La virtualidad en espacio de consultorio tiene mala prensa y tuve que venir bien lejos para comprobar(me) que quizás no era tan así. Reino Unido me sigue enseñando sobre los beneficios de no mantener las estructuras mentales incuestionables y animarme constantemente a un careo con ellas que me fortalece sin duda alguna.
Es muy valioso aquello que descubrimos cuando nos animamos a mirar por la cerradura de las puertas que creemos que nunca necesitaremos abrir. Al abandoner mi país Argentina, me lancé hace varios años ya a quitarle llave a la puerta de atender a distancia, y entonces retornaron rostros conocidos, viejas historias, nombres, nacimientos, duelos ¿Por qué? Porque ellos fueron valientes y probaron con hablarnos desde una pantallita.
Los veo semanal, quincenal o mensualmente y ellos sonríen, ríen a carcajadas, lloran, miran de costadito cuando buscan la taza que forma parte del encuadre terapéutico… y esa casi-hora es nuestro espacio, nuestro cono del silencio, o al menos yo lo siento así. Al tiempo, también aparecieron pacientes nuevos, que nunca vieron los almohadones violetas de mi oficina en Buenos Aires, pero que apostaron de todas formas. A veces la angustia que intenta resolver le gana a la que paraliza. Y contactan por messenger, o por mail, o por facebook. Y preguntan sin miedo. La virtualidad también colabora con encontrar la respuesta de manera rápida en ese microsegundo que sienten que el mundo se les da vuelta.
Consulta psicologica online: surfeando las barreras
¿𝐹𝑎𝑙𝑡𝑎 algo ahora que surfeamos la ola de la consulta online? Por supuesto, pero aún así la voz de cada uno de ellos me transporta, me fascina en algún punto porque se escucha mejor, cada ruidito que el micrófono del auricular potencia es maravilloso: un chasquido, un fallido que desglosamos y damos sentido más allá del ‘equívoco inocente’, un pensamiento raspado y ahogado por la angustia o una palabra que ni siquiera llegó a nacer pero que sigue diciendo, aún cuando es callada.
Son detallitos que probablemente en el consultorio los hubiese perdido, y aunque alguna vez se congela la imagen por conexión inestable, lo importante no se pierde nunca, casi como una Ley de Murphy buena.
La incertidumbre de nuestros tiempos de forzada convivencia con el Covid se traduce en relatos tristes, eternos dilemas, inesperados descubrimientos, nuevos proyectos, separaciones. Y yo me encuentro del otro lado del computador, como testigo fortuito del diálogo que en definitiva los pacientes tienen con ellos mismos, de las conclusiones a las que arriban cuando murmuran lo que acaban de decir en voz alta, o se preguntan, o se dan cuenta vaya a saber de qué, pero sus ojos así lo brillan y celebro con ellos en mi cuaderno cuando tomo las notas de los secretos que me han compartido al terminar nuestra sesión. Secretos que por el sólo hecho de haber sido liberados alivian, y hasta dejan cierto temblor en el cuerpo por el resto del día.
La necesidad de hablar de la propia angustia puede estar latente durante muchos meses, años. Los tiempos de cada uno son lógicamente muy personales y las motivaciones para hacer una consulta psi o comenzar una terapia, impredecibles. No comulgo con la frase popular ‘todos debemos ir al psicólogo’ sino con una adaptación ‘todos los que quieran ir al psicólogo, deben buscar su mejor manera de hacerlo’. Escucharnos en esa necesidad del cómo es primordial al momento de pedir ayuda: ¿Quiero hacerlo desde la protección de mi casa? ¿Prefiero ir hasta el consultorio como parte de un proceso del tiempo que tomo para mi? ¿Creí que quería un formato pero me doy cuenta que prefiero el que descarté? Todo es viable a la hora de dar el primer paso.
En mi living, los relojes con diferentes husos horarios me ayudan a calcular turnos y momentos importantes de esas historias que anticipan eventos. Quienes consultan y profesionales participamos en equipo de buscar el momento más íntimo para que los pacientes se sientan menos amenazados por las rutinas de sus hogares. Es un trabajo participativo. Nuestra flexibilidad es el puente para que ellos se aventuren a sostener un espacio que les haga bien. La rigidez de alguna de las partes en este caso fragilizan la continuidad del tratamiento.
Al comenzar el encuentro de manera presencial siempre éramos todos muy puntuales, cordiales y comentaristas del clima para apertura de la casi-hora por delante. Sin embargo al terminar… las caras eran otras, la mayoría de las veces no había comentarios chistosos de cierre y muchas veces tan sólo mediaba un abrazo que sellaba ese trabajo demoledor e inequívoco de haber dejado el alma en la cancha.
Falta el abrazo, pero se mantiene el compromise de contener y sostener.
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Fotos: Karolina Grabowska · Photography (pexels.com)
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