Como inmigrante de los Estados Unidos he aprendido que la bandera de un país es más que un símbolo de soberanía sobe su territorio. En mi caso, la bandera americana es el símbolo de la generosidad de un país que me ofreció oportunidades cuando en mi país se me cerraron las puertas.
El pasado 4 de julio fue una fiesta que dejó un recuerdo muy especial en mi memoria. No solo porque casi les causo a mis perros una sobredosis con histamina para relajarlos durante los juegos pirotécnicos del fin de semana, sino porque viví una ola de patriotismo que hace muchos años no se sentía.
En nuestra comunidad, las casas, los carros de golf y hasta los perros se vistieron de rojo, azul y blanco. ¡Tal sería el amor por la bandera que vi a un vecino vestido con una trusa de pies a cabeza en pleno rayo de sol de mediodía!
Para donde volteaba a mirar durante la celebración en el club de golf, chicos y grandes tenían una imagen patriótica en su ropa o sombreros de vaqueros. Hasta yo recreé la bandera en mi ropa con unos shorts de rayas rojas y blancas y una blusa azul con apliques metálicos que parecían estrellas.
“Para el resto del mundo el 4 de julio es simplemente la fecha de una película de Will Smith acerca de la invasión de la Tierra por parte de unos extraterrestres con tentáculos en la cabeza. Para los “gringos” el 4 de julio significa la oportunidad de honrar “Las Rayas y Las Estrellas”–como le llaman a su bandera—y recordar la herencia de los fundadores con costillitas, pasteles y pólvora”.
Como inmigrante de los Estados Unidos he aprendido que la bandera de un país es más que un símbolo de soberanía sobe su territorio; es el símbolo que une a los ciudadanos de un país el cual genera sentido de pertenencia y orgullo. En mi caso, la bandera americana es el símbolo de la generosidad de un país que me ofreció oportunidades cuando en mi país se me cerraron las puertas.
Las recientes controversias y el debate acalorado sobre el sistema inmigratorio de Estados Unidos tienen las pasiones alborotadas en el presente ciclo de elecciones presidenciales. Luego de leer los periódicos y ver por televisión los comentarios de analistas de ambos partidos en las cadenas de noticias, me llegó a la memoria una anécdota de mis vacaciones en Colombia el verano pasado.
Mi esposo, mi hijo y yo nos alojamos en el Resort Decamerón de la Isla Barú en Cartagena de Indias—un aclamado sitio turístico en la costa norte de Colombia. Para mi sorpresa, había muchos más visitantes de varios países suramericanos que locales.
La noche antes de regresar a Bogotá, mientras caminábamos del restaurante hacia nuestra habitación, vi algo que me sorprendió enormemente. En uno de los balcones del segundo piso del edificio, estaba extendida una bandera—no diré de qué país–a la vista de todo el mundo. Inexplicablemente me ofendió y estoy segura de que si hubiera estado en uno de los balcones del primer piso, la habría retirado.
“De ninguna manera estoy diciendo que la gente no tenga derecho a llevar la bandera de su país donde quiera, o vestirse de ella como vi muchos turistas con las camisetas de fútbol de sus respectivas selecciones. Pero de ahí a izarla con “ínfulas” de colonización en un territorio ajeno es otra cosa. ¡Mejor dicho, si no es capaz de estar fuera de su tierrita, entonces no viaje a ninguna parte!”
Antes de este episodio, jamás me había puesto en el lugar de los americanos, quienes han tenido que aceptar–quieran o no–inmigrantes de todo el mundo que izan las banderas de sus países–durante todo el año–y esconden la que tiene el derecho de ondear sobre esta nación.
“Frecuentemente veo en las noticias los casos de demandas en contra de alcaldías y agencias gubernamentales por parte de ciudadanos que se sienten “agredidos en sus derechos” cuando la bandera americana es izada en sitios públicos. Yo me pregunto entonces, ¿si Estados Unidos los ofende tanto, por qué no se devuelven a su país? El respeto debe ser una calle de doble vía”.
Mi corazón siempre será colombiano y mi origen estará presente en mi acento innegable, mi manera de cocinar, o cuando me pongo la camiseta de fútbol de Los Cafeteros. Sin embargo, la bandera que ondee al frente de mi casa el 4 de julio siempre será la americana, no solo por respeto sino como un acto de sentida gratitud. Los Estados Unidos no me vieron nacer, pero me dieron los amores de mi vida; mi hijo y mi esposo.
Gracias por leer y compartir.
@MiVidaGringa
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