En la vida familiar no sólo llegamos al punto de partida en la conformación de familia, sino que inclusive terminamos cambiando roles, cuidando a quienes una vez nos cuidaron. Esto sucede cuando nuestros padres envejecen y nos corresponde acompañarlos y cuidarlos en su ancianidad hasta su muerte.
Existen posturas que plantean que no debe verse como un deber o pago de una deuda contraída, ya que sería algo así como un intercambio producto de cálculos. Que debe nacer del agradecimiento, de la voluntad y no por obligación. En lo personal, creo que toda relación humana debe regirse por principios de reciprocidad y compromiso, entre otros, y de estos no está excepta nuestra relación con los padres. Por supuesto, cada caso dependerá de la historia que cómo padres e hijos se haya entretejido. Si fueron padres que supieron inculcar el verdadero sentido del amor, de la responsabilidad, del compromiso, de la generosidad, de la reciprocidad en los hijos, no solo con palabras sino con acciones, entonces esos padres cosecharán lo que sembraron: hijos preocupados por su bienestar.
Dentro de la adultez de los hijos, se encuentra el asumir la progresiva disminución de las capacidades de sus progenitores, el padecimiento de enfermedades diversas, algunas más incapacitantes que otras; ver cómo el “ídolo” se desvanece. Sin embargo, existen otras historias donde ese acompañamiento sigue siendo todo un camino de aprendizaje y es ver cómo nuestros padres nos enseñan que aún ancianos, son autónomos, autodirigidos, conscientes de su autocuidado. Padres que aún en su ancianidad nos dan un excelente ejemplo de cómo transitar dicha etapa, para nada sombría. Afortunadamente esta ha sido mi experiencia.
Cambio de roles
Según De la Cuesta (2007) cuidar va más allá de atender una enfermedad siguiendo indicaciones de un especialista, se dirige a todo lo que promueve la vida, todo lo que la facilite. Si bien se refiere a los cuidados familiares hacia adultos mayores, nos damos cuenta que es lo que recibimos desde niños y nos han permitido crecer y desarrollarnos, por tanto, el cuidado es parte de la historia familiar y ha abarcado a todos sus miembros
Al igual que toda acción en la familia, cuidar no es una condición innata, es decir, no venimos programados genéticamente para cuidar, entonces tenemos que aprender a hacerlo. Primero para con nuestros hijos en cada uno de sus momentos de vida y luego con nuestros padres. Aprendizaje donde el primer modelo que tuvimos fue el de nuestros padres cuidándonos y de allí su incidencia en nuestra historia como cuidadores. Pero nuestra experiencia es siendo cuidados como niños, no como adultos y entonces, ¿cómo hacemos con nuestros padres?
Queda entonces aprender y acompañarlos como expresión de nuestro cuidado: a) Conocer sobre esta etapa que ellos transitan y que con seguridad transitaremos más tarde en nuestra vida. b) Respaldarles en el proceso y decisiones que vayan realizando, entendiendo que son adultos conocedores de su proceso de declive, que se esfuerzan por no perder dignidad ni respeto en este. c) Aprender sobre sus disminuciones sensoriales y motoras y así no extrañarnos cuando expresen que los alimentos no le saben igual, o su caminar lento y titubeante. d) Hacerles considerar algunos cambios dentro del hogar, sobre todo, aquellos que minimicen posibles accidentes, como eliminar las alfombras de área que tienden a ser factores de riesgo de resbalones; colocar agarraderas en la ducha, de las cuales asirse para bañarse con menor probabilidad de caídas, o subir el inodoro, para que sea menos difícil levantarse del mismo. e) Conocer sobre sus cuadros médicos y las medicaciones que amerita, así como los cambios que suponen en los hábitos de nuestros padres han desarrollado y que no son sencillos de modificar.
Las transformaciones inicialmente mínimas, irán acentuándose con la mayor longevidad de nuestros padres, en ese sentido, la consideración, el respeto y el apoyo son muy importantes en nuestro acompañamiento, recordando siempre que son nuestros padres y no al revés.
Es una etapa de aprendizajes, de disfrute del beneficio de contar con la presencia de nuestros progenitores y gozar de su afecto y compañía. A pesar de que en alguna parte de ese trayecto, se presente el padecimiento de una enfermedad que les disminuya física o psicológicamente, se trata de aceptar que esa es la realidad de la vida, que no existe otra posible, siendo realmente una buena fortuna poder acompañarles y servirles en su recorrido de partida.
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