Para algunos, las experiencias de amor pueden ser una tragedia o una tristeza, tal vez es el desenlace, pero en algún momento hubo regocijo, intensidad imposible de nombrar; hubo compañía en la intimidad en la que se dibujaron palabras en los techos. Una experiencia amorosa se puede escribir desde la pérdida o desde el encuentro, cualquiera sea el caso, como escribió Kristeva en el prólogo a su libro Historias de Amor, es “vértigo de identidad, vértigo de palabras”. Este poema es ese hablar “después”, es sobre el rastro profundo que dejan los sentimientos y emociones.
Atardecer que no morirá
Siempre fue al atardecer, busqué con mis dedos para encender su alegría, con ojo fijo en horizontes llenos de ondas primaverales, jugando a su lado
la sentí descansar, mi hombro su refugio, mi mano izquierda punteó las cuerdas de su piel, nada de regodeo, pliegues de reflexión no eran necesarios.
[PUDO ENCENDERSE LA INTIMIDAD]
Un beso encendió estaciones floridas, una sonrisa suya despertó a una nube
una gota navegó hasta tu mejilla la colgó de su oreja. Mis oídos de largo andar
sintieron el aroma de las algas.
Ese día dejamos el cielo a medio hacer, claudicó otro deseo, habló claro:
cuando se cree que se respira se come aire.
[PALABRAS NO FUERON NECESARIAS]
Limamos cada fragmento de soledad hasta reunirnos. Nuestros cuerpos quedaron incrustados como tatuaje en la arena.
Se hicieron recuerdo de ésta y la próxima vida que regresará al lugar el viento lo selló cosas que antes no fueron, las tejimos ese día. No supimos si eran sus manos o mis manos alrededor de la galaxia, los párpados olvidaron los sueños
demasiado al frente para tener otra ocupación.
[HORA DE BEBER LOS SENTIMIENTOS]
Las caricias se estrujaron hasta el punto donde no queda nada. Ya tarde, los ojos sonrieron a carcajadas.
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