El miércoles pasado caí redonda en la trampa de mi hijo y le compré tres peces—a los que llamó Steve, David y Roberto—y un caracol—al que llamó Spady. Llevaba rogándome por lo menos dos meses por un acuario, pero la idea de tener otro ser vivo bajo mi responsabilidad me llenaba de dudas. Al final, los ojazos coquetos de mi hijo—tal como los de su padre—me dispararon una flecha en el talón de Aquiles y terminé aceptando.
Después de pagar cuarenta y cinco dólares—y eso que fue una ganga porque la tienda estaba con el 50% de descuento—salimos de la tienda de mascotas con un carrito de mercado cargado de todo, menos de peces.
“La vendedora, Elaine, nos explicó que era mejor preparar el tanque en la casa antes de comprar los pescaditos. En ese momento debí haberme dado cuenta del lío en el que me estaba metiendo”.
De niña nunca tuve peces—solo perros y pollos—así que para mí un acuario era como el de las caricaturas: una bombonera de cristal llena de agua y un pez. Sin embargo, la industria de mascotas ha creado un universo de chucherías alrededor de unas criaturas que ni siquiera saben que existen, para sacarle plata a mamás complacientes como yo.
Cuando llegamos a la casa abrimos la caja del acuario la cual contenía un montón de cosas. Leí las instrucciones y las seguí paso a paso. Lavé las piedritas del fondo, las maticas y un monumento griego que mi hijo escogió como decoración. Luego instalé el filtro, bomba de circulación, calentador, termómetro y por último eché el agua. Mi pequeño no paraba de abrazarme y de decirme, “¡Gracias Mami!” ¿Cómo me iba a negar?
El viernes por la tarde, al terminar el año escolar, recogí a mi hijo en el colegio y nos fuimos a comprar los peces como se lo había prometido mil veces. Nos encontramos de nuevo con Elaine, pero antes de que mi hijo pudiera escoger un pescadito, la vendedora nos explicó que los peces tienen una variedad de personalidades y no todos pueden vivir en el mismo acuario.
“Me sorprendió mucho saber que unos animales tan pequeños pudieran ser temperamentales como yo. Pero los entiendo, ¡yo escasamente puedo vivir con mi hijo y con mi marido!”
Entre todas las opciones, mi hijo escogió tres peces—blanco, naranja y negro–y un caracol pintado como un tigre. Al salir de la tienda, mi hijo sostuvo la bolsa como cargando huevos, y en el carro me dijo varias veces que bajara la velocidad y que manejara con cuidado. Me parecía increíble que era el mismo niño quien parece un bulldozer cuando juega.
Llegamos a la casa, pero una vez más tuvimos que esperar y seguir las instrucciones. La espera estaba enloqueciendo a mi pequeño; no hallaba la hora de tener a sus amiguitos nadando en el mundo que él había creado.
Por fin, los nuevos miembros de la Familia Spadafora entraron a su hogar para toda la vida. El único problema fue que la vida les duró menos de 24 horas. Cuando mi hijo les dio el desayuno en la mañana, nos dimos cuenta que David y Roberto estaban acostados en el fondo como si tuvieran anclas atadas a sus aletas, mientras Roberto batallaba para nadar. Al medio día todos estaban muertos.
“Sin saber por qué, me sentí culpable y ocultando la verdad, le dije a mi hijo que sus nuevos amigos estaban un poco enfermos y que tenía que llevarlos al doctor. Me fui sola para la tienda de mascotas, con la prueba del delito en mis manos, y cuando encontré a Elaine le dije, “¡Asesiné los peces de mi hijo!”
La señora sonrió y me dijo que no me sintiera mal pues pasa todo el tiempo. Tal vez por eso los peces tienen garantía de 30 días. Debido a que no llevé una muestra del agua de nuestro acuario, para hacerle una prueba y saber si los niveles eran normales, no pude comprar los reemplazos.
Así que, mi esposo y mi hijo fueron el domingo en la tarde y compraron tres peces plateaditos, igualitos como si fueran trillizos. Ya han pasado tres días, los pescaditos siguen nadando sanamente y yo tengo prohibido acercarme al acuario por órdenes de mis dos hombres. Ya les contaré cuánto duran.
@MiVidaGringa
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