Los occidentales sabemos que no es fácil comprender la música de la muerte, hecho inevitable para la condición humana. Como escribió Roberto Bolaño, la muerte siempre resulta inesperada. Siempre camina con uno con su escala de grises. Transcurrimos en la coincidencia de los opuestos: vida/muerte. Es algo que uno no se puede quitar de encima, pero su fuerza está en saber vivir sin pensarla, aunque sabiendo de la partida. Nos alerta para no desperdiciar el ahora, el instante, los fragmentos de nuestra historia. Los más viejos sabemos de ella, porque de algún modo todos los días tira una piedrecilla al vidrio de nuestra ventana. Pensarla no es para amargarse sino saber que, aunque se anuncie hay que lograr la salvación en vida.
Fecha de término
Uno trae el cuerpo con una fecha límite
Marca lo claro de lo oscuro
La piel es el escaparate del tiempo transcurrido
Y se ve la mortaja
Mi espalda, las rodillas saben el castigo de las horas
Huesos rodeados de rincones y recovecos
La respiración húmeda hace eco
La salida de cada hoja de calendario
La siento mientras duermo
Sus garras se acumulan
En mis sueños, más visibles en invierno,
Las horas presionan contra mí cuando subo las escaleras
Por la noche, trato de engañar su paso firme
Con pastillas o agarrado a mis recuerdos
En la oscuridad busco la fecha de término
Nunca la encuentro.
Pero está aquí, tal vez colgada de
una de mis pesadillas.
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