Dominican Airbnb: una historia en spanglish | La Nota Latina

Dominican Airbnb: una historia en spanglish

El ay yai yai bailaba en las paredes con su llegada. Nobody was in pain, no había televisión en blanco y negro estacionada con su cerveza Presidente en la sala. Los gritos afinados y amargados venían acompañados con una guitarra, seguro prestada, seguro de otro a quien le gustaba llorar en un colmado de Santiago de los Caballeros.

Ya el colibrí que se posaba con una blusa bajimama en el patio me avisó que siguiera sin prisa, sin miedo con take it easy. Quise que un jugo de chinola posara en mi mente, y que las mujeres que trabajan en las barras al lado del puente se fueran a descansar a sus casas y le llevaran queso frito a sus hijos. Pero eso fue una memoria, una de esas, uno de esos tantos rostros que me acompañan cuando me llega the smell of grass recién cortada. Estoy aquí, en otro mundo, uno materialista donde la gente barrigona compra más aun, así estando llenos, pero por razones misteriosas me encuentro con pieces from the island, hasta cuando caminan mis pies, no las zapatillas que encontré a $10 dólares en descuento. I asked myself so many things, tantas cosas… mientras habría la puerta americana que aún después de dos días me costaba trabajo recordar dónde estaba.

Los sonidos, eran tan reconocibles que mi piel marrón se acomodaba en los pantalones que me pedían auxilio. Tiraban mis pies y quise cancelar las señales que the heart de quisqueyana le mandaba a mi cabeza. Pero ya debes de saber que cuando se va la electricidad en casa de pobre, no hay rezo… oración que la haga regresar. En ese instante era un pueblo, rogando no humedecer en sus paredes. Era yo miles de voces que salían de los dientes en otra tierra como que fue ella ya mía en otras veces. The light no llegó, a pesar que mandé señales posibles, con humor, señales de humo y fuerza de voluntad, y pajaritos que no tenían miedo de posarse en los dedos de una extraña. Nadie respondió al aviso de rescate. Not even the wind, ni la razón. Solo vino la memoria e hizo su vaina de siempre: hacerme volver aunque no quiera. Me empujó con buena gana, así como las comadres con los pintalabios en los dientes de antaño cuando se quieren comunicar con el codo sin hablar, sabiendo dónde están mis cosquillas y por cuál lado me gustan que me abracen. Me arropó y no tuve más remedio que dejar de hacerme la difícil. Me rendí, volví al patio, y vi a little girl descalza hacer té con las hojas de guanábanas en una lata. Luz volvió al cuerpo.

I move my feet slowly, no sé muy bien si el señor que estaba hablando de política se percató de las ocurrencias. El otro, el que levanta sus manos al hablar con un vocabulario de palabras grandes y miradas muy cortas, terminó la conversación. Al parecer se detuvo porque no sabía quién era. Pero ya era una costumbre fija, ver llegar a gente desconocida e instalarse por unos días en los cuartos e irse por donde vinieron. Parece que sí y que no. Acostumbrados al cambio estaban, eso le puedo asegurar por las sonrisas que llevaban aunque estuvieran lejos de San Cristóbal. Se les notaba. I am telling you, you could touch the smell from far. Sin embargo, no había cómo prepararse para recibir a alguien que se parecía a ellos, pero que era diferente.

Pregunté por the woman que daba hospedaje y me señaló uno de los hombres con el dedo hacia la parte donde había más calor en la casa. La música de Aventura seguía mordiendo los rincones como si ya fueran dueños de todos. Seguí caminando, sé que todavía me veían los dos señores, ¿será que también olía yo a césped mojado? Tímidamente los pies se movieron, haciendo ruido, crujía el piso como si estuviera comiendo algo grueso, un pedazo de fritura, qué se yo. Disimulé brevemente con una sonrisa de “hey, no soy yo que estoy pisando como campesina embullada, es este piso”. Pero ellos siguieron con sus conversaciones largas y no le dieron mente.

El lugar estaba pintado de un color hermano del rojo en vacaciones en el Caribe. Un pilón, el cual no tenía función de decoración si no otro uso —guardar todas las cositas que ya no tenían puesto pero que eran importantes, descansaba su cansancio al lado de la basura.

I saw it, aunque querían intentarlo, salían arrastrando huellas de su vida pasada; esa allá. Una mujer con un sombrero negro, con un vestido de muchos colores, miraba atentamente los platos húmedos con agua fresca y te apuesto que si hubiera tenido ojos me los hubiera picado. El humo me arropó la cara desde que bajé el escalón a saludar a la dueña. Pase, pase, venga a comer— me dijo con una sonrisa eterna. Juré que había entrado por esta puerta otras veces, con otra cara, y con el mismo recuerdo. ¿Será que he estado aquí antes? La respuesta es no, pero qué lindo es soñar.

La doña (que tenía un nombre de mar abierto) me limpió una silla para que la acompañara. Ni por un instante me cogió miedo por las venas. Sin pensarlo comencé a hacerle halagos sobre la casa: era bastante amplia, y se nota que sus manos habían acariciado cada detalle, pero ya no había tiempo para eso, para recoger, ordenar, solo acomodar las cosas en la superficie. Hablamos about love (como en toda posada), de la vida que le manda a uno un solo gran amor y esa, la distancia, que pone todo a prueba, the dilemmas and the hunger of dominican men. La vida es así, mija— bajó la cabeza mientras el arroz que servía lo ponía encima de la mesa. Habló del pasado, tanto así que se volvió presente y la música nunca fue imprudente, aunque sonaba sin control alguno, le tenía respeto a la voz de la señora. Un fósforo prendió en sus ojos cuando por cosa del destino hablamos de cómo cambia aquí el día a día, cómo trae uno los logros, los diplomas, las dichas envueltas en un trapo para luego solo servir de saturación, de lujo en la sala, para acordarse de lo que fue algún día y no ha podido volver a ser.

Extendí mis manos sin moverlas, her skin de planeta oscuro recibió mi abrazo, uno invisible, casi casi cierto. Nunca es tarde le dije, nunca es tarde para soñar— sonó muy fuerte y con precisión. Ella por otro lado, buscó un plato hondo donde acomodar mi hambre y sí, también mis sueños. Parece que así nos habíamos vuelto todos, inmunes al dolor, a la espera, a recitar cosas. No sé por qué muchachita, pero tú me brindas paz— se le quedaron las palabras flotando en el aire y sus pupilas se hacían un festival de luces, como esos, como los que hacían en los años nuevos en el pueblo, y quizás, ese mismo día también las damas de compañía salían a pasear con sus ojos y sus hijos, soñando, soñando como todos nosotros.

“Te dejo para que disfrutes tu comida, que te aproveche”, susurró, mientras de su frente le bajaban estrellas de sudor y prendió el ánimo al acercarse a los dos hombres que eran parte de su familia y así se esfumó de mi vista. Alcé los dedos como símbolo de agradecimiento.

Alrededor de la cocina el tiempo no había paralizado su ritmo; el colibrí en la entrada de la puerta esperaba a alguien a quien advertirle sobre la magia que habitaba allá dentro, la música cambiada de composición pero no de pena (sonaba Raulín Rodríguez & Anthony Santos con el ay ya yai), los dos señores seguían discutiendo de política, y ella, la dueña, soñando reencontrarse con ella misma.

A veces la recuerdo y un aire de chinola con luces me guiña un ojo, a veces soy yo quien sueño por ella, a veces soy yo quien no entiende cómo el destino funciona, y así, como todo huésped, lo acepto.

Fior E. Plasencia
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