Del hambre y la desnudez | La Nota Latina

Del hambre y la desnudez

Cuando todavía vivía en Chile y llevaba una pésima relación con un muchacho que parecía estar más enamorado de los personajes de Star Wars que de mí, terminé sentada en el sofá de una psicóloga que se suponía haría maravillas. Lo extraño era que no me dejaba hablar mucho, es decir, le gustaba escuchar su voz recorrer las cuatro paredes de esa oficinita de segundo piso que ella llamaba con todo orgullo “mi consulta”. Ocurrió que al cabo de unas sesiones resulté ser yo la chiflada que no agradecía la compañía de tamaño hombre, que me dejaba desarrollarme en las letras –sí, el muchachito en cuestión había ofrecido que yo me dedicase a la escritura y él, a traer el pan–. Recuerdo que en una de mis últimas sesiones con la psicóloga, en que no terminaba por convencerme de que fuese yo la responsable de todo el problemón amoroso (¿acaso el tango no se baila entre dos?), de pronto ella me habló de Gioconda Belli, diciendo que era poeta y que escribía lindo, muy lindo. ¿Por qué la trajo a colación?, no recuerdo.

el_infinito_en_la_palma_de_la_mano_bPasaron muchas lluvias y veranos infernales en aquel Santiago de Chile que ama los extremos; la relación amorosa en cuestión terminó, yéndome yo a Europa y él, supongo que a otras faldas. De vuelta en vuelta aterricé en Texas, y me encontré con Gioconda Belli en la sección de Español de la biblioteca pública de Carrollton –lugar de maravillosos encuentros, he de agregar–.

La memoria se me agolpó, me vi sentada en el sofá de la “consulta” tratando de justificarme ante la mirada azul de la terapeuta. Me vi limpiando el polvo de las cajas de Obi Wan Kenobi y de Darth Vader… Me vi medio tristona e insegura, sin leer ni escribir. ¡La rabia que sentí! Todavía no me creo el cuento de que las cosas dejan de doler al cabo de los años. Me dolió todo de nuevo, como si me hubiese pasado ayer… Pero me llevé el libro, eso sí. “El infinito en la palma de la mano”, por Gioconda Belli, escritora nicaragüense ampliamente galardonada. Y otra vez quedó pendiente el comentario a “La loca de la casa” de Rosa Montero…

“Vamos a leer a la señora que escribe lindo, muy lindo”, me dije y al abrir el libro, de inmediato me encontré con la nota de la autora, que dice que quería escribir la historia de Adán y Eva en el paraíso y posterior destierro, para lo cual estudió muchísimo; leyó infinidad de libros relativos al tema, y cuando sintió que podía enfrentar la escritura, se puso manos a la obra. Y debo decir que escribió un libro hermoso, con una prosa poética de lindas figuras literarias. Para no aburrir, que lleva metáforas, comparaciones, hipérbaton y valga aquí una aclaración, no pretendo hacer un análisis teórico de las obras, sino de compartir lo que siento y vivo cuando las leo. Y lo que sentí al leer la creación de Gioconda Belli, fue hambre. Un hambre horroroso, los calambres en el estómago, el retorcerse por un hambre inicial, primigenio, que un hombre y una mujer conocieron. También sentí el frío, aquello que cala los huesos, que sientes que te rompe la nariz, la piel de las mejillas resecas; el frío primero de un cuerpo que no se sabía desnudo. Y el dolor menstrual, Eva partida en dos por los desgarros, esos rasguños que sufrimos las mujeres cada mes y de lo cual muchos se burlan, como por ejemplo el desdén de Perico de los Palotes cuando nos acusa de “hormonales”. Y pensar que Perico no existiría si la mujer no hubiera tenido hormonas, que se engendraría y alimentaría como sanguijuela de aquella “hormonal” mujer que resultó ser su madre. Y así todas, desde Eva, doblándonos de dolor por la menstruación. Ni hablemos del parto mejor.

No me quedé con los razonamientos de Adán (parafraseando: “que por qué eres tan curiosa, criatura y todo este hecatombe es culpa tuya”); ni los de Eva (parafraseando otra vez: “que por qué Elokim nos dejó aquí y que ha de ser para que participemos de la creación”). Las dualidades no me llamaron tanto la atención, por lo conocidas; pero sí ese grito del cuerpo humano recién abandonado a su suerte, en una tierra seca, fría y estéril, dividida por un gran abismo donde al otro lado se veía el paraíso que Adán y Eva solían llamar hogar.

Por supuesto que el libro recorre el camino de la pérdida de la inocencia y del beneplácito del Creador; el gran deseo de regresar; el salto al vacío de Adán y Eva con tal de empezar de nuevo; las conversas con la serpiente; los árboles: de la vida y del conocimiento. El perro Caín y el hijo Caín. La bella hija cuyo nombre ya olvidé; y Aklia, la que se fue al bosque vuelta mona, en un enorme guiño a la teoría de la evolución. Sin duda una obra bellamente escrita y transgresora a su propio modo.

Si deseas profundizar con un análisis teórico de la obra –porque yo soy muy vana, claro que sí–, aquí hay un enlace de interés: http://www.giocondabelli.org/el-finito-reviews/

¡Qué disfrutes!

Andrea Amosson

http://www.andreaamosson.com

@a_amosson en Twitter

Andrea Amosson
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