El telón del teatro de las elecciones presidenciales de Colombia 2018 se alzó oficialmente la semana pasada. La aparente ruptura de las coaliciones de derecha y de izquierda demuestran que, por el momento, hay más caciques que indios y que éstos están dispuestos a dar la pelea por ser la cabeza y no el rabo de sus fórmulas.
La falta de confianza de los votantes, debido al vasto alcance de los múltiples y más recientes escándalos de corrupción en todas las ramas del poder público, combinada con el temor latente de una dictadura contagiosa proveniente de la república vecina, mantiene el futuro del país en la incertidumbre alimentando a diario el drama del escenario electoral.
Sin embargo, aunque el panorama es preocupante, en mi opinión la democracia en Colombia se acerca más de lo que uno pudiera creer al ideal de Platón y Aristóteles de poner el poder en las manos del pueblo.
En comparación con México, un país de más de 120 millones de habitantes, la presidencia se mantuvo en las manos del mismo partido político PRI (Partido de la Revolución Institucional) desde 1930 hasta el 2000.
En Estados Unidos, una de las super potencias del mundo con más de 320 millones de habitantes, la democracia es prácticamente bipartidista y con un sistema de votos electorales, el cual asigna poder a los estados de acuerdo con el censo de población restándole poder al voto individual.
Teniendo en cuenta lo anterior y mirando hacia el futuro con ojos optimistas, considero que nuestro país puede cambiar su rumbo. Cada generación, en los momentos coyunturales de nuestra historia, ha producido un caudillo que le ha tocado el alma al pueblo y ha logrado obstaculizar las maquinarias políticas tradicionales como lo hicieron en su momento Jorge Eliécer Gaitán y Luis Carlos Galán.
Pero debido a la crueldad de nuestra historia, sus voces fueron silenciadas antes de que la mayoría, ejerciendo su derecho a votar, les dieran las riendas del país con legitimidad.
Es cierto, la política en Colombia todavía es tribal y el poder se lo rotan entre los delfines de las familias tradicionales. No obstante, el derecho a asociarse contemplado en la Constitución garantiza que nuevos partidos políticos surjan y mantengan su personería jurídica siempre y cuando superen el umbral del 2% de la votación en las elecciones legislativas. Así que, si no ha habido mejores candidatos para escoger la culpa es nuestra.
Entonces, ¿cuál es el paso a seguir? El reto por parte de los votantes es lograr que la mayoría nos informemos verazmente y a cabalidad antes de marcar el tarjetón. El odio o el amor por candidatos del pasado se tiene que quedar ahí, en el pasado. Es la única manera de mover a Colombia hacia el futuro.
Por parte de los candidatos, el reto es sudar la camiseta y recorrer el país de esquina a esquina, no solo los departamentos y las ciudades que históricamente han votado por sus partidos.
Si quieren el trabajo tienen que cumplir con las entrevistas, pasar las pruebas psicotécnicas y entender que habitar la Casa de Nariño no es un regalo sino una cuenta de cobro a pagar en cuatro años.
Por mi parte ya empecé a revisar los planes de gobierno de los postulados y hay una candidata que podría poner a marchar a Colombia como un soldadito. Amanecerá y veremos a quién le alcanza la gasolina para llegar a la meta.
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