Distintos análisis coinciden al señalar el impacto negativo de la pandemia en la economía global y en la calidad de vida de la población. El retroceso es tan abismal que el Banco Mundial identifica a los “nuevos pobres” como grupo emergente: 88 millones de personas empujadas hacia la pobreza extrema. Y es que, desde los primeros momentos del confinamiento masivo líderes mundiales afirmaban que desde la Segunda Guerra Mundial no ocurría una situación de tal magnitud y gravedad.
Latinoamérica fue la última región del planeta en contagiarse de Covid-19 o coronavirus, y actualmente tiene a dos de los cinco países del mundo con mayor número de casos (Brasil y México). Y experimenta la peor crisis económica de los últimos 120 años, con una contracción de casi 8%.
Desde estas líneas nos permitimos avizorar elementos para comprender esa incidencia en América Latina y su significado para el ciudadano común, ese que no está familiarizado con cifras y gráficos.
OPCIONES DE CAMBIO
Una de las principales consecuencias es el cambio. Sí. A nuestro juicio, es la gran lección. De un día para otro la vida cotidiana se transformó radicalmente. Nadie y nada se escapó. Se hizo imprescindible la aceptación y la actitud de conocer e informarse de qué se trata lo que está ocurriendo para buscar soluciones o aliados que permitieran adaptarnos, resolver y seguir adelante. Alinearse con el llamado “gran reset o reinicio” es estar dispuesto a la reinvención en cualquier forma o ámbito.
Además, la vida digital ya no es opcional. Hay que convivir con ella y adquirir herramientas que permitan generar ingresos como empleado o como emprendedor. Sin embargo, es considerable el retroceso en materia de brechas. No todos tienen posibilidades de educarse o de trabajar en línea, desde casa, al carecer de servicios, de recursos tecnológicos y de capacitación. A ello se suma que en los próximos cinco años habrá 85 millones de puestos de trabajo menos en el mundo, como consecuencia de la recesión y del aceleramiento de la automatización de procesos que ya no requieren del ser humano.
Esa desigualdad también se manifiesta en el acceso a fuentes de bienestar y de atención a la salud; además del rezago femenino. En Latinoamérica la informalidad ocupa el 60 % del sistema productivo y a su vez, lo protagoniza la mujer (59%), quien además tiende a ser jefa de hogar.
Y aunque el panorama 2021 no pinta color de rosas, hay salidas. Tanto en la empresa privada como en las instituciones internacionales dadas a la cooperación y el apoyo, se comenzaron a tejer soluciones. El Banco Interamericano de Desarrollo, BID, hizo un desembolso histórico de 21.600 millones de dólares en el 2020 para atender urgencias en sus 26 países miembros, y en el 2021 se perfila una línea de trabajo de impulso a la reactivación económica, la digitalización, el cambio climático y género. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, prevé un rebote positivo con crecimiento de 3,7 % para la región.
La superación de las dificultades dependerá de las gestiones y políticas de los gobiernos nacionales y locales, la cooperación entre los actores sociales y la conducta consciente del ciudadano, y la disposición a aprovechar oportunidades de aprendizaje. El Foro Económico Mundial proyecta que en 2025 habrán surgido 97 millones de empleos nuevos enfocados en economía verde, análisis de datos e inteligencia artificial.
Si las personas y las organizaciones sociales están atentos a acceder o promover programas y proyectos en esa nueva etapa o “reinicio”, y demandan a sus líderes una actitud proactiva y transparente, entonces la transformación social habrá tenido sentido.
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