Si pensamos que la vida familiar es un remanso de tranquilidad y continuismo inalterable, estamos quizás imaginando una roca o algún otro elemento inanimado. La vida de los seres vivos está envuelta en constante cambio y, vivir un cambio plantea en sí mismo, una crisis. Pequeñas e inadvertidas o grandes e intensas, las crisis representan una alteración del ritmo y funcionamiento acostumbrado de las cosas, para dar paso a la necesidad de hacer una evaluación de la situación y cambiar de ruta, si queremos salir de ella. Porque si algo es cierto, el modo y las estrategias con las cuales veníamos funcionando al respecto, ya no son efectivos.
La psicología nos plantea que las crisis son parte común de la vida y necesarias, porque en sí mismas, tienen la potencialidad de impulsar el desarrollo de personas y grupos. Los inconvenientes u obstáculos con los que nos encontramos, independientemente de su magnitud o significatividad, nos plantea un reto que, de ser resueltos, obran a favor de nuestro desarrollo personal. Sin embargo, también podemos estancarnos en él, y generarnos caos y sufrimiento.
Si la vida familiar tiene algo, es ser cambiante, por tanto, enfrentar momentos de tensión y crisis ante estos cambios, es parte esencial en la “trama” de ser familia. Pero no todas las crisis en la vida familiar son iguales. Según Frank Pitman (1990), reconocido terapista familiar norteamericano, las crisis que puede atravesar un grupo familiar y el cual está asociado al manejo de las tensiones, son cuatro: las desgracias inesperadas, las crisis de desarrollo, las crisis estructurales y las crisis por desvalimiento.
Las desgracias inesperadas se presentan de manera abierta y manifiesta, de carácter real e intensas, son producto de factores externos, bien sean causados por la naturaleza o por el hombre. Las crisis de desarrollo se expresan en los cambios que ocurren naturalmente a través del proceso evolutivo de los miembros de la familia, por condicionamiento biológico o social. Las crisis estructurales son aquellas que emergen de la propia constitución y funcionamiento familiar, mientras que las crisis por desvalimiento se presentan cuando uno o más miembros de la familia, poseen una condición especial (psicológica o fisiológica), que mientras más especializada sea la atención requerida, mayor tensión generará a la familia.
En cada caso, las familias que avanzan en las crisis hacen uso de los recursos desarrollados como incrementar la cohesión, la apertura e intensificación de la comunicación, revisan sus normas y pueden realizar cambios de roles. En los casos de crisis de desarrollo, se anticipan y se preparan para los cambios a través de la documentación, exploración de las redes sociales o búsqueda de orientación con especialistas, estos últimos en coincidencia con las acciones implementadas ante las crisis por desvalimiento. Estas familias aceptan el cambio, encuentran aspectos positivos y ganancias, son considerados entre ellos, identifican opciones de manejo de la situación, exploran nuevas perspectivas sobre el manejo de situaciones similares y se rodean de personas que le motivan a avanzar.
Las familias que se estancan en las crisis se mantienen en la queja, piensan solo en el pasado, siguen haciendo lo acostumbrado, considerando inútil el hacer cambios; asumen la situación como castigo o con sentimiento de culpa, se fijan exclusivamente en lo negativo de la situación dejando que el miedo se apodere de…
En tu historia familiar de manejo de crisis, ¿con cuál tipo de funcionamiento te identificas?
Dra. Cristina Paz
Psicólogo Clínico-Terapeuta Familiar
cristpaz@gmail.com
Instagram: @familiasenconstruccion
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