El poder de la fe | La Nota Latina

El poder de la fe

Ayer, mientras escribía esta columna, dos eventos transcendentales estaban próximos a ocurrir en Colombia. El primero, el partido de las eliminatorias al mundial de Rusia 2018 entre Colombia y Brasil, y el segundo, la llegada del Papa Francisco a Bogotá. Nada como la religión y el fútbol para colapsar al país del Sagrado Corazón de Jesús.

Mientras veía el primer tiempo del partido, asusté a mi hijo con mis gritos viscerales cada vez que los jugadores colombianos y brasileños disparaban su artillería al arco. Me tomé una pastilla de omeprazol para controlar la gastritis y en medio de la angustia, la imagen de un perrito colado en la cancha al minuto 44 me anestesió un par de minutos antes de que Brasil metiera el primer gol.

Luego, al minuto 55, el Tigre Falcao empató el encuentro de cabezazo gracias al pase quirúrgico de Arias devolviéndome el alma al cuerpo. Los siguientes 40 minutos me pegué de un rosario– haciendo honor a la tradición que aprendí con las monjas del Pureza de María en el bachillerato–rogando para que el árbitro pitara pronto el final.

Criada en un hogar católico, como el 58% de Colombia, aprendí desde muy temprana edad a venerar las tradiciones de la iglesia apostólica y en especial al Papa Juan Pablo II. Aún recuerdo el 1 de julio de 1986 y el vestido color rosa pálido que una de mis tías me regaló—el cual me hacía ver como un merengue–para ir a ver el Papamóvil cruzar al frente del edificio de un familiar en el norte de Bogotá.

En esa oportunidad, el Papa Juan Pablo II estuvo siete días en suelo colombiano, visitó 11 poblaciones y ofició 27 misas. Con un desconsolador telón de circunstancias que incluía la tragedia de Armero, la toma del Palacio de Justicia y el auge del narcotráfico en el país, la visita del Papa Viajero, como le decían, fue un bálsamo para calmar el dolor y reafirmar la fe del país.

31 años más tarde, la visita del Papa Francisco a Colombia, la cual en comparación solo incluye cuatro ciudades—Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena—ocurre en momentos de profunda división política y social en el país por cuenta del proceso de paz y las próximas elecciones presidenciales.

Controvertido y espontáneo desde su elección en 2013, el Papa Francisco ha mantenido a Latinoamérica en su lista de prioridades. Visitó Brasil ese mismo año, Ecuador, Bolivia y Paraguay en 2015, actualmente está en Colombia y visitará Chile y Perú el próximo año.

Además de ser el primer Santo Pontífice de habla hispana, la iglesia católica sabe bien que debe mantener al “Nuevo Mundo” cerca de su corazón. Según cifras de 2010, las Américas y el Caribe representan casi el 50% de los católicos en todo el mundo, del cual 28% se ubica en Sur América.

La migración masiva de refugiados musulmanes desde África y el Medio Oriente hacia Europa ha transformado la población disminuyendo el porcentaje de católicos en el viejo continente. Actualmente, la cifra se sitúa en menos del 25% comparado con el 75% a principios del siglo XX.

A pesar de que los Estados Unidos ocupan el cuarto lugar de los países con mayor número de católicos en el mundo–por debajo de Brasil, México y Filipinas y por encima de Italia–su transformación social y demográfica y el deseo de no ofender a nadie, ha llevado a algunas instituciones educativas a remover las estatuas de sus aulas. Tal es el caso del colegio San Domenico en la ciudad de San Anselmo, California.

Sin embargo, a pesar de la persecución cultural, la Iglesia Católica ha triplicado su número de feligreses alrededor del mundo durante el último siglo–de estimados 291 millones en 1910 a 1.1 billones en 2010–registrando un especial crecimiento en las regiones del sur del Sahara en el continente africano y en Asia y el Pacífico.

Aunque no he ido a misa en mucho tiempo, en gran parte debido a la corrupción y la falta de castigo para los abusos sexuales de menores por parte de miembros del clero, mi fe en Cristo es parte de mi identidad y de los valores con los que mi madre y mi abuela me criaron. Es allí, en los lazos familiares, donde el poder de una religión se mantiene y se fortalece con el paso de los años.

 

 

Xiomara Spadafora
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