Los niños que practican deportes desde la temprana edad, aprenden a competir de por vida. Conoce las mejores opciones para orientarlos.
Nunca he sido una persona dedicada al deporte, ni siquiera cuando era niña. No solo porque no me gustaba, sino porque además, en los años ochenta mi país no patrocinaba ningún otro deporte que no fuera el fútbol masculino.
Por otro lado, mi Mamá tenía que trabajar tiempo completo para mantenernos, así que no contaba con el tiempo ni con el dinero para matricularme en actividades extra curriculares. Entonces, el ejercicio que hacía era jugando con mis vecinitos a las escondidas o guerras de agua en la calle, cuando llegaba de estudiar.
Sin embargo, en el colegio me tocó ser parte del equipo de baloncesto en contra de mi voluntad. Como yo era una de las niñas más altas de mi clase—mi estatura ha sido 5’7’’ (1.70 metros) desde que tenía 13 años—los profesores de educación física siempre me escogían, aunque odiaba los deportes de contacto.
“Recuerdo que terminaba los partidos, casi siempre, con dos dedos tronchados que se inflamaban y se ponían morados como unas morcillas”.
Evidentemente, los niños que practican deportes desde la temprana edad, aprenden a competir de por vida. Desarrollan un deseo de superación lo cual les fomenta el éxito personal. Es un sello indeleble que yo no recibí, tal vez por eso nunca he sido una persona competitiva. Me contento con estar en las tribunas en lugar de la cancha y encontrar una sombrita para sentarme, cómodamente, a ver el partido.
Los niños y el deporte: quieren aprenderlos todo
Pero, ahora que mi hijo está a punto de cumplir cinco años y quiere probar todos los deportes, quiero patrocinarlo. Gracias a Dios heredó la habilidad de mi marido, porque si hubiera heredado la mía, ¡qué pesar!
El sábado pasado fue su oportunidad de lucirse. Mi hijo fue seleccionado para tomar la prueba y avanzar a cinturón verde de Mini Taekwondo. Empezó hace un año y disfruta muchísimo este deporte, que según él, se llama “Clases de Súper-Geroe (héroe)”.
Hasta el momento, ha sido una experiencia increíble gracias al carisma y la disciplina del profesor, quien mantiene a todos los niños como unos soldaditos. Pero, mi hijo es el menor de los pollitos y le cuesta más trabajo lograr los movimientos y controlar su equilibrio y coordinación. Para completar, se la pasa haciendo bromas y no escucha las instrucciones.
Luego del saludo ceremonioso, empezó la prueba. Aunque estoy muy orgullosa de mi muñeco, empecé a criticarlo por no hacer las cosas tan bien como sus compañeros. Durante una hora, me retorcí en la silla desesperada.
“Me sentí como viendo un partido de las eliminatorias al Mundial de Fútbol. Me quedaba mirando a mi pequeño, fijamente, queriendo convertirme en el Genio de la Lámpara y hechizarlo para que los ejercicios le salieran a la perfección”.
De repente, le quité la mirada y mi estrella de artes marciales logró unas mini-patadas voladoras que le valieron el reconocimiento del profesor. Mi esposo se volteó y me dijo, “¿Si viste? ¡Hay que dejarlo que haga las cosas solo!“
En ese momento me di cuenta de dos cosas. Primero, que cuando mi marido o mi hijo me sacan el “genio”, no me da poderes mágicos ¡sino ganas de matarlos! Y segundo, que no importa cuánto quiera que mi hijo haga las cosas bien, él tiene que aprender a hacerlas solo.
“Ya sea jugando deportes o estudiando para sacar buenas notas cuando crezca, mi hijo tendrá que hacer el esfuerzo para alcanzar sus metas y entender que los triunfos, hay que sudarlos gota a gota”.
Eso sí, prometo estar siempre al lado de la cancha con mis pompones de colores para hacerle barra, al fin y al cabo no fui capitana de porras en vano. Yo no seré la mejor atleta, ¡pero bailando no me gana nadie!
Gracias por leer y compartir.
@MiVidaGringa
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