Al vivir la maternidad y la paternidad como un proceso natural y cotidiano, a veces pasamos por alto los recursos que este rol nos provee, uno de ellos, el poder que poseemos sobre nuestros hijos. ¿Pero qué entendemos por poder? En términos generales, es tener la capacidad o facultad de hacer algo, así como las condiciones para hacerlo. Cuando criamos hijos, estas dos características: capacidad y condiciones, están completamente dadas.
Investigadores en materia de Psicología Social, se han interesado en el poder como motivación humana, al respecto, Romero García (1991), psicólogo social venezolano, plantea que la Motivación al Poder posee dos manifestaciones: una socializada que busca apoyar y estimular a los otros y, una explotadora que busca el control y sometimiento.
El uso del poder en la vida familiar transita el continuo en un extremo, para el cuidado o apoyo de sus miembros o en el otro, para su control y dominio. Como continuo, no existen expresiones exclusivas o permanentes de algunos de sus polos, sino más bien, acercamientos en la mayoría de las veces, a un funcionamiento influenciado por uno de ellos. Ahora bien, ¿Funcionamos expresa, directa y concienzudamente en uno de los dos extremos? ¿Cómo llegamos a una práctica particular de poder como padres o madres? ¿Dónde la aprendimos?
Como popularmente se comenta, la profesión de padres y madres es aquella donde recibimos el título y luego aprendemos o, la única donde no hay estudios formales para convertirnos en sujetos competentes para tal labor. Los aprendizajes que obtenemos al respecto nos provienen en gran medida de nuestras familias de origen, allí donde fuimos hijos; de las costumbres y hábitos desarrollados, de las creencias contemporáneas sobre crianza, o en algunos casos, de lecturas y charlas escuchadas sobre el tema. Si la formación no es formal, la experiencia lo es menos, ya que es inexistente cuando tenemos el primer hijo, siendo este el aprendizaje y experiencia que almacenamos para los restantes.
Reconocidos autores del desarrollo humano han enfatizado la influencia de los padres en la vida de los hijos: Sigmund Freud (madre como objeto de amor y canalización de impulsos), Erick Erickson (padres como primera fuente de interacción para el desarrollo de la conciencia de los hijos), Albert Bandura (contexto como influencia, donde aprendemos vicariamente del comportamiento de los otros, siendo los padres y la familia, el primer contexto).
Ante la falta de estudios formales y experiencia, se hace indispensable un desarrollo agudo de nuestra conciencia en este rol, siendo cuidadosos de nuestras palabras y acciones, ya que directa e indirectamente incidimos en la protección y desarrollo tanto físico como emocional de nuestros hijos. Su bienestar o perjuicio están determinados por nosotros, siendo más sensible tal dependencia, mientras más pequeños son nuestros hijos. Sin embargo, los recuerdos de estas vivencias van constituyendo su personalidad.
Somos modelo de autoestima, comunicación, disciplina, manifestación de afectos, respeto a los demás. Modelos psicológicos y sociales, donde el ejemplo tiene más poder que las palabras y las reglas.
La próxima vez que veamos en nuestros hijos, actitudes o acciones que no nos gusten, detengámonos antes de cuestionarlos, y miremos y revisemos en nosotros, si algo de nuestro funcionar pudo haber influenciado tal proceder. Somos el modelo y referencia más importante en la vida psíquica de nuestros hijos, no podemos olvidarlo.
Psicólogo Clínico -Terapeuta familiar
E-mail: cristpaz@gmail.com
@familiasenconstrucción
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