Cuando a la vista de todos se evidencian casos que contradicen la noción de familia como espacio de amor, cuidado, protección y solidaridad, es lógico que la sociedad, a través de diferentes representantes, exprese su alarma y retrotraiga viejas discusiones sobre regulaciones, derechos individuales o características socioculturales. Tal situación se está presentando a la sociedad norteamericana cuando el pasado 16 de enero, en el estado de California, sale a la luz pública la vida familiar de David y Louise Turpin y sus 13 hijos.
Descubrir por denuncia de una de las hijas (quien logra burlar el control parental y hace una llamado de auxilio a la policía, la cual se apersona en el hogar de la familia Turpin) que las “practicas” de vida familiar que venían sucediéndose, pueden ser consideradas como maltrato y hasta tortura, debido al hallazgo de hijos encadenados, desnutridos, con constitución física de 12 años o menos cuando siete de ellos tienes edades comprendidas entre 18 y 29 años; además, el desaseo y hedor a orina en el recinto, cajas de juguetes no abiertos, nos habla de una familia que a su interior, contrarrestaba radicalmente con su fachada de “familia feliz”. Aún la situación se encuentra rodeada de la duda de familiares que, aunque con años sin contacto personal y con la idea de que los Turpin tenían estilos de crianza “estrictos”, asumía un “buen cumplimiento” de sus deberes como padres. El asombro de amigos quienes atestiguaban a través de las redes sociales, momentos de recreación, viajes y celebraciones que mostraban usos socialmente etiquetados como los de una “familia feliz”, hasta la confirmación por parte de vecinos quienes veían a una familia muy poco activa, muy poco notoria, muy poco visible. Ante la vista de todos y detrás de toda esa aparente “normal apariencia”, se estaba desarrollando una realidad que casi parece el guion de una película de horror.
Y es que la especie humana es capaz de los más sublimes actos, al igual que generadora de los más atroces momentos. La familia es sólo una expresión, en pequeña escala, de la humanidad y la vida familiar entra en tal abanico de posibilidades.
El caso apenas se encuentra en fase de investigación y existe mucho de la dinámica familiar que se desconoce, pero ¿qué pasó con la familia Turpin? Dado el interés que los eventos de violencia dentro del grupo familiar me han generado desde hace más de 17 años y para el cual he dirigido mis esfuerzos investigativos y he generado un modelo teórico*, no puedo menos que buscar explicar este caso, a través del mismo. Es importante aclarar que la familia Turpin representa lo que yo denomino el “extremo” del espectro de violencia. Dicho extremo o etapa aguda de violencia, tiene su característica más notoria en el hecho de que los actos de dominio y control por el o los miembros que ostentan el poder, llegan a atentar contra la finalidad familiar de preservación de alguno o varios de sus miembros, debido a que les lesiona severamente, atentando contra la integridad física, emocional y/o sexual. Tal nivel agudo de violencia termina haciéndose público debido a la denuncia del mismo o peor aún, por desenlaces fatales y la consecuente intervención de organismos de control social.
La familia Turpin no sólo está en el extremo por el nivel de daño ocasionado a sus hijos, sino porque involucra a los 13 hijos procreados, aspecto muy poco usual dentro de los casos de violencia familiar. Llamativos por su historia y gravedad de resultados, dichos casos extremos, sin embargo, son los menos ocurridos si los comparamos con prácticas “socialmente aceptadas” como el castigo físico, la degradación, la amenaza, el grito y la descalificación, que aparecen en cualquier discusión familiar y que dejan cantidades significativas de futuros usuarios de servicios de salud mental, así como potenciales suicidas y homicidas. No significa que estos casos extremos no nos alarmen y nos lleven a la reflexión y acción, sino que no hay que perder de vista los casos más cotidianos, más frecuentes, que involucran a mayor número de víctimas y que, sin embargo, pasan desapercibidos por la costumbre y la permisividad social.
En la familia Turpin se expresa la negación de la finalidad familiar de preservación de sus miembros y se ubica en el extremo de perjuicio de los mismos, e igualmente, el uso de la fuerza/poder que ostentaban los padres, para el control y dominio de quienes estaban bajo su custodia. Se expresa un “estilo de crianza” donde negaron a sus hijos un adecuado desarrollo físico, intelectual, emocional y social. Desde pautas alimenticias que han dejado un evidente retraso en el desarrollo físico de los hijos, sin hablar de los potenciales daños neurológicos y fisiológicos que puedan aparecer con el desarrollo de la investigación, hasta las limitaciones de contacto con un mundo exterior, indispensable para que los hijos fueran asumiendo la dirección autónoma e independiente de sus vidas.
El ejercicio de fuerza y poder, reitero, se expresa en su máxima y nociva manifestación, cuando llegan a considerarse a los hijos como “propiedad” y como tal, disponer e imponer contra su voluntad pautas dañinas de funcionamiento y ejecutar acciones de maltrato directo. Consecuentemente, la imposibilidad de aceptar y asumir los cambios que el desarrollo personal de los hijos va teniendo lugar y por tanto, negar los cambios que la vida familiar tiene a raíz del desarrollo personal de sus miembros.
En la medida que la investigación avance, características personales y mentales en los padres, que podrían evidenciarse y ubicarse en algún tipo de rasgo o cuadro patológico, volcado en la historia familiar, pero igualmente, dinámicas que fueron evolucionando hacia una degradada interacción familiar como la encontrada. Nos encontramos con unos padres que contradicen altamente lo que podría considerarse como padres protectores, afectivos, nutricios. Padres que fueron estructurando un funcionamiento familiar cerrado al necesario intercambio social que permite la contrastación de ideas y prácticas parentales con aquellas recomendadas por su validez dados los resultados e igualmente por especialistas. Evidentemente, padres guiados por una motivación de poder coercitivo** que buscan el control de quienes somete, obteniendo satisfacción de ese hecho.
Cuando estos casos salen a la luz pública, las alarmas se encienden en cuanto a los controles o supervisiones gubernamentales, así como de la responsabilidad social de los ciudadanos. Se revive la polémica entre el derecho a la privacidad de la vida del hogar, pero igualmente el compromiso social y humano de velar porque nuestros cercanos no lleguen a padecer circunstancia alguna de violencia al interior de sus familias y menos tan extremas como las que han vivido los hijos de la familia Turpin. Se hace necesario reflexionar y actual al respecto.
** Modelo Generativo de Violencia Familiar (Paz, 2011)
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