El viernes pasado fue la celebración del Día de la Madre en el pre-kínder de mi hijo. Era un día soleado y los renacuajos presentaron un show de canciones–las cuales mi hijo no cantó pero bailó como si fuera un instructor de zumba– y un show de arte con un dibujo de la mamá por un lado y un cuestionario de las profesora en el respaldo.
“De las once respuestas, la segunda me clavó una daga en el corazón y en el orgullo. Cuando le preguntaron, “¿Cuántos años tiene tu mamá?“, ¡mi hijo respondió 50!”
Mientras las otras mamás se pavoneaban felices mostrando que sus hijos les habían calculado menos años, yo tuve que aceptar que mi hijo cree que ya tengo medio siglo encima, aunque solo cumpla treinta y pico–36–en junio.
Mi Principito me hizo llorar de la risa, no solo porque se veía como un gigante al lado de sus compañeritos–él es el niño más alto de su clase, tal como yo cuando tenía su edad–sino porque su forma de bailar y las respuestas del cuestionario son ejemplo de su personalidad desparpajada, la cual me mantiene en estado de pánico pues ya no sé con qué ocurrencia va a salir.
Cuando llegué a mi oficina después de la celebración, le mostré a mi marido el Picasso de mi hijo–en el cual me veo como una cavernícola desgreñada sin torso–y el cuestionario. Sin pelos en la lengua me dijo, “Bueno… definitivamente no te ves de 50 años, pero a veces actúas así“. Le abrí los ojos como si me fuera a echar gotas, pero antes de que pudiera decirle algo redobló su sátira, “¡Mejor dicho, como si tuvieras demencia senil!“
”Aunque quería retorcerle el pescuezo como a un pavo, mi esposo tenía razón. Yo sé que estoy bien de salud, pero últimamente he confundido las fechas y las horas de las citas causando un caos total en nuestras vidas. Por ejemplo, hace dos sábados me emperifollé, arreglé a mi hijo y azaré a mi marido para salir a una fiesta de cumpleaños. Cuando revisé mi email para confirmar la dirección, me di cuenta que la fiesta era el domingo”.
Luego, el sábado pasado, hice atragantar a mis dos hombres con su desayuno y los saqué corriendo para la primera cita de la clínica de asma de mi hijo. Cuando llegamos al consultorio de la pediatra, cinco minutos antes de las 10 a.m., la recepcionista me dijo—con una mirada como diciendo, “Esta vieja está borracha”—que la cita de mi hijo era el próximo sábado. Por Dios que no lo podía creer.
Cuando volteé a mirar a mi esposo, se estaba sonriendo con malicia y le dijo a la recepcionista, “¿Será que le puede tatuar la fecha y la hora en el brazo a mi esposa?” Después de sacarse el clavo donde la pediatra, me dijo en el carro que estaba pensando en cambiar mi regalo de Día de la Madre por un robot que pudiera seguirme a todas partes y me avisara con bombos y platillos las fechas y horas de mis citas.
“Honestamente, daría lo que fuera por tener una asistente. El problema es que pagarle a alguien para que haga todo lo que yo hago, me costaría un ojo de la cara. Gracias a Dios mi esposo es muy colaborador y se encarga de muchas cosas importantes, como por ejemplo ordenar sus medicinas. ¡De lo contrario, estaría tomándose los antibióticos de mis perros en lugar de sus pastillas del corazón
Como lo he dicho antes, yo sé que estoy loca, pero soy una buena-loca. No cabe duda que la maternidad y el matrimonio me han aflojado los tornillos, pero en medio de la demencia, he madurado y aprendido a ver y a amar las cosas simples de la vida.
En 2030, cuando cumpla mis 50 años, le mostraré a mi hijo el cuestionario que respondió cuando tenía cinco. Una vez más le preguntaré, “Mi amor, ¿crees que tengo 50 años?” y más le vale que responda que no. De lo contrario, le quito el carro y el celular para quedar empatados.
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