El pasado Viernes Santo puso de luto a los amantes del vallenato colombiano y en especial a la fanáticada de El Gran Martín Elías. Aunque no seguí su música de cerca–debo confesar que soy “Peterista”–la voz del heredero menor del Cacique de la Junta me arrebataba el corazón.
Los recuerdos de las incontables parrandas vallenatas, cantando con mi voz de tarro hasta el amanecer los poemas de su padre Diomedes Díaz, son unos de los más preciados en mi temprana juventud.
No obstante, lo más triste del fatídico final de Martín Elías Díaz fueron las horas que siguieron a su muerte, manchadas de controversia por el insensible tuit de una “periodista” del periódico El Tiempo.
Según su biografía en Twitter, la columnista María Antonia García tiene más puestos que un bus y en dos idiomas. Sin embargo, parace ser que ninguno de sus títulos, especialmente el Doctorado en Literatura Española, le enseñó el significado de las palabras compasión y prudencia.
Como lo dije en una de mis columnas más compartidas de este año El Poder del Micrófono, luego del comentario de Vanessa de la Torre sobre Melania Trump: “Muchos periodistas en Colombia y en Estados Unidos, sufren de delirio de grandeza y son prisioneros de sus egos”.
Éstos están convencidos de que el país necesita saber qué piensan las 24 horas del día fuera de su espacio habitual de emisión o página impresa por medio de las redes sociales. En mi opinión, los buenos periodistas no están en Twitter y si lo están, solamente usan las redes para promover sus contenidos ya publicados.
Pero además de la altivez y la soberbia, hay otro factor que considero ha llevado a la disminución de la calidad del periodismo en Colombia y el resto del mundo: la ausencia de un verdadero corrector de estilo para los contenidos digitales.
No sé ahora, pero en mi época de practicante en el periódico El Espectador, los correctores de estilo–de quienes aprendí más que en la universidad–examinaban cada artículo con lupa y decantaban los errores ortográficos, gramaticales y de puntuación antes de ir a la imprenta.
En contraste, los medios digitales y las redes sociales disparan como una metralleta noticias llenas de errores gramaticales y éticos, permitiendo que las “reacciones viscerales”–como justificó García su infortunado tuit en entrevistas radiales el pasado lunes–levanten ampolla y generen tráfico en internet.
Si a ésto se le suma la falta de sanciones por parte de los editores y dueños de medios, quienes se limitan a publicar boletines en los que se distancian de las opiniones de sus empleados o contratistas, al final todos tiran la piedra y esconden la mano.
En una entrevista publicada por la Revista Semana el sábado pasado, la ex directora ejecutiva de Andiarios, Nora Sanín, reconoció este problema el cual ha desencadenado lo que hoy se conoce como noticias falsas o “fake news”.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención de esta entrevista es que Sanín considera que “el periodismo de calidad es costoso” y los periódicos cometieron el grave error de entregar contenidos gratis en internet.
Si bien es cierto que los medios de comunicación, antes que ser un servicio de información a la comunidad son un negocio y deben ser administrados para que den rentabilidad, me opongo a que un lector, por ejemplo, tenga que pagar $2,000 pesos colombianos (40 centavos de dólar) por una edición de lunes a viernes de un periódico nacional para leer noticias veraces.
En conclusión, como el dicho, “lo barato sale caro”. Estamos leyendo noticias gratis por internet pero al costo de estar mal informados.
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