Como hemos visto en los artículos pasados, la vida en la familia se encuentra conformada por una sucesión de etapas, cada una con características y exigencias. El hecho es que ese constante cambio natural interior, plantea reacomodos que muchas veces no son aceptados, entendidos o fácilmente realizados. Es cuando se presentan las crisis de desarrollo en la familia.
La atención a esta o cualquier crisis es debido a que la familia enfrenta un momento de vulnerabilidad, donde quedan expuestos a la afección que estas circunstancias plantean a la dinámica, debido a que los padres pueden distraerse las tareas de cuidado y crianza o cambiarse roles con otros miembros, convirtiéndose en posibles factores de riesgo para la aparición de problemáticas de mayor complejidad.
En las crisis de desarrollo los cambios vienen dados por condicionamiento biológico o social (Pitman,1990) siendo los primeros expresados en eventos como por ejemplo: el nacimiento de los hijos, el desarrollo progresivo de sus habilidades, la menarquia en las chicas y espermarquia en los chicos y la disminución progresiva de capacidades en los padres. Los cambios sociales se expresan en circunstancias tales como el comienzo de la vida escolar, los nuevos intereses en la adolescencia, la obtención del primer trabajo, la conformación de la propia familia y la jubilación, por sólo nombrar algunas.
Cada una de estas etapas muchas veces no se presentan tan nítidas ni definidas, pudiendo solaparse unas etapas con otras por la diversidad de edades que puedan tener los hijos o miembros de la familia extendida que cohabiten con el grupo primario. Los padres como líderes de la familia son los llamados a hacer frente ejecutando acciones y modelando actitudes.
Dentro de las acciones a llevar a cabo, la principal es poseer información sobre la etapa que están experimentando con sus características y desafíos. La educación sobre el propio proceso es una herramienta que ayuda a disipar concepciones erróneas. De encontrarse con dudas o limitaciones en la comprensión y manejo de la etapa, es indispensable buscar ayuda a través de la consulta de sitios especializados en la web, asistir a charlas y talleres de orientación o consultar con un especialista.
En cuanto a las actitudes, la apertura a los cambios, la confianza en el otro y la comunicación clara y directa, son excelentes recursos. Cuando hablo de la apertura me refiero a tener claro y estar dispuesto a que las relaciones y dinámicas en la familia siempre van a cambiar. La mejor disposición es considerar el cambio como el común de las situaciones y recibirlo con optimismo. Confiar en el otro o mejor dicho en cada uno de los miembros, significa contar que estos expresarán su mejor disposición y conductas ante las nuevas circunstancias; tal condición está influida por los manejos previos ante los cambios y cómo los padres enfrentan la nueva situación. Para lo cual, es esencial explicar la situación, los posibles nuevos lineamientos de funcionamiento y las emociones e ideas que se experimentan como expresión de la comunicación clara y directa.
Todo proceso en la vida familiar puede ser un momento de aprendizaje y crecimiento o de problematización y riesgo de deterioro de la convivencia. La diferencia entre una u otra condición dependerá de cuánto valoramos, genuinamente, nuestro proceso de ser familia y nos preparamos responsablemente para ello.
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