La embarcación amenaza con partirse en dos, cada vez que las furiosas olas marinas la golpean en la proa con su inusitada fuerza. La lluvia arrecia y en complot con el frio aire que sopla del ártico, abofetean sin compasión nuestros gélidos y enrojecidos rostros.
Mis manos se niegan ahora a mantenerse cerradas sobre el tubo congelado de la barandilla de estribor, en tanto algunos hilos de agua se filtran inoportunos por el cuello de mi grueso impermeable.
En la pasada hora, comprobé como en múltiples ocasiones miles de galones de agua, prorrumpieron rabiosamente al interior del barco, provocándonos pánico, zozobra y miedo.
La poderosa lámpara colocada a pocos metros del mástil, prodiga la única luz a la lóbrega y tormentosa noche. Mis labios temblorosos solo suplican porque aquel brillo en la oscuridad se mantenga vivo y me resguarde de mis intensos temores.
Una inmensa marejada como no la podía nunca haber imaginado, ha golpeado el barco con violencia y pronto me veo volando por los aires, indefenso y desamparado. La luz de la lámpara colapsa finalmente y todo en adelante se convierte en la peor y más terrible de mis pesadillas.
Las penumbras y el caos se apoderaran de la situación. Mi cuerpo se estrella inmisericorde una y otra vez contra las paredes metálicas del barco. Todo es ruido y confusión. El dolor ahora invade mi cuerpo en tanto un efluvio salobre inunda mis sentidos.
Un impacto seco en mi cabeza me hace perder el sentido. No sé cuánto tiempo pasa. Luego despierto en medio de un charco de agua, el que cubre parcialmente mi rostro. Estoy desorientado, la luz de la lámpara ha comenzado a parpadear y por momentos solo puedo adivinar algunas cosas en medio de los breves relampagueos.
Mi sombra se proyecta espectral sobre la blanca superficie metálica contra la que al parecer se estrelló mi apaleada humanidad. Una profusa mancha de sangre tiñe de rojo una parte del metal y al verla, en acto reflejo llevo mis manos a ambos costados de mi cabeza, buscando la fuente del reciente sangrado.
Mientras palpo cuidadosamente con las yemas de mis dedos entumecidas por el frio, en lo que el fuerte bamboleo del barco me lo permite, busco a mí alrededor a los dos compañeros que hasta hace solo un instante permanecían a mi lado. No hay rastro de ellos. Temo que hayan caído por la borda. De ser así jamás volveré a saber de ellos.
Al ver mis manos machadas de sangre y aterrado por la suerte que pudieron correr mis camaradas, me levanto tambaleante apoyado en uno de los postes metálicos y con la toda la fuerza que puede brotar de mis pulmones, grito lastimeramente el nombre de mis amigos mientras siento como las lágrimas comienzan a obnubilar mis irritados ojos.
De repente la mar entra en una tensa calma y todo queda en silencio. Pareciera que el océano se negara ahora a blandir sus aguas con violencia. Una espesa niebla aparece de la nada y comienza a avanzar hacia el barco desde todos los costados. No entiendo que está sucediendo. El miedo comienza a invadir mis sentidos al llegar a mi mente viejas y atemorizantes historias de altamar.
Pronto la neblina abrazará la embarcación. Grito el nombre de mis amigos sin obtener respuesta alguna. Puedo escuchar con claridad los latidos de mi corazón y el siseo de mi agitada respiración. Quiero correr, deseo salir de este lugar, no entiendo como pude encontrarme en esta aterradora situación.
Una sombra fantasmal más grande que mi barco aparece de repente en estribor y amenaza con cubrirlo por completo. Horrorizado me hinco de rodillas y me agazapo en un rincón, luego cierro los ojos y espero mientras elevo al cielo un millón de plegarias, rogando salir bien librado de este lugar.
Créditos fotográficos de Goodfun.su y daymonthrottled.wordpress.com
Marco T. Robayo
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