Todo inicio de año trae consigo una necesidad de reorganizar y plantearnos nuevas metas. Tal parece que es el sentido de desarrollo que el ser humano se coloca a sí mismo, para saber que no está estancado en una rutina, que avanza en su superación. Sin embargo, existen pautas de vidas, que repetimos sin siquiera pensarlas, que son parte de nuestro día a día, que obtenemos desde pequeños, concientizamos e intentamos modificar algunas ya adultos, pero que en definitiva, son el piloto automático de nuestro diario vivir: los hábitos.
Los hábitos son conductas que repetimos regularmente, y que para ello, requerimos muy poco o ninguna conciencia para realizarlos. Sin embargo, es un comportamiento aprendido, no es innato. Al ser aprendido, inevitablemente sus inicios se encuentran con nuestro propio nacimiento. Llegamos a un mundo donde ya los adultos y entre ellos, nuestros padres, poseen rutinas establecidas, muchas de ellas heredadas de su propia crianza. Tales rutinas son impuestas a nosotros, ya que de ellas dependen la organización y el orden con el que llevemos nuestra vida.
El hábito es útil psicológicamente, porque descarga al cerebro de estar dirigiendo toda acción que ejecuta el ser humano. Son acciones que por su repetición, la realizamos sin pensarlas ni cuestionarlas; ya una vez que forman parte de nuestro repertorio de conductas, no tenemos que pensar en ellas para ejecutarlas. Ahorran energía psíquica que utilizamos en la realización de otro tipo de tareas, nuevas o de mayor complejidad, que sí requieren una mayor concentración y atención por nuestra parte. Nos daremos cuenta que, luego de aprender algunas conductas como cepillarnos los dientes, la forma que comemos o manejamos nuestro automóvil, dichas acciones no las pensamos cuando las estamos haciendo, las hacemos y ya.
Pero no siempre sucedió así. Cuando se dio el proceso de aprendizaje de dicha rutina o hábito, todos nuestros sentidos, atención y concentración, estuvieron atentos para adquirirlos, necesitando muchos ensayos, equivocándonos seguidamente, hasta que logramos el dominio de la acción. Y es hacia estas características de la instalación de los hábitos en los más pequeños de la casa, hacia donde quiero dirigir este artículo: el modo en que los más pequeños adquieren los hábitos.
La introducción de hábitos en nuestra vida sucede desde el nacimiento. Como recién llegados, tenemos a nuestros padres y en los primeros meses, a nuestra madre, dándonos la bienvenida a un mundo donde todas nuestras funciones: corporales, psíquicas y sociales, están condicionadas. Las primeras funciones que son reguladas son: la alimentación, el sueño y la higiene. Sin bien en un principio las mismas tienen en cuenta el patrón natural que exprese el bebé, progresivamente se irán desviando a la conveniencia y costumbre de los adultos y la cultura.
Sin embargo, una condición indispensable de instalar un hábito es la repetición. Inicialmente, esta repetición es realizada casi en su totalidad por el cuidador, pero progresivamente es delegada en el propio niño, aunque siempre estimulada y supervisada por el cuidador.
No podemos pretender, que por solo decir que lo haga o que le corresponde hacerlo, el niño va a realizar la tarea. Debemos nombrar la acción, mostrar, estimular y hasta ir detallando los pasos que constituyen la acción, en la primera etapa de instalación; e ir recordando y reforzando en la etapa de consolidación, hasta que observemos que la acción está adquirida, no necesitando mayor estimulación para que se realice.
Como aprendizaje mismo, estará acompañado de repeticiones para su perfeccionamiento, repeticiones que son antecedidas por errores. Por tanto, la calma, paciencia y comprensión del proceso de adquirir un hábito, son características indispensables para que los mismos se desarrollen sin mayor conflicto. Es probable que nosotros consideremos que es una acción sencilla, pero no es así para quien no la sabe. Sólo comparemos cuando nosotros nos corresponde aprender cómo operar un nuevo electrodoméstico o una nuevo teléfono celular que hemos adquiridos. Algo así es para los niños, aunque para desventaja de ellos, no poseen aún toda la comprensión de la utilidad de la acción en su vida y mucho menos han decidido optar por ella.
Del mismo modo, debemos revisar como padres nuestra disciplina en cuanto a nuestros hábitos. No podemos exigir una pauta que nosotros no cumplimos o que nuestros hijos realicen ciertas acciones que nosotros no hacemos, por ejemplo, cepillarnos los dientes después de comer, o no dejar parte de nuestras pertenencias en la sala de la casa. El modelaje es esencial en cuanto a hábitos se requieren. Tampoco tener la falsa creencia que será rápido y fácil. Puede que en algunos casos lo sea, más en otros no. Es un proceso y como tal, puede tener retrocesos o ameritar mucho ensayo. Por ello es que la paciencia, la comprensión y la claridad de cómo es el proceso, se convierten en aliados básicos. Si no lo poseemos, preguntémonos por qué y planteémonos la manera de adquirirlos, porque los hijos ya están en nuestras vidas y ésta no acepta devoluciones.
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