El lunes pasado estaba en la fila de la caja del supermercado, distraída, poniendo mis compras sobre la banda transportadora. De repente, una voz familiar me sorprendió por la espalda. No lo conozco muy bien pero sé que su nombre es Juan, que es el empacador más adorado en toda mi comunidad, que su familia es de Bogotá y que estaba en la lista de espera para un transplante de riñón.
La última vez que lo vi estaba comprando las cosas para la cena de Navidad con mi esposo. Se veía muy cansado, pero a pesar de su enfermedad, Juan maravillaba a todo el mundo empujando decenas de carritos en el parqueadero y siempre con una sonrisa contagiosa.
En la segunda semana de enero, mi mamá vio una foto de Juan en el hospital publicada por el gerente del supermercado en la página de Facebook. Éste hablaba acerca del éxito del transplante y de cómo su actitud positiva tenía sorprendidos a todos los miembros del equipo médico a cargo de su recuperación.
«Al leer esta noticia sentí alivio como si Juan fuera miembro de mi propia familia. Tal vez es el hecho de ser paisanos en una tierra lejana y porque cuando me lo encontraba me sentía en Colombia por unos minutos. Sin embargo, los meses pasaron y como no lo volví a ver trabajando pensé lo peor.»
Por ésta razón, al escuchar su voz me sorprendí tanto. Cuando terminó de empacar mis cosas me acompañó hasta el carro y entonces le pregunté los detalles de su operación. Con un tono de nostalgia me dijo: “es una historia extraordinaria“.
Me contó que durante meses le había empacado el mercado a una señora, quien al conocer sobre su deficiencia renal le había tomado un cariño especial. Este afecto se acrecentó cuando la señora supo que su hija era amiga de la hermana de Juan. Al parecer una noche la señora habló con su hija y le dijo que, si algún día le pasaba algo, se asegurara de donar sus riñones a Juan.
«Pocas semanas después, las palabras de la señora se convirtieron en una premonición y una trombosis la dejó en estado vegetativo a finales de 2016. Antes de desconectar a su madre del soporte de vida artificial, la hija se aseguró de que su último deseo se cumpliera. Así, el 4 de enero de 2017, uno de los riñones fue heredado a Juan en la Clínica Mayo de Jacksonville.»
Con lágrimas en los ojos me despedí de Juan con un abrazo. Le agradecí por compartirme su conmovedora historia y manejé hacia mi casa sintiendo una alegría indescriptible. En silencio pensé, “no hay duda que Dios existe”.
Este próximo domingo, Día de la Madre, estaré pensando en la mamá de Juan. Me pongo en su lugar y creo que habría dudado que podría celebrar este día al lado de mi hijo si el transplante no hubiera sido un éxito. Y pensaré también en la hija de la señora que donó su riñón. Aunque no podrá abrazar a su mamá y decirle cuánto la quiere, tendrá el consuelo eterno de saber que le regaló un tesoro a otra madre.
Feliz Día de la Madre a todas mis fieles lectoras. Dios las bendiga este día y siempre.
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