una cita en la que los delegados votarán para ver quién resulta nominado. Aunque este año hablar de precedentes es un riesgo, el peculiar reparto de delegados suele deparar un nominado virtual no más tarde de finales de abril, que no es otro que quien se asegure la mitad más uno del total.
El complejo pero apasionante proceso no puede ocultar la realidad de un final de ciclo y de un país dividido. Dos partidos en crisis se disputarán la era postObama en la elección presidencial de noviembre. El republicano, para hacer buena la tradición: nunca un partido ha gobernado tres mandatos consecutivos, desde que existe la limitación, instaurada a la muerte de Franklin Delano Roosevelt (1945). Por tanto, sería su turno. Pero, además de que finalmente elija o no a un candidato que pueda ser elegible por su moderación, el Partido Republicano está más alejado que nunca de las minorías afroamericana e hispana, cada vez más decisivas.
Los demócratas, tras siete años de Obama, quieren dar continuidad a un mandato de reformas sociales y de una gestión económica que ha permitido reducir el desempleo a una tasa del 5%. Pero que no ha frenado la caída del poder adquisitivo de la clase media. Además, como ha reconocido el propio Obama con autocrítica, el próximo presidente (o presidenta) tendrá que abordar urgentemente la unión del país, en el que el enfrentamiento entre la Casa Blanca y la mayoría republicana en el Congreso ha contribuido a intensificar el desapego de los ciudadanos hacia los políticos, representados en Washington.
El fenómeno que mejor refleja ese sentimiento es el surgimiento y consolidación de Donald Trump, que en medio año ha pasado de novedad mediática a favorito para ganar la nominación republicana. No hay estado en que no lidere las encuestas, que le sitúan a nivel nacional con una distancia de al menos 15 puntos con respecto al segundo en competencia.
Fuente: abc.es
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