Corren buenos tiempos para los rusos y exsoviéticos que compran vivienda en la mayor ciudad de Florida. En noviembre y diciembre de 2016, Rusia se colocó en el primer lugar de origen de buscadores de vivienda en la página de la Asociación de Corredores de Bienes Raíces de Miami, por delante de Colombia y Venezuela.
Sunny Isles es una zona costera del Miami metropolitano con un 7% de población de lengua rusa y apodada Little Moscú. Su desarrollo se precipitó a principios de los 2000 vinculado a la entrada de fortunas rusas que brotaron al calor del estallido capitalista postsoviético. Y entre la hilera de rascacielos que recorre Sunny Isles al borde de la playa hay seis torres con el nombre de Trump –no construidas por él, pero a las que cedió su atractivo sello comercial a cambio de comisiones–.
Según Reuters, entre los seis edificios Trump de Sunny Isles y otro que está más al norte, la élite de los inversores rusos se ha gastado 100 millones de dólares en los últimos años. Nada les atrae más que la marca del magnate. “Da igual lo que ofrezcas”, dijo Roman Bokeria, “un 99,9% de los rusos va a comprar Trump. En su psicología su nombre está asociado al éxito en América, al lujo de una gran vida en América, con una familia preciosa, una mujer preciosa y el estilo de vida de un millonario”, explicó el empresario inmobiliario, llegado en 2002 a EE UU. Bokeria es la misma imagen de ese éxito. Todo luce próspero en la inmobiliaria Red Square. A un lado del sofá de la sala de huéspedes, se observaba sobre una mesilla una buena botella de whisky todavía sin abrir, una caja de chocolates con la imagen del zar Nicolás II y un grueso volumen titulado Enciclopedia del Heavy Metal.
Dijo que Trump les ha devuelto la idea de EE UU como un país que les da la bienvenida y un refugio seguro, estable para su capital. Y el sur de Florida les proporciona el añadido del clima que siempre anhelaron y empresas especializadas en darles el paquete completo de servicios, desde la oferta de vivienda a los trámites migratorios, como la suya: “Nosotros estamos aquí para ponerles en sus manos el sueño americano”, sonrió Bokaria, que subrayó que el inversor ruso ya no es solo el explosivo magnate de la Rusia de después del comunismo sino una clase media alta con un promedio de gasto inferior al medio millón de dólares –en ocasiones todo el capital del que disponen–.
Y permanecen los oligarcas. Los rusos que han acumulado fortunas voraces. En octubre salió en la prensa de Miami una nota que pasó desapercibida: un ruso llamado Alexey Knyshov, antiguo congresista de la Duma con la Rusia Unida de Vladímir Putin, había demandado al constructor porque tenía goteras en su apartamento de siete millones de dólares, también en Sunny Isles; el mismo barrio donde Tom Wolfe situó en su última novela, Bloody Miami, la vivienda de su muy tópico –pero no irreal– filántropo del arte Sergei Korolyov, ruso, guapo arrollador, multimillonario y con “un enorme ático dúplex” con “una cortinas de un lujo casi cómico”.
Fuente: elpais.com
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