—¿Qué pasa? ¿Por qué no avanzamos?
El eco de una exhalación dramática llegó desde el lado del conductor. Después… tan solo silencio. Aquel silencio mordaz que se empeñaba en ocupar todos los espacios, acechando cada rincón que le correspondía al aire. Un silencio que sofocaba, que agotaba.
Las pequeñas distracciones en casa anestesiaban las heridas de la indiferencia, pero ahora, atrapada en aquel atasco sin sus libros y telenovelas, Paula tuvo miedo de sentir. Quería gritar, pero era como en aquel cruel sueño en que la voz se queda atorada en la garganta.
Bajó el vidrio de la ventana – no muy despacio pero tampoco muy rápido – no quería mostrarse vulnerable. El aire acondicionado no funcionaba bien y cuando el carro se detenía, dejaba de soplar del todo.
Armando no había llevado el auto al mecánico. —Tengo mucho trabajo – fue su excusa. Paula no le creyó. Estaba segura que no lo había hecho solo para disgustarla. Parecía que le divertía atormentarla.
Mientras luchaba con ella misma para no sentir rabia, desde algún rincón del espeso tráfico se escuchó un golpe seco. Sus ojos recorrieron los vehículos de adelante encontrándose con una peculiar imagen.
Un hombre enorme saltó de una camioneta también enorme con un ademán exagerado. Como un rinoceronte, se movía en el medio de una selva de metal y asfalto, gruñendo mientras se aproximaba a uno de los autos.
No podía escuchar lo que el gigantón gritaba al conductor de un minúsculo auto gris, pero por sus movimientos grotescos, sabía que no se trataba precisamente de elogios.
Agradeció secretamente aquel espectáculo gratuito. Le entretenía ver al gigantón alzar sus torpes brazos y golpear la ventana en actitud amenazante. Sonrió discretamente pensando que era evidente que el pobre hombre no había recibido mucha atención de su madre.
La diversión no duró mucho. Luego de desahogarse un rato el hombre dio la media vuelta, listo para retornar a su llamativo vehículo. Paula pensó que era una lástima. Esperaba más del gigantón. Con lo gracioso que se veía dando pataletas de niñito malcriado.
Sin embargo, en cuestión de segundos, algo formidable ocurrió. Los roles de la tragicomedia se intercambiaron y el depredador se convirtió, como por arte de magia, en el animalito perseguido.
@melmarquezadams
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