Domingo en la playa | La Nota Latina

Domingo en la playa

Milena Wetto Twitter: @wmilena
Milena Wetto
Twitter: @wmilena

Relato ganador del Segundo Lugar en el 3er. Concurso Sexo Para Leer de la Revista Urbe Bikini, Venezuela (2009)

La osadía y travesura de Eva se juntaron con la perversa y creativa sexualidad de Él, formando una dupla muy particular. Calzaban como piezas de un gran rompecabezas en el que amor, sexo, deseo y fantasías se mezclaban en colores tornasolados, confusos para aquellos que miraban desde afuera.

 

Él tenía su pareja -una morena pequeña de senos grandes, culo firme y muchos celos de su hombre- por lo que su relación con Eva debía ser secreta. Ella era una mujer madura, emancipada, guerrera y guardiana de su libertad; el principal valor era el respeto de los espacios. Esta relación poco ortodoxa los excitaba y liberaba, les permitía experimentar sin falsos pudores, incrementaba sus ganas de fantasear y los impulsaba a forzar las barreras de lo convencional.

Una mañana de domingo, coincidieron en la playa; Eva sola, Él con su pareja que, inocente de todo, escogió sentarse a escasos metros de su… “rival”… O se podría decir más bien, de su socia?

Estaban lo suficientemente cerca como para no perder detalle de ningún movimiento y lo suficientemente lejos como para no levantar sospechas. Además, la playa estaba bastante concurrida, cosa que les provocaba mayor excitación, al saberse secretamente conectados en medio de una multitud ignorante de aquel chorro incontenible de energía que fluía entre esos seres aparentemente desconocidos.

Un domingo en la playa
Un domingo en la playa

Con lentes oscuros y un libro como escudo, Eva observó cuando su hombre se quitó la franela dejando al descubierto su espalda tatuada, sus músculos definidos, sus brazos que abrasan y se derriten de placer al contacto de un beso. También pudo ver con detalle a su esposa, su piel acanelada, su cabello rizado, los hoyuelos de sus mejillas al sonreír, su busto generoso, su cintura de mulata, su vientre plano y sus nalgas apretadas y redondas, expuestas sin censura en un hilo dental. Le gustó lo que vio… Por un momento quiso tenerla cerca, besar su piel lisa y prieta, perderse entre sus tetas, lamerla, comérsela despacito como se come un fino bombón.

La pareja comenzó un ritual de acicalamiento, doblando la ropa, extendiendo las toallas sobre la arena, colocándose mutuamente protector solar… Eva, mientras tanto, pasaba páginas sin leer, con la mirada clavada en ellos.

Cuando Él, como atento marido, se colocó tras su esposa para masajearla con protector 15, pocos metros más acá se desencadenó una explosión de poros encendidos. Sintió Eva las manos de su hombre, resbalando aceitosas por su espalda, bajando hasta sus nalgas, rozando suavemente la rendija que en tantas ocasiones había sido ungida con profanos aceites. Sintió sus manos tibias y expertas deslizándose hacia su cintura, clavándose en sus caderas, atrayéndolas para que sintieran y a la vez encubrieran su miembro erecto. Sintió también su aliento, muy cerca de su cuello, y su voz pausada preguntándole “¿qué quieres que haga?”…

“Quiero que me excites, quiero verte con ella” respondió telepáticamente. Comenzó entonces un flirteo discreto pero evidente para Eva, única espectadora de aquella función privada en la que la protagonista participaba sin saber, como en un juego de cámara escondida que hacía la escena aún más excitante.

Después de los masajes, los besos furtivos y la evidencia eréctil imposible de disimular, la pareja decidió entrar al mar. Eva hizo lo propio -guardando siempre prudente distancia- para no perderse ni una toma de su cortometraje particular. Dentro del agua pudo apreciar a la pareja estrechamente abrazada y no necesitó más estímulo que su propia imaginación para completar la parte sumergida de sus cuerpos, con seguridad tocándose, masturbándose y hasta penetrándose, mientras Él le contaba lo maravilloso de hacer un trío con otra mujer, situación colocada hasta entonces en la repisa más alta de sus fantasías no cumplidas.

Desde afuera todo parecía estar en perfecta normalidad. Ellos se bañaban abrazados y unos metros más adentro, el cuerpo de una mujer flotaba, al tiempo que el dedo medio jugueteaba con su clítoris hasta expeler una corriente cálida que temperaba las frías y tranquilas aguas de la bahía.

La pareja salió del agua contenta y sonriente; tomados de la mano caminaron en dirección a los baños. Eva terminó su trabajo dactilar, se acomodó el bikini y salió chapoteando tras ellos.

Apenas entró al baño de damas escuchó a la pareja dentro de uno de los amplios cubículos. Se agachó para mirar y sólo vio los pies de Él, haciendo movimientos de equilibrio, empinándose y cayendo sobre sus talones con fuerza, al ritmo de los jadeos femeninos que se ahogaban entre besos.

Eva se acercó sigilosamente y posó su mano sobre la puerta, la cual cedió con suavidad, dejando al descubierto la erótica imagen de dos cuerpos perfectos, acoplados, ensartados, excitados no sólo por el acto en sí, sino por la prohibida y peligrosa situación.

Cuando voltearon para mirar a la intrusa, la reacción de ambos fue antagónica. La bella morena intentó zafarse de los brazos de su marido, en una mezcla de susto y vergüenza, pero Él la atrajo con más fuerza hacia su cuerpo, clavándole sin piedad aquel miembro que no podía estar más duro, al tiempo que siseaba muy cerca de su oído, tratando de tranquilizarla.

De inmediato, y antes que la mágica visión se desvaneciera, Eva levantó sus manos en son de paz y dijo: “tranquilos, sólo quiero mirar, si ustedes me lo permiten”…

Las miradas se cruzaron y tras unos segundos aceptaron de buena gana el trato. Les encantaba ser vistos; sobre todo a Él, si quién lo veía era su secreta y verdadera Mujer; prohibida, anónima, pero absolutamente SUYA, más aún que aquella dentro de la cual navegaba, ahogándola de pasión.

Eva se acomodó discretamente en un ángulo de aquel cubículo sexual y sin pedir permiso ni perder tiempo, se quitó el bikini y comenzó a tocarse frenéticamente, mientras veía las nalgas de su amado, tensándose con cada embestida, los pies femeninos a modo de cinturón, las manos de ella rodeando su cuello y más allá, un rostro desencajado de placer, borroso entre rizos húmedos de sal, mordisqueando sus propios labios y lanzando miradas clandestinas hacia la vulva húmeda y palpitante de su invitada de honor.

Él lo advirtió enseguida. La escena se estaba tornando cada vez más excitante. Murmuraban… era poco lo que Eva escuchaba pero era evidente que Él estaba ayudándola a fantasear y a excitarse aún más. Mientras Él más susurraba, la respiración de ella se aceleraba, y su cabeza se movía en señal de asentimiento.

Fue entonces cuando Él, con su esposa aun cabalgándolo, dio dos pasos hacia atrás para pegar su dorso al cuerpo de Eva que seguía recostada y con sus dedos caracoleándole el pubis. Sintió que sus pechos se derretían al contacto de esa espalda perfecta y conocida. El balanceo de su cuerpo penetrando al otro, la invitaba a participar en esa danza delirante. Él volteó su cara y le dijo a Eva: “mi esposa quiere besarte, dice que tienes unos labios hermosos”…

Entonces Eva se despegó rápidamente de la pared y se colocó junto al cuerpo suspendido y pequeño, sudoroso y tenso de aquella mujer. Con ternura retiró de su rostro el cabello chorreante de sudor y agua de mar y colocando una mano en su nuca, la atrajo hacia ella. Primero fueron besos suaves y cortos, infantiles; pero en seguida se convirtieron en apasionados y profundos; arabesco de lenguas, mordiscos, exploración… Todo bajo la mirada estupefacta y excitadísima del hombre compartido.

Esa simple y compleja sensación de dos bocas de mujer besándose con fruición las llevó al éxtasis instantáneo. Un orgasmo corto, intermitente, escurridizo, casi imperceptible… diferente; producido más por los ojos y por la mente que por los cuerpos mismos. Él, con la sola imagen tan sensual de sus dos mujeres unidas por un beso, hizo lo propio en un espasmo largo, copioso y estremecedor.

Inmediatamente Eva se puso el bikini y regresó a su tumbona intentando ocultar la mueca de placer. Ellos se quedaron un par de minutos más en el baño: su esposa aún a horcajadas, aturdida, asombrada. Con la mayor de las ternuras, Él le preguntó: “¿te gustó?”, y ella contestó decidida: “Nunca nada me había gustado tanto”.

Una corriente de agua helada sobresaltó a Eva. La tarde caía y la marea crecida había enterrado su tumbona en la orilla. Mojada de sus jugos y del agua de mar, recogió sus cosas y se marchó, sonriente y satisfecha.

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Milena Wetto
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