“En todos los cuenteros hay una esencia común, unas ganas, un miedo, una ilusión…Caminos de colores, palabras, sonidos, magia, que algunos llaman interculturalidad y que nace de lo más simple: la necesidad del hombre de compartir y juntarse, como se junta lo real y lo mágico, siempre que se alimente de la autenticidad de quien asume el riesgo de mezclar sus raíces o batir sus alas en cualquier sitio que sirve de sustento a otras raíces y de espacio, al batir de otras alas”…A.M.C
Aldo Méndez Camacho, proviene de una familia cubana en la que siempre ha existido la costumbre de hablar. En su natal Meneses, surgió su devoción por la narración oral, acumuló un acervo enorme de cuentos con los que despierta en los demás el gusto por conversar, a través del sortilegio de las palabras.
Suaves, desplantadas, desgarradas, cada palabra se convierte en un sonido de su voz que nos recrea un universo de sitios, lugares, sabores y especialmente, esas ganas enormes de vivir que contagia, cuando lo vemos en un escenario, en una plaza, en una biblioteca, en un salón o en cualquier punto de nuestra Hispanoamérica, porque Aldo se ha convertido en un cuentero que trasluce la esencia de sus raíces desde la honestidad, autenticidad y generosidad de su alma.
“Soy un cubano, de Meneses; un pueblo del centro de la isla. Soy un hombre cercano, a veces un poco expansivo, abierto, irreverente, burlón, lenguaraz y un amante de la gente, especialmente de la gente abierta, de los niños y las niñas.”, así se describe este cubano, residenciado en Ciudad Real, España.
¿Cómo elegiste la profesión de cuentero?
-Aunque suene pretencioso fue el oficio quien me eligió. El azar hizo lo suyo y me dejé llevar porque de algún modo, contar historias se parece a casi todo lo que quise ser cuando soñaba mi futuro en mi pueblo de horizontes pequeños. Un cuento y yo nos descubrimos en Moscú y sin saber lo que simbolizaba, me lancé a contarlo; luego vinieron los talleres, los aprendizajes y tomé, paulatinamente, conciencia de lo que significaba.
Pero de ese pueblecito, voló hace 18 años a España y allí confirmó que este mundo oral, era parte inexorable de su vida y esa nueva etapa de emigrante la vivió desde una perspectiva creativa. “Nunca estuvo entre mis proyectos vivir fuera de mi país por lo que no salí preparado para ello y todo ocurrió en un momento en el que, a pesar de las dificultades, muchas cosas hacían de mi vida un privilegio”’, acotó.
“Había estado en España varias veces antes de quedarme a vivir; conocía a muchas personas que se volvieron imprescindibles, me facilitaron casa, trabajo y fueron los responsables de que la cuentería se convirtiera en mi oficio. Los cuentos colocaron las cosas en su sitio: la palabra funda. A medida que me asumía como narrador de cuentos se hacían los caminos y se abrían las puertas. Ciudad Real y su gente me acogieron, fueron muy hospitalarios y generosos. Es más que evidente la diferencia de este rincón de La Mancha con mis raíces, pero me ha entregado tantas cosa que siento pertenecer a este lugar del mundo”.
“Cuba es raíz y manantial; España, ala y cauce, Ambos países son mi casa y de ambos tengo luces y sombras, alegrías y resabios. Para un “palabrero” o un poeta es un privilegio porque las palabras y los sueños se hacen uno y tienen siempre ganas de volar”, así define Aldo los dos territorios de sus pasiones.
Desde hace cinco años, este Cuentero vive en permanente estado de migración lo que le ha supuesto asumir el desapego. “A veces quiero cargar conmigo los amigos, los olores, los sabores, la luz a determinada hora del día, ciertas comidas… Los ánimos exigen y son, a veces, caprichosos. Me dejo llevar y voy abierto a la vida, me dejo seducir y seduzco, me dejo querer y quiero; a cada lugar le encuentro algo y lo hago mío. Llevo conmigo lo imprescindible, acomodo suspiros y palabras y miro lo profundo del paisaje, hurgo en la hondura de las miradas para quedarme y ser más allá del estar”.
La Cuentería es una búsqueda existencial
La cuentería es el arte oral de contar, u oralidad narradora artística, que consiste en comunicar y expresar por medio de la palabra, la voz y el gesto vivo, cuentos y otros géneros imaginarios que el cuentero inventa y/o reinventa en el aquí y ahora con un público considerado interlocutor, y que por ser comunicación no son literales respecto a la fuente.
Para este Magister en Filosofía de la Universidad Estatal de Moscú, Lomonosov, su profesión le abrió muchas puertas al entendimiento con el mundo y con la gente. “La cuentería es un oficio que está muy vinculado a los principios que sostienen y definen la Filosofía: la vida, las relaciones humanas, la ética, la estética… Cuando preparo las historias, cuando las cuento hay, innegablemente, una búsqueda existencial y por tanto filosófica”
“Cuento lo que creo ser, lo que quise ser, lo que pude ser; reinvento mi vida y la tejo en las historias propias o la utilizo como puntos de vista para sostener y dar verosimilitud a las historias de otros que se traducen propias en mi voz, en el entramado que tejen mis recuerdos y mis vivencias con lo que cuentan la tradición y los autores a los que, en algún momento, recurro”, explicó Méndez Camacho.
”Hay tres principios claves de una buena historia: Autenticidad, Honestidad y Generosidad. Contar cuentos es un ejercicio ético que tiene un resultado estético. Si hay un arte o un oficio que dibuja esa frontera entre lo ético y lo estético es la narración oral. Para mí, cualquier narrador de historia más allá de la formación que tenga, más allá de la capacidad de lecturas que tenga , y vivencias, debe ser esencialmente autentico, honesto y generoso”, puntualizó.
“El ser humano lo es, siempre y cuando transmita saberes a través de la comunicación. El cuentero lo hace desde los afectos, y una sociedad tan vertiginosa necesita de ello. Hoy en día la familia ha dejado de ser el núcleo que fue debido a la sociedad de consumo. Esa necesidad afectiva la suple el cuentero que es un pozo evocador, el heraldo de la memoria colectiva. Cuando tú cuentas un cuento, el público siente que estás construyendo una historia delante de ellos, y eso los convierte en partícipes. El ser humano es más pleno en tanto construye y aporta. Hay una interacción auténtica y aquí radica el significado actual del cuentero”, explicó Aldo en una entrevista en una publicación española.
¿Qué es lo que inspira una historia?
-Son muchas cosas las que inspiran y sostienen, van desde mi ánimo hasta el espacio en el que ocurre la narración. No es una ciencia exacta, es el azar, son energías que se van colocando, armando, complementando. El narrador, al final de las historia, no es lo más importante, el resultado lo define el público que es quien acoge el cuento, lo acepta, lo arropa.. Las historias están inspiradas en la vida y la vida es el azar de ahí que considere importante trenzar cada cuento en la raíz misma de la memoria.
Los primeros autores en la andadura profesional de Aldo Méndez Camacho fueron: su maestra Mayra Navarro, quizás la más importante representante de la narración oral de Cuba, más de 50 años contando cuentos, Onelio Jorge Cardoso, Aquiles Nazoa, Jairo Aníbal Niño, Senel Paz, “cuentan algo que yo quería contar, que necesitaba contar y ayudaron a que se armara mi voz, a que se hiciera de un cauce propio. Luego hay muchos otros, me gusta la poesía, creo que la esencia del cuentero está más ligada al ritmo interno de la poesía que a la estructura de la narrativa, entonces: asumo que me gusta leer y que me baile dentro Federico García Lorca, sus lunas, sus verdes, sus alas, su canto”.
Aldo Méndez Camacho ha publicado algunos libros de poesía para niños, de prosa poética, otro sobre animación a la lectura y una propuesta didáctica para trabajar la interculturalidad, un CD con cuentos de Andersen otro con las historias que forman parte del libro “Recuerdos de mi única casa” y un CD de canciones realizadas a partir de trece textos poéticos Donde nace la luz.
Ha trabajado en Cuba, España, Venezuela, Costa Rica, México, Marruecos, Túnez, Francia, Ecuador, Argentina, Chile y Uruguay.
“América Latina me alegra y me duele por igual: cómo tanta memoria y tanta raíz incuban el olvido, cómo tanta luz y tanto ritmo van de la mano con la miseria, la desolación y la tristeza, cómo la ternura camina al lado de la violencia. Me gusta la gente que se planta y funda y recrea y defiende. Definir a los latinoamericanos es complejo, tanto como lo es cada ser humano, pero cada vez más me gusta ser de donde soy, venir de dónde vengo, ser quien soy y lo que soy, reencontrarme en los lugares en los que otros se han perdido. De cada país me enamora la gente, me enamoran los sabores, la luz, los colores, los cantos…”.
A punto de presentar “Canciones y palabras”, un libro-cd con algunos de sus poemas musicalizados por Carlos Cano y Hernán Milla, Méndez Camacho, nos relata sus proyectos para el 2016: “Tengo compromisos en México, Chile, Colombia, Brasil y Perú y quiero encontrar el modo de consolidar un sueño: una ESCUELA VIAJERA DE LAS PALABRAS para jugar con niños y niñas de América y España a redefinir el mundo, a reencontrarnos en la raíz, en la esencia. Un proyecto que supone colocar al servicio de los más jóvenes, todas las cosas que me ha dejado la vida y el oficio”, finalizó el cuentero de Meneses.
Redes sociales:
Blog http://www.aldomendezcuentero.blogspot.com/
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Face: https://www.facebook.com/aldojmendez?fref=ts
ANEXOS
El Alacrán
En pocas palabras
Mi abuelo era un hombre de palabra – decían
¿Una sola palabra?- me preguntaba aunque tenía la certeza de que sabía más de una; pocas eso sí, pero más de una.
Sus manos eran callosas pero suaves. Eran como la tierra: a ratos blandas, a veces duras; y frías y calientes y húmedas y secas.
Su mirada tenía la apariencia de un lago: profunda, limpia, misteriosa.
Mi abuelo no contaba cuentos, contaba su vida que era como de cuentos. Yo lo escuchaba queriendo entrar en sus pocas palabras; las precisas, las verdaderas.
Él sabía compartir como nadie las cosas pequeñas y difíciles de repartir entre todos
Su larga barba blanca llegaba más allá de sus rodillas y por las hebras plateadas de su pelambre mis primos y yo subíamos a buscar el pozo de sus besos apagados y secos pero dulces
Mi silencioso abuelo tenía tanta azúcar que, en la siesta, venían a morderle las hormigas; entonces él roncaba y resoplaba para que ellas buscaran el camino que llevaba hasta el tarro de azúcar de la cocina y que custodiaba mi abuela.
A papá –así le llamamos siempre- le gustaba verme cantar, recitar poemas de memoria y, en las tardes, me pedía que leyera en voz alta y clara las noticias porque juntar las letras del periódico se le hacía muy difícil.
Cuando la noche era oscura, los ojos de mi abuelo eran faros. Cuando la noche era más noche saber que mi abuelo nos velaba hacía que la oscuridad fuera mentira. Corríamos entonces a cazar los cocuyos que el abuelo llamaba haciendo ruidos con el dedo índice moviendo sus labios.
Venían todos los cocuyos del mundo. Cazábamos cientos de ellos y los guardábamos en frascos de cristal para alumbrar la noche. Mis primas mayores, que ya andaban preocupadas por el amor y el matrimonio, agarraban a uno de los pobres bichos, lo colocaban patas arriba y cantaban: – Cocuyito cocuyito cuántos novios voy a tener… Lo soltaban y según las veces que este saltara para librarse de nosotros y volver a volar, sería el número de amores que depararía el destino.
Yo nunca pregunté cuál sería mi futuro amoroso.
Mis primas se hicieron mujeres y en una de esas noches en las que al parecer ya estaba dispuesto a crecer, me atreví a realizar el ritual: el cocuyo más grande y encendido patas arriba, mis primos más pequeños bien atentos y el abuelo velándonos la noche.
– Cocuyito, cocuyito cuántas novias voy a tener… – dije tímidamente y se hizo el silencio. Yo esperaba. Yo temblaba. Entonces, el cocuyo se volteó sin saltos y sin ruidos; miró mis ojos asombrados con sus ojos encendidos y alzó el vuelo.
El abuelo se acercó, acarició mi cabeza y con sus pocas palabras me dijo al oído:
– No te preocupes, hay verdades que ni un cocuyo sabe decir.
Se acabó esa noche, pasaron muchas otras hasta que un día se marchó el abuelo llevándose sus pocas palabras, sus manos, sus ojos, su barba, sus besos. Yo no he vuelto a cazar cocuyos y la vida me ha obligado a nombrarla con voz propia.
Hay verdades difíciles y hay verdades hermosas.
Mi abuelo de pocas palabras era un hombre generoso y sabio
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