No entendía el objetivo de este juego salvo que sirviera de excusa para tomar whisky y fumar cigarros. Ahora le he encontrado interesantes beneficios.
Antes de casarme, pensaba que el golf era un “deporte” generalmente para hombres panzoncitos a quienes les encantaba dar vueltas alrededor de un parque montados en un carrito de pilas. No entendía el objetivo del juego–fuera de la excusa para tomar whisky y fumar cigarros. Sin embargo, desde que mi esposo empezó a jugar de nuevo hace un par de años, ahora me encanta este deporte y hasta sueño en secreto con tener un carrito de golf.
El golf ha traído muchos beneficios a mi familia. Primero que todo, hace que mi marido se ausente de la casa por cuatro o cinco horas durante el fin de semana lo cual evita que me haga desorden.
“Por ejemplo, siempre puedo adivinar con certeza hacia dónde caminó luego de sacar unas galletas de la alacena, ya que deja un camino de moronas en el piso como si fuera Hansel. Esto me convierte en la Bruja del cuento, ¡pues me provoca meterlo al horno y comérmelo!”
El segundo beneficio es el lazo de camaradería que se fortalece entre mi hijo y su padre. Aunque en realidad no juegan, mi esposo le enseña las técnicas de golpe a mi hijo y éste se dedica a mandar las bolas al agua, perseguir gansos y coleccionar piedras y ramas. Jueguen o no en serio, comparten tiempo juntos y se ríen a carcajadas en la montaña rusa improvisada subiendo y bajando las colinas en el carrito de golf.
El tercer beneficio es el efecto terapéutico para el estrés de mi marido. Cuando él está agobiado, no hay nada como una ronda de golf para devolverlo a la casa mancito como un buey. Siempre llega feliz—a menos que haya lanzado uno de sus palos de golf al aire porque una bola se le fue al agua–a recrearme su mejor jugada con todos los detalles como si fuera el comentarista de un canal de deportes.
“Ahora bien, su amor por el juego—el cual tiene raíces profundas en una tradición familiar de varias décadas—también hace que mi esposo muchas veces exagere, convirtiéndose en un golfohólico a la hora de hacer respetar las reglas y la etiqueta”.
Según él, “Hay que lucir bien para jugar bien”. Por esta razón casi todos los meses estrena pinta dominguera de pies a cabeza siguiendo las tendencias de la moda deportiva. Entonces, imagínense lo que mi marido siente cuando ve a uno de los personajes comunes en la Florida jugando golf en camiseta sin cuello, pantalones rasgados de índigo y sandalias. Algo que me encanta de Estados Unidos es que el golf se juega en todos los estratos.
Aunque las vestimentas «descachalandradas» ofenden la sensibilidad golfista de mi esposo, nada se compara con el desespero que le causa la demora de los jugadores que se encuentran en frente de él.
Por ejemplo, el viernes pasado lo acompañé a jugar—lo que significa que manejé el carrito y me tomé unas cervezas—y nos tocó detrás de un grupo que se demoraba una eternidad. Calculaban cada golpe como si fueran legendas del deporte a punto de entrar al Hall de la Fama y lo más irónico, casi todas las bolas resultaban en los árboles o en el agua.
“Mientras yo disfrutaba la brisa y el clima veranero, mi esposo se quejaba y manoteaba como nuestro hijo de cinco años cuando está en la fila de una atracción mecánica. Definitivamente como dicen los gringos, “La manzana no cayó lejos del árbol”. Gracias a Dios terminamos pronto porque pensé que los iba a atropellar”.
Ojalá yo adorara un deporte como mi esposo adora el golf, pues de esta manera sudaría todo lo que como. Pero por el contrario lo que me gusta es escribir, así que los únicos músculos que ejercito son los de los dedos cuando escribo en el computador. Entre menos actividad física, mucho mejor para mí. ¿Ahora entienden por qué quiero un carrito de golf?
Gracias por leer y compartir.
@MiVidaGringa
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