Amor sin prejuicio, un relato de Margarita Dager-Uscocovich | La Nota Latina

Amor sin prejuicio, un relato de Margarita Dager-Uscocovich

Mi amigo Ramón se paró por el café y comenté con él mi sufrir por Mariam. Ramón tiene meses escuchando la historia de mi pasión oculta y frustrada hacia ella, hacia la mujer que habita en un lugar lleno de obligaciones y monotonía; hacia esa morena de mediana estatura con piel de porcelana y ojos cautivadores.

La primera vez que con mi amigo incondicional de historias tomábamos un trago en el trabajo mencioné su nombre, y de ahí en adelante, sin falta, en cada una de sus visitas le detallo mis fantasías con la diosa de carne y hueso que invade mis pensamientos las 24 horas del día.

− Hoy es miércoles, así que llegará de un momento a otro − le comento a Ramón. −Vive en el edificio de enfrente, en el apartamento 305 con su madre, una anciana pretenciosa y abusiva y su esposo; un vejete gruñón que viaja todo el tiempo.

Mi amigo, para no perder la costumbre se sienta en la mesa del costado que me sirve de escritorio, ordena una botella de vino con sus usuales sanduchitos de pepino y crema agria, me mira sacudiendo su cabeza como signo de incredulidad al verme correr hacia la entrada a sostener la puerta para que mi vicio cotidiano que viste de azul esta mañana entre al establecimiento.

−Hola Mariam, qué gusto tenerla por aquí.

Le doy la bienvenida tratando de sonar natural; ella agradece el gesto con una leve sonrisa que se dibuja amplia y transparente en sus labios. Me contesta amablemente con un: − igualmente Juan, es una delicia venir por aquí.  Entonces, sólo con esa frase se me enciende la sangre viéndola avanzar hacia el mostrador con su caminar seguro. La observo ensimismado estudiando uno a uno sus gestos. Me gusta su cabellera color miel que deja un rastro a frutas frescas cuando la brisa de la calle se le pega para entrar, el movimiento de sus manos al sacar su monedero es siempre suave y sin prisa, admiro sus pantorrillas firmes, sus rodillas redondeadas y sus muslos torneados bajo esa falda que le arma como una segunda piel. Todo en conjunto, me despierta el instinto de una manera tal, que deseo fervientemente que el sexo sea parte de esta relación.

Continúo mi escrutinio y me fijo en sus pechos, los imagino suaves al tacto, perfumados por ese aroma a lirios que me incita a recorrer su cuello con mi boca, prodigando mordidas ligeras e insinuantes. En mi cabeza la escena de un beso sobre sus labios carnosos, delineados de rosa, se forma como una burbuja que desencadena una atmósfera que me provoca escalofrío. Mi rostro me traiciona, lo siento, me he sonrojado como un chaval.

Mariam pide su café francés y su pastel de chocolate sin darse cuenta que la persigo con ojos incrédulos y débiles por la ansiedad. Con la cara de borrego degollado bajo la cabeza, cierro la puerta, me dirijo al encuentro de Ramón que ríe a carcajada limpia disimulando ante los clientes que lo que le ha provocado tal risotada es una nota en el periódico de hoy. Ramón levanta la mano y pide un vaso con agua, yo me siento a su lado confesándole lo que acabo de experimentar dentro de mi cabeza.

También le digo que, cada otro sábado mi morena ordena su tarta de jamón y queso manchego, al igual que la ensalada de salmón con setas y yo, espero ansioso el poder hacer la entrega personalmente solo para verla. Fantaseo con ella, sugerente, hermosa y desnuda sirviéndome una copa de vino mientras dispone el almuerzo sobre la mesa caoba de su comedor impecable. Sin embargo, la verdad es otra, en realidad me quedo en la puerta extendiendo su pedido cuidadosamente preparado, recibiendo a cambio las gracias que en estos casos se da, acompañados de su brillante sonrisa.

Mi amigo me mira con la boca entreabierta. En su mirada atónita y fija puedo descifrar su interés porque le cuente más, pero, a la vez, leo la pena que lo invade por lo miserable de mi estado.

−Amigo del alma − continúo diciéndole−,  la veo todos los días pasar y en ese momento es donde mi corazón se altera, los músculos se tensan, las manos sudan e inconscientemente empiezo a delirar sentado en este mismo rincón, aquí donde los dos estamos. La diferencia es que no hay vino, ni sanduchitos de pepino, lo que hay, es una ansiedad terrible que se calma cuando divago con su cuerpo curvilíneo amarrado en mis abrazos. Entiende que apetezco su aroma delicadamente cítrico, dulce e intenso. Cuando se despide con esos medios abrazos, con esos abrazos políticos donde ligeramente sus hombros se pegan a mi pecho, donde puedo sentir el crujir de su blusa almidonada, tienen como resultado que, su presencia me oprima el alma y las entrañas. ¿Sabes? Sus ojos los llevo pintados en mis pupilas, su mirada me alborota y me calienta el cuerpo, las pasiones reprimidas se desatan en mi interior con más intensidad cuando la dejo de ver – Ramón me observa con la boca llena, escudriñando mi mirada, como queriendo averiguar si estoy cuerdo o me estoy volviendo loco.

−Me reto la mayor parte del tiempo a no pensar en ella, me juro a mí mismo el recapacitar, pero cuando llega la noche y ella cruza la vereda hacia su edificio, nuevamente trago saliva y contengo la respiración para no salir corriendo a poseerla en la oscuridad de la calle. Me gusta la perfección de su rostro de pómulos prominentes y de hoyos en las mejillas. Cuando llega las 9 de la noche y ella apaga la luz de su habitación, yo, acompañado de papeles, de cuentas y de gente que limpia, escondido en esta esquina, cierro los ojos suspirando hacia mis adentros queriendo apaciguar estos deseos locos. −Esta sensación me asusta amigo, suena dramático, lo sé pero, este sentimiento me levanta con todo desordenado, tengo desordenada la vida, el sueño, los pensamientos y hasta la risa. Sólo de pensar que habla con otro, me duele hasta la respiración. A veces dejo de venir al café para no encontrarla, pero su olor me persigue, y el sonido de su voz que repica en mi cerebro provoca un encanto en mi al punto que, paso asomado en la ventana esperando volver a verla,  cuando cuelga la ropa en la azotea con sus camisillas de encaje, mi imaginación trabaja a mil con su silueta prensada en mi cabeza. Así embobado, me tiene compadre. − La sueño despierto sintiendo en mi piel el olor a lirios de la suya. En ocasiones mi aventura erótica empieza con un masaje a sus delgados pies, luego, subo hasta su pubis repartiéndole besos de miel, después la enamoro acariciando sus adentros quedando sorprendidos y jadeantes al sentir la respuesta en nuestros genitales que se abren, se mojan y se inflaman llenos de necesidad y a la vez de satisfacción.

Al terminar, me doy cuenta que Ramón y yo nos hemos bebido tres botellas de Palomo Cojo. Mi amigo sostiene la mirada, asombrado y con un tono autoritario, me pide que de una vez por todas termine con esta tortura.

– Juan, tío, eres joven, apuesto, varonil y con dinero; toma el toro por los cuernos, corta rabo, corta oreja y listo.− ¡Por tu madre, joder!, o te vas al ruedo o te sales del ruedo pero, lo que es yo, no puedo seguir escuchando este soneto calenturiento.

Dicho esto, se levanta dándome unas palmaditas en la espalda y revolviendo los cabellos de mi coronilla con su palma. Yo, me quedo sentado, con todos mis miembros tiesos por la tensión de la conversación. Así, pasan unos cuantos meses más, hasta que el pasado lunes por la mañana me llené de valor e invité a Mariam al café a tomar una copa de champaña acompañada de bocadillos al momento de su recurrente visita semanal.  Ella aceptó de inmediato. Quedamos de vernos el viernes de esa semana de junio, una hora antes de cerrar.  Para esta cita faltan pocos días con sus noches…!puf, en que lio me he medido! – pensé− cuando Mariam se despidió.

Llega el día miércoles y Mariam ordena su café y su pedazo de pastel de chocolate, se despide emprendiendo su rumbo acostumbrado, no sin antes preguntar:

− Juan, ¿sigue la invitación puesta para el viernes? Yo puedo con gusto, eh?

Mientras ella habla, yo la vuelvo a recorrer con mi mirada llena de ganas, sabiendo que las horas hasta el encuentro serán inmensamente largas, pero le contesto sin dejar espacio a la torpeza.

− ¡Claro Mariam, faltaba más! Llega un champaña nuevo y me gustaría que lo disfrutaras. Vamos, que te espero.

Por fin el día esperado ha hecho su arribo, al estar en la trastienda acomodando la mesita y enfriando el champaña, Mariam hace su entrada triunfal. Luce radiante, no es que no luce así normalmente, pero el vestido veraniego con flores diminutas, de fondo rosa como el rosa de sus labios le arma espectacular, deja ver un poco más de sus muslos, su piel morena tiene un tono brillante que la hace más seductora, sus pechos sobresalen de manera elegante del escote y su cabello baila al vaivén de su contoneo, del cual brotan la mezcla de aromas de fruta madura y miel. No puedo articular más palabra que un seco hola y sus labios carnosos y húmedos se posan entre la comisura de mi boca y la mejilla, dejando un rastro de saliva. Entonces, una fuerza inmediata y apasionada se apodera de mí y la tomo entre los brazos, Mariam no opone resistencia, la apoyo en la pared y empezamos la delicia de querer descubrirnos. Sincronizados los dos, nos recorremos con devoción y entre suspiros. Nuestras miradas chocan queriendo más, me introduzco en ella con movimientos repetitivos. Con un grito silencioso sus dientes se clavan en mi carne, y me corro dentro de la musicalidad de sus piernas. Repetimos las miradas devoradoras. Asombrado todavía por su reacción, caemos al suelo, la poseo nuevamente como un desquiciado. Tengo hambre y sed de su cuerpo, y ella, ella baila mi embriaguez sexual a ritmo de dulzura. Muerdo sus nalgas duras, respingadas y tersas, siento los jugos del interior de su vulva mojar mi boca, sus manos de dedos delicados rozan mi entrepierna llegando hasta mi falo y, nos entregamos al orgasmo acompañados de gritos intermitentes. Seguimos con la tarea de practicar nuestro sexo, abandonándonos sin prejuicio, sin pesadumbres; el placer nos invade de una forma elegantemente virulenta. Escucho sus gemidos entrecortados y suaves, pidiéndome que la posea con todo el poder que me da su existencia, su olor apanalado y el mío, provoca besarnos y lamernos iniciando nuevos recuerdos y sensaciones. Sus palabras de deseo evocan más el gozo. ¡Follamos toda la noche!

Ramón ha llegado por el café, sentados en la misma mesa, en el mismo rincón, con los mismos sanduches y habiendo acabado ya, no tres botellas de Palomo Cojo si no el doble, me descubro ante él comentándole sobre mis amores con Mariam.

− ¡Vaya hombre, ya era hora tío! − dijo con su sonrisa sarcástica.

Sentados en el mismo rincón, comparto la última experiencia con la mujer que me devora la piel a través de nuestros explosivos encuentros sexuales. Le comento que recuerdo que, en una de las citas, llegamos a envolvernos en una carrera apasionada contra el tiempo dentro del tren-hotel, llegamos al punto de seguridad y con voz muy queda, le pedí un beso. Mariam se pegó a mi cuello, me hizo cariños, comentando que le gustaba mi olor a hombre, que le caminaban hormigas por todo el cuerpo cuando aspiraba mi perfume mentolado y a madera que al mezclarse con nuestro sudor hacía que su piel le gritara al deseo. Su aroma también se me pegó al cuerpo dulcemente. Pasamos a nuestro vagón y, provocado por las ganas, la empujé hacia mí, obligándola a entrar en mis fronteras con su boca; compartimos el calor humano, nos impregnamos de nuestra geografía, teniendo como testigos silenciosos a los usuarios de Renfe. Sentirla ansiosa y a punto de llegar al clímax me despertó más la creatividad y el peligro de ser descubiertos en el acto nos volvía más cachondos. Siempre llegamos al límite de la pasión, no tenemos remordimientos ni tampoco inhibiciones. Nos disfrutamos diciéndonos guarrerías, somos codiciosos con el sexo y la improvisación, nos resulta atractiva.

Un suspiro surge de improviso en Ramón.

-Es imposible Juan, esto es algo ya casi perverso− ligeramente me revuelve los cabellos como es su costumbre y yo sin más replico: − Amigo de mi alma, Mariam se ha convertido en una necesidad diaria, es un vicio que estoy empezando a amar.

 

Margarita Dager-Uscocovich
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