«Irie» es la palabra que utilizan los jamaicanos cuando algo marcha bien y gusta. «Irie» puede resumir el tono y la intención de un recorrido por la isla que pisó Colón en 1494, en su segundo viaje. Jamaica es puro Caribe, con sus playas turquesas y hoteles todo incluido, pero su interior esconde otra esencia. Es selva verde, agua y madera.
Los auténticos jamaicanos, los habitantes precolombinos, se referían a su isla como la tierra del agua y la madera, Xaymaca. Una tierra fértil y afortunada, verde y generosa. Atravesada por abundantes ríos y mucha selva. Sin embargo, ellos, tanto los indios tainos como los arawaks, no vivieron buenos tiempos a partir de la llegada de Colón. Su isla, en cambio, sí corrió mejor fortuna y ha sabido mantener ese encanto salvaje y exuberante hasta nuestros días.
A poco que se la observe, sigue siendo agua y madera por todas partes. Y es un país condenadamente alegre. «Yeah man» te dicen constantemente. Sirve para todo, tanto para afirmar que algo es correcto o que gusta como para darle la razón a alguien, aunque no la tenga, para no seguir discutiendo. La vida hay que disfrutarla todo lo que se pueda. Esa es su máxima.
Playas, sol, fiesta… esa es solo la cara más comercial de Jamaica. En la isla hay mucho más. Para descubrir su esencia basta con alejarse un poco de sus principales reclamos turísticos y de los espacios centrados en el todo incluido o en el turismo de masas. Puedes huir de la primera línea costa, pero tampoco es imperativo.
Siguiendo la carretera de West End hacia el faro, en Negril, se encuentran algunos de los hoteles más atractivos y con más encanto de la zona. Rockhouse, The Caves y The Cliff. Cualquiera resulta una buena opción para desconectar unos días y disfrutar de la hospitalidad jamaicana.
Todos constan de cabañitas o villas que miran hacia el mar, entre vegetación e intimidad. Nos hallamos en el rincón más oriental de la isla, lo que se traduce en atardeceres encajados entre acantilados de rocas negras, fondos marinos perfectos para el buceo y una arquitectura rústica que se camufla armónicamente entre la vegetación.
Seguramente esta privilegiada ubicación es el ingrediente clave que le permite al Rick’s Café, que se encuentra muy cerca del faro, seguir teniendo tanto éxito entre los turistas después de tantos años. Este local es ciertamente un lugar masificado, pero alguna excepción merece la pena hacer. La gente acude a diario a presenciar el atardecer mientras asiste al ritual consistente en admirar unos impresionantes saltos al mar realizados desde lo alto del acantilado por lugareños y turistas sin vértigo, todo ello acompañado de música en vivo, cervezas, cócteles y un restaurante informal que permite proseguir la velada sin necesidad de moverte del lugar.
Si miramos hacia el interior, la postal es bien distinta. Atrás quedan el glamour y el lujo de algunos de sus hotelitos, la juerga y el alcohol de cualquiera de sus locales de moda, o sus hermosas pero masificadas playas de arena blanca, como la de Seven Mile. Basta con alejarse en coche una escasa media hora rumbo a las montañas y el encanto del lugar se vuelve más natural y agreste, sin artificios. Y eso incluye también a sus infraestructuras, algo necesitadas… Pero paciencia, esto es el Caribe y aquí todo se afronta con un ritmo diferente.
Fuente: elperiodico.com
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