Alertas familiares: cuando nuestros hijos hacen silencio | La Nota Latina

Alertas familiares: cuando nuestros hijos hacen silencio

Al leer el título usted podría pensar: “Hay que enseñarles serenidad, sosiego, estar concentrados, pero a la vez, ¿tenemos que estar atentos cuando nuestros hijos no hacen ruido?  La respuesta es sí.

En ocasiones, la intuición parental y el conocimiento científico poseen una elevadísima coincidencia. Eso ocurre con la ausencia de sonidos cuando de nuestros hijos se trata. Casi es una señal de alarma si, repentinamente, no escuchamos el ruido o sonido que nuestros hijos hacen. Normalmente pensamos: “alguna travesura estará realizando”, sin embargo, en muchas oportunidades el silencio es la preocupante o fatídica señal de que algo dañino o funesto ha ocurrido.

Y es natural esa preocupación. No existe nada más típico en nuestros hijos que su vitalidad, y todo lo que es vida, comúnmente produce un sonido. En otras palabras, el silencio no es la principal característica de los más pequeños de la familia. Cuando juegan o están en la casa, los niños hablan, gritan, se ríen, mueven, lanzan o golpean cosas y juguetes; se escuchan sus pasos, sus carreras o sus saltos; por lo que es sumamente natural y realmente una definitiva señal de que algo diferente ocurre, cuando ellos no hacen sonidos. Sin embargo, también podrían estar concentrados o dormidos. Es preferible ratificar que esto está ocurriendo, a pasarlo por alto y que nuestros hijos se encuentren en riesgo, sin nosotros darnos cuenta.

Pero ¿por qué la precaución o alerta? No pocos momentos de silencio precedieron el fatal final de un pequeño. En noticias de prensa, cuando tratan sobre la muerte en el hogar de algún infante, comúnmente los adultos comentan que dejaron de “sentirlos” o que cuando se percataron que no le escuchaban y salieron a buscarlos, se encontraron con dolorosísimas escenas de ahogamiento por inmersión, sofocamiento y otros fatídicos accidentes.

Alertas familiares: cuando nuestros hijos hacen silencio
En muchas oportunidades, el silencio es la preocupante o fatídica señal de que algo dañino o funesto ha ocurrido.

Sin embargo, la muerte no es la única opción detrás de momentos de silencio. También lo está el abuso o violencia sexual. A diferencia de la “sonoridad” que la violencia física conlleva, la violencia sexual hacia los niños se caracteriza por el silencio antes y después del evento. Silencio que la curiosidad o coacción generan en su inicio, así como mutismo obligado por la amenaza de represalias luego del mismo por parte del abusador, como lo evidencian las investigaciones.

Ante la posible sensación de angustia que pudiese estarse generando en usted lectora o lector, ante la idea de peligro o inseguridad que pudiera reflejar este tema, muy por el contrario, la orientación es a tener muy en cuenta una sencilla característica de nuestros hijos que, sin palabras, nos dice mucho: el sonido que ellos producen.

El llamado es a estar atentos a ellos. Atención que en este caso es auditiva, por supuesto, sin dejar de observar qué hacen. Supervisión que se va relajando en la medida que crecen, pero que mientras vivan bajo nuestro techo, no podemos olvidar.

Igualmente, debemos proporcionar espacios seguros a nuestros hijos. Tomas de electricidad cubiertas, eliminar reservorios de agua que superen la mitad de su cuerpo o restricciones físicas a su acceso, como el caso de las piscinas. Apartar sustancias líquidas tóxicas de su alcance, así como el acceso a balcones. Creemos para ellos espacios específicos de juego, para hacer nuestra labor un poco más sencilla y evitando así el uso de espacios poco propicios.

Cuidamos lo que valoramos y queremos. La atención y supervisión es parte de ese cuidado. Relativamente muy poco, en el caso de estar atentos a sus sonidos, cuando de los que se trata es del bienestar de nuestros principales tesoros y responsabilidad, los hijos.

 

 

 

 

Cristina Paz
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