El pasado lunes 13 de noviembre las autoridades de salud cardiovascular de Estados Unidos presentaron la nueva guía para la prevención, detección, evaluación y mantenimiento de la hipertensión (2017 American College of Cardiology (ACC)/American Heart Association (AHA) Guideline for the Prevention, Detection, Evaluation and Management of High Blood Pressure).
Los nuevos parámetros para el diagnóstico de la hipertensión, elevaron automáticamente la cifra de estadounidenses no diagnosticados con esta silenciosa enfermedad a más de 100 millones. Las categorías quedaron definidas de la siguiente manera:
Presión Normal: menor de 120 sistólica y menor de 80 diastólica.
Presión Elevada: 120 a 129 sistólica y menor de 80 diastólica.
Hipertensión: 130 a 139 sistólica u 80 a 89 diastólica.
Actualmente el nivel de Colombia se encuentra a la par de la Organización Mundial de la Salud, con la presión sistólica por encima de 140 y la diastólica de 90. Sin embargo, a la luz de las nuevas directrices estadounidenses, la nueva ola podría llegar a América Latina muy pronto.
Si bien es cierto que las organizaciones de salud dedican sus esfuerzos de investigación para extender la expectativa y calidad de vida de la raza humana, cambios drásticos como el del nuevo nivel de diagnóstico de la hipertensión, generan serias incógnitas debido al impacto en los sistemas de salud de un país.
Con la reducción de 10 puntos en la clasificación normal, las compañías farmacéuticas en Estados Unidos contarán con más de cuatro millones de nuevos pacientes que requerirán tratamiento para controlar el riesgo de la hipertensión.
Por ejemplo, en 2004 las mismas organizaciones, ACC y AHA, redujeron el nivel de colesterol normal de 130 a 100 aumentando la “clientela” de los fabricantes de estatinas en 8 millones, y eso, solo en los Estados Unidos.
Otro factor que suscita discusión es el origen de las iniciativas y los estudios realizados para argumentar y respaldar los cambios en políticas de salud. Casi siempre, éstos están financiados por las mismas compañías beneficiadas por los resultados: las farmacéuticas.
Todo lo que tiene que ver con este tema lo tomo muy en serio, ya que he vivido muy de cerca los efectos de las enfermedades cardiovasculares. Por el lado de mi abuela materna, he sido testigo de la amenaza constante de la hipertensión desde que ella fue diagnosticada cuando tenía solo 42 años. Y con mi esposo, quien sobrevivió un infarto masivo en diciembre de 2010 cuando yo tenía cinco meses de embarazo.
El día que una enfermedad cardiovascular entra por la puerta de la casa, la vida cambia para siempre. Entre chiste y chanza, aunque extraño mi vida en Colombia, le doy gracias a Dios por estar lejos de los chicharrones y demás delicias gastronómicas por las que mi marido se muere.
Mi esposo y yo procuramos llevar un estilo de vida saludable para darle ejemplo a nuestro hijo de seis años. Sin embargo, mantenerse al ritmo de la moda dietética de estos tiempos es tanto imposible como costoso.
Cada temporada sale un nuevo “súper alimento”, el cual es promocionado como la cura de todos los males, pero un mes después, sale algún estudio desmintiendo las maravillas publicitadas inicialmente.
En mi opinión, todo en exceso es perjudicial. Una figura esbelta y una vida sana necesita ante todo equilibrio, no solo en la alimentación sino en el estilo de vida en general.
Las dietas extremas que eliminan alimentos necesarios para el funcionamiento del cuerpo, como azúcares y grasas naturales, terminan produciendo efectos adversos. De igual forma, las dietas ricas en “pecaditos” dulces o salados, y alimentos y bebidas procesadas, son la receta perfecta para convertirse en miembro privilegiado de la clientela de las farmacéuticas.
Como dice el dicho, “barriga llena, corazón contento”, siempre y cuando se llene de alimentos buenos.
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