Sólo una historia de amor ha sido lo bastante fenomenal en mi vida como para no convertirla en cuento corto, anécdota o leyenda urbana. Las demás, han sido verdaderos culebrones, han caído implacables bajo mi deformante pluma. Así, un narigón que me rompió el corazón se volvió el modelo físico para un personaje de mi última novela. Otro flaco y bastante inútil aparece en el relato “El divertimento de Marcelita” en mis “Cuentos encaderados”. El Guapo de “Rictus” es una mezcla de hombres que transitaron por mi vida, ya fuese a modo de amor platónico, amistad forzada, compañerismo laboral o acoso sexual. Porque siendo chilena y creciendo en país machista, no me libré del jefe que atribuyó mis logros a mi cintura o el que quiso pasarse de la raya en alguna fiestita de fin de semana. Pues bien, así me encuentro con el libro de Rosa Montero, “Amantes y enemigos”; y de a poco me voy identificando con todos y cada uno de los protagonistas –la mayoría mujeres–, que hablan de sus encuentros y pérdidas de una forma personal, a veces con el sesgo que ofrece el amor en sus inicios y que nos coloca al borde del abismo, antes de soltar la patita y dejarnos caer al vacío.
El libro me sorprendió con afirmaciones geniales, como por ejemplo “El amor es una mentira, pero funciona” y sería capaz de citar otra decena si no sufriera de este pecado de leer los libros con fascinación infantil, olvidando el entrenamiento recibido en el programa de maestría en Literatura de la U. de Chile… En vez de usar banderitas para marcar y luego coleccionar aquellas alas de mariposa que Rosa Montero me iba regalando, me perdí en las escenas escuchando la voz de los personajes, me alegré, me entristecí, me dio hambre, sueño o miedo, no tengo la impresión de haberme reído mucho; pero jamás de los jamases tomé apuntes. Así es que no tengo mucho que ofrecer, si busca la cosa académica. Pero si le puedo contar más o menos cómo me fue con algunas historias.
Con “Alma caníbal” y “Tarde en la noche” me fui a los capítulos de mi teleserie donde por alguna razón pensé que podía arreglar a Fulano y a Mengano. Que poseía yo una gran cualidad que haría que el primero quisiese casarse conmigo; y, años después, que el segundo me eligiera por sobre las muchachas de faldas cortísimas de los barrios rojos. Las mujeres de estos cuentos están en situación similar y parece que la etapa masoquista es común al género, independiente de la ubicación geográfica.
Con “Noche de Reyes”, que tiene como protagonista un hombre joven muy amigo de la botella, regresé a la calle Huertas durante mi primera visita a Madrid exactamente el 2000, año de cambio de folio para la Humanidad, cuando el único gran temor fue que se borraran los archivos de las computadoras. Más adelante vino la tragedia de Atocha y como piezas de dominó fueron cayendo las grandes capitales europeas bajo ataques terroristas. Recuerdo mi despreocupada marcha por Huertas, los clubes atestados, los chopitos gratis –ni idea de qué bebí y me los bebí todos– y lo más probable es que Pedro, el de “Noche de Reyes”, andaba dando vueltas por ahí, buscando a la mujer de su vida. ¿Y si hubiera sido yo?
El texto “La otra” me cayó pesado. Aquí va el dato: si usted ha sido “la otra”, no lo lea. O si le ha tocado compararse con “la otra”, entonces con mayor razón, sálteselo. Si bien se trata de la mirada de una hija hacia la nueva mujer del padre –ah… otra vez la pelota cae cerca de mi arco– al leer este cuento sentí que no existe “otra” que triunfe, ni en la ficción ni en la realidad.
Con “El reencuentro” me acordé de la vez en que no sé cómo acabé frente a frente con mi ex en Santiago, una ciudad de más de siete millones de habitantes. Con “El puñal en la garganta” me trasladé al Gran Circo Tihany, cuando cubrí la noticia para un viejo diario chileno, historia que motivó otra historia: “Reportaje”, también publicado en “Cuentos encaderados”.
El libro cierra con “Amor ciego” y quién no lo ha sentido. Yo también cumplí mi cuota, emparejada con el deseo de enojar a mis padres o romper las convenciones sociales de un Chile muy fruncido: que es muy viejo, que es muy feo, que es muy pobre, que es muy rico… Experiencias que sí, terminaron en porrazos, pero no para la protagonista del cuento, quién, con un método transgresor, recupera la atención del marido.
No escribo romance, pero tengo un lado romántico y bobalicón que me ha hecho saborear a los “Amantes y enemigos” de Rosa Montero. Y mientras tanto sigo viviendo la historia fenomenal que mencionaba al comienzo, cuidándola y cuidándome de no volver a calzarme los zapatos de la decepción amorosa en un futuro cercano, porque ¿quién quiere andar por la vida con dolor de pies?
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Foto de Andrea leyendo: Agradecimientos a Carrollton Public Library.
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