Oregon fue el primer estado en aprobar una ley de suicidio asistido y luego le siguieron Washington y Vermont.
California se convirtió en el cuarto estado de Estados Unidos en aprobar una ley que permite el suicidio asistido para los enfermos terminales. Los legisladores de ese estado aprobaron la ley el año pasado después de que Brittany Maynard, una maestra de escuela de 29 años con un tumor cerebral, obtuviera muchas muestras de apoyo cuando decidió mudarse a Oregon, donde se permite a los pacientes con enfermedades terminales tomar medicamentos para acabar con su vida desde 1997.
Oregon fue el primer estado en aprobar una ley de suicidio asistido y luego le siguieron Washington y Vermont. Según un dictamen del tribunal de Montana, a los doctores no se les puede denunciar por ayudar a los enfermos terminales a morir siempre y cuando estos presenten una petición por escrito. Con la ley de California, el 16 por ciento de la población estadounidense ahora tiene una opción legal para que los enfermos terminales, hasta el 4 por ciento de los enfermos, determinen el momento de su muerte.
En los estados que cuentan con leyes de suicidio asistido, la cantidad de personas que solicitan y toman los medicamentos para acelerar su muerte se ha incrementado en los últimos años. En Oregon, por ejemplo, 16 personas terminaron con su vida acogiéndose a la ley en 1998, pero para 2015 la cantidad ascendió a 132.
La legislación de California es estricta; trata de asegurar que los pacientes hayan reflexionado profundamente sobre su decisión y la estén tomando de manera voluntaria. Los pacientes deben solicitar los medicamentos varias veces y tener un pronóstico de menos de seis meses de vida.
Muchos hospitales aún no tienen procedimientos claros para aplicar esta ley. Ningún doctor, sistema de salud o farmacia se verá obligado a cumplir la solicitud de un paciente. Y los médicos que están en contra de la práctica tampoco deben referir a los pacientes interesados a otros doctores.
Los sistemas de salud católicos y de otras religiones han señalado que no participarán. “Estamos cruzando un límite: de ser una sociedad que cuida de aquellos que envejecen y enferman a una sociedad que mata a aquellos cuyo sufrimiento ya no podemos tolerar”, dijo hace poco José H. Gómez, el arzobispo católico de Los Ángeles.
California: ‘Es un territorio nuevo’
La Dra. Sunita Puri, especialista en medicina paliativa de la Escuela de Medicina Keck en la Universidad de Sur de California, está escribiendo los procedimientos del hospital para aplicar la nueva ley. Para prepararse, les preguntó a sus colegas qué harían si sus pacientes les pidieran ayuda para morir. Aunque más del 60 por ciento de los médicos a quienes encuestó le dijeron que en teoría apoyaban la legislación, la mitad le respondieron le dijeron que ellos no recetarían el medicamento.
“La idea que me quedó después de hablar con mis colegas es que simplemente no saben lo suficiente sobre el medicamento que se usaría y parte de ello implica desconocer si lleva a una experiencia cómoda en el camino hacia la muerte. Se toman muy en serio la obligación de ayudar a los pacientes sin hacer algo dañino. La otra razón es que a las personas les incomoda mucho lo que esta acción puede significar para el papel de los médicos en la sociedad, lo que sería correcto para sus pacientes y lo que sería adecuado que ellos hicieran”.
En algunos sistemas de salud una evaluación psiquiátrica será un prerrequisito para los pacientes que quieren recibir los medicamentos. La Dra. Puri ha escuchado a varios médicos preocupados por no estar preparados para determinar si un paciente es capaz de solicitar ayuda para morir, incluso si no está deprimido o sufre de dolores que podrían aliviar los hospitales de cuidados paliativos.
“No serán conversaciones sencillas ni fáciles. Todos queremos lo mejor para los pacientes. Obviamente los riesgos son muy altos. Todos los días evaluamos nuestra capacidad, pero este es un territorio nuevo. Hay una diferencia entre hacer preguntas al respecto y llevar a cabo el procedimiento, y eso va a requerir muchas conversaciones entre los oncólogos, los médicos de cuidados paliativos y los pacientes”.
En Berkeley, el Dr. Lonny Shavelson se enoja cada vez que oye que un médico hablar sobre la incomodidad de recetar algún medicamento que ayude a un paciente a terminar su vida. Antes era médico de urgencias, y ahora abrió una consulta privada para atender a quienes buscan poner fin a su vida. Así se imagina una charla con los doctores renuentes:
“Lo que les diría es: ‘¿Te sentiste cómodo la primera vez que hiciste una cirugía de tórax? ¿Te sentiste cómodo la primera vez que sacaste sangre?’ No entiendo cuándo sentirse incómodo se convirtió en una razón para no hacer algo en medicina. Tomamos decisiones incómodas todo el tiempo. Cuando alguien dice: ‘Estoy listo para abandonar la diálisis y morir’, estamos ante una decisión trascendental que puede generar cierta incomodidad. La mejor respuesta que encuentro es que se trata de una mecánica diferente. Estamos de acuerdo en que están listos para morir. Me parece que la mecánica es irrelevante”.
El Dr. Shavelson, que cobrará a sus pacientes 200 dólares por una consulta inicial y 1800 si quieren seguir adelante, dijo que la respuesta más importante que daría a cualquier paciente sería sencilla: ¿Por qué? Cree que el enfoque no debe ser diferente del de otros aspectos médicos.
“Siempre escuchamos a los pacientes. Nunca les decimos: ‘Debes hacer esto. No tienes opción’. Y sin embargo, cuando su vida está acabando, cuando dicen: ‘No quiero vivir en esta cama durante las próximas tres semanas mientras llega la muerte’, hay un cambio raro en el proceso del consentimiento. De pronto ellos están mal y nosotros bien. No me parece sensato. Morir no debería ser algo completamente diferente de todo lo demás que hacemos en medicina”.
Fuente: nytimes.com
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