Conocer qué esperar de cada uno de los miembros de la familia, tomando en cuenta momento de desarrollo y características personales, será parte de la preparación cognitiva y emocional que debemos llevar a cabo, cuando es probable la cercanía de un fenómeno climatológico como un huracán.
Todos los miembros de la familia deben ser partícipes, en la medida de lo posible, en los planes de prevención que la familia desarrolle ante estos fenómenos. Sin embargo, antes de los 5 años, es muy poco lo que un niño comprenderá del evento. Se hace importante tenerlos entretenidos y mantener al máximo su rutina regular.
Entre 5 y 9 años, ya teniendo mayor conciencia de su entorno, se hacen importantes las explicaciones sencillas y concretas. En esta etapa, se encuentra en su máxima expresión el pensamiento mágico, debiendo clarificarse algunas fantasías y posibles “exageraciones” que distorsionan y pueden impactar desfavorablemente su tranquilidad emocional. Los niños a esta edad pueden desarrollar ideas catastróficas de aniquilamiento personal y de quienes ama. En este caso, debe responderse a todas sus inquietudes y llevarlo a contextualizar señalándose las características que el fenómeno presenta y las actividades que los padres están desarrollando para proteger a la familia.
Por el contrario, el desinterés, la controversia y hasta la actitud de reto, estarán presentes en los adolescentes de la familia. Los preadolescentes y adolescentes, quienes con la vitalidad que están experimentando, más un ideario de omnipotencia que les caracteriza, pueden considerar que no es un evento importante para prestarle atención o que están muy por encima de ellos. Pueden exponerse a peligros por conductas de riesgo como querer “experimentar de cerca la tormenta”, acercarse a la costa con los amigos, estar fuera de casa cuando se aproxima el fenómeno.
En estos casos, con todos los hijos, privará la costumbre que se haya desarrollado en la familia en cuanto a manejo ponderado, precavido y de acción progresiva, en la medida que sea probable que el paso de un huracán afecte nuestra área de residencia. Si la familia acostumbra a realizar una reunión de planificación cuando se inicia la temporada, preparar o chequear sus kits de emergencia, conversar los escenarios posibles y opciones de respuesta; todos los miembros estarán acostumbrados y tomarán seriamente, pero sin drama, esta rutina.
Por último, pero no menos importantes, se encuentran los adultos mayores de la familia, quienes, aún no viviendo con el grupo familiar, se debe tener presente sus necesidades y claridad de con cuál de los hijos estarán, en caso en que deban movilizarse de su residencia. Siempre es importante escuchar sus opiniones y orientaciones, más aún, si ellos han sido moradores de la zona. Su experiencia en estos casos es muy provechosa, pudiendo ser sus anécdotas muy entretenidas para los más jóvenes de la familia.
Los padres debemos entender que, en momentos de emergencia, nosotros somos el “lugar seguro” de nuestros hijos y para nuestros padres dependientes. Debemos fortalecer esa confianza proveyéndolos de acciones que evidencien resguardo de su integridad física; siendo racionales y serenos para tomar decisiones convenientes en momentos de emergencia, sirviéndoles a la vez de modelos de actitud ante estas circunstancias; no minimizando, regañando o desestimando si alguien expresa temor; escuchando opiniones y dando participación en la toma de decisiones.
La familia se construye en todo momento, sin embargo, son los momentos de posible emergencia donde se evidencian las fortalezas y debilidades, pero particularmente, si la familia y sus miembros salen o no fortalecidos de la misma.
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