De cómo Don Genaro descubrió el engaño de Doña Carmen. I Parte | La Nota Latina

De cómo Don Genaro descubrió el engaño de Doña Carmen. I Parte

“En este pueblo hay dos servicios que funcionan de maravilla, el correo y el ¡chisme!”…Extracto del discurso de inauguración del alcalde de Piloto.

 

Alejandro Marrero
Alejandro Marrero, escritor.

En el portal de la dulcería, donde se detiene el ómnibus que viene de Pinar, existe una oficina, casi olvidada y poco anunciada que tiene el particular nombre de “Chenchi Envíos” y como se imaginarán, se dedica a la no poco meritoria labor de enviar paquetes y otros menesteres a toda la nación y sus cayos adyacentes.

Don Manuel Zubieta, dueño del establecimiento, vestía eternamente de oscuro y llevaba, justo a una pulgada de su garganta, la pajarita-corbata que adornaba su atuendo, aunque la finalidad era ocultar la desproporcionada “Nuez de Adán” que Dios le había dado. Hombre afable y de buenos modales, sostenía como divisa principal de su firma la confiabilidad y el secreto profesional de toda transacción.

Por las mañanas, el “negro” José recogía los paquetes que llegaban en el ómnibus de las siete y entregaba al chofer de turno los envíos de la tarde anterior.

En esto había su cosa. La gente hacía los envíos más impensados y extraños, por lo que José cuidaba con esmero la planilla donde se describía el producto, para que no ocurriese otra vez lo de Josefa Serra, abuela de un acaudalado hacendado de la zona, que envió una caja de guayabas para La Habana y dijo que eran capullos de algodón. Esa mañana a José lo tentó el olor dulzón y agradable de la fruta, pero como la privacidad del paquete es inviolable, pues arrancó su peregrinaje la malhadada cajita y arribó a la capital, una semana después, un puré muy parecido a la mermelada de la “Conchita”.

La señora protestó, pero nunca pudo explicar cómo los blondos capullos de “algodón”, se habían convertido en membrillo de guayaba. Por tanto el dueño requirió de sus empleados más juicio y cuidado a la hora de formular los envíos.

En la agencia también trabajaba una joven, impuesta por el alcalde, que debió ser pariente lejana del político, porque la pobre no tenía nada de rápida, diestra o inteligente. Si según el dicho callejero, las mujeres son de Venus, esta venia de la Luna, porque siempre estaba en Valencia.

La chica, que se llamaba Ilusión, podía, con suficiente mérito, confundir Guanabo con Guanajay y Las Palmas con Bolondrón, por tanto era objeto de constante revisión por parte de Terencio, el tercer y último empleado que sabiendo “de la pata que cojeaba” Ilusión, estaba siempre a la expectativa, para evitar males mayores.

cartas
foto: www.pexels.com

El negocio no solo enviaba paquetería, como precursora de “UPS”, sino también hacía rápidas entregas de dinero a los principales pueblos de la provincia, no más allá por falta de contactos y confianza.

Sin embargo había algo más, algo secreto y mágico que corría por las venas de la agencia… ¡el chisme! Según dijo quien lo dijo, “pueblo chico, infierno grande” y eso se comprobó por años allí.

Desde la desaparición de la hija del alcalde, recreada con lujo de fantásticos detalles por José, hasta el zombi que aparecía anualmente, eran la comidilla diaria en la agencia. La barriga de Cipriana, la más fea del Mundo y que se decía fue preñada por un vampiro, se convirtió en una novela con más audiencia que “El derecho de nacer”, que ya es mucho decir.

La técnica era novedosa, José lanzaba la “bola-comentario” entre Terencio e Ilusión, que la recogían, la maquillaban y se la pasaban a Don Manuel, que alisándose los bigotes partía raudo y veloz hasta la cafetería “El Tomeguín” donde, tomándose un cafecito criollo, dejaba caer la bomba de turno.

Una mañana de invierno llegó el destartalado ómnibus de los “Aliados” y de él descendió Corina la esposa del maestro Josefino Garcés, dueño y profesor de primero a tercero en la escuelita que llevaba su nombre.

El comentario fue sutil y cortico, era una bola afuera:

–“Parece que la señora Corina no durmió en casa… ¿te fijaste?; está vestida con la ropa de ayer”– soltó José en medio de la recepción.

Aquello saltó al ruedo, echó piernas y comenzó su peregrinaje por la ciudad. Unos dijeron que la Corina estaba con el alcalde, otros que el maestro tenía “líos” con el “paquete” y ella tenía permiso semanal y que a “eso” le decían: “El día franco”… lo que confundió a parte de la audiencia que comenzó a comentar sobre los amoríos de la señora con Franco, el carga bate de la novena de pelota. A más comentarios, más confusión y todo se aclaró cuando trajeron al maestro, más frio que un tempano de hielo, con los pies por delante, pues no se pudo recuperar de una apoplejía que trataban de ocultar, por cosas del negocio… dijeron.

Así era el chisme en el pueblo, la mácula de veneno se revolvía en el fango del camino, engordaba en las cuerdas vocales de las viejas vestidas de luto, iba hasta el bar más cercano, se confundía con verdades y se retorcía de placer en la lengua viperina del chismoso.

Continuará…

 

Foto Portada: www.pexels.com

 

 

Ale Marrero
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