Sentarme en la sala me ha recordado los capítulos de antes, esos días donde no podía estar satisfecha con las cortinas marrones pocas organizadas en mi cabeza. La sala esta llena de «tables», sillas, el mueble del centro y café con galletitas supuestamente importadas pero hechas aquí, me han sacudido y aliviado de saber que he llegado muy lejos, más de lo que pensaba, aceptando la persona que se ve en el espejo.
Lo de juzgar no es nuevo, estoy segura que nuestras madres, abuelas y bisabuelas también lo hacian y hasta peor. Escucho cuentos sobre cómo tenían que dormir con rolos puestos para amanecer radiantes, que a veces se lavaban el pelo con jabón de «guaba» y que no podía, ni se les ocurría salir con faldas cortas. Pobre de ellas. También pienso en otras comodidades que tenemos y se me pasa la faceta de amargada and annoying first country woman.
Lo de juzgar sigue allí, allá y acá. Seguro han leído varios sitios en la web donde le recuerdan cómo debemos lucir espectaculares todo el día. Es como si tuviéramos que seguir un manual invisible de la perfection. As if perfection does really exist.
Pero nada como las mujeres chismosas que están presentes en los eventos familiares o las que espian en la esquinas de la calle. Ellas son los jueces de la corte suprema de la vida ajena. ¿Tiene arrugas? póngase crema de caracol encontrado en Marte. ¿Huele mal? Báñese con hojas de un árbol de mil años atrás encontrado en un cerro que solo se le llega en burro. “Valdrá la pena”— te dicen. Todo por lucir como una diva. Porque hello! Everything must be done for the sacrifice.
Tuerzo la cabeza para un lado al sentarme en el mueble de esta sala paralela a un sueño de novela. Aunque no quiera, mis ojos se hacen gigantes y se enfocan en el cabello sedoso de unas de las damas. Volteo para el otro lado para apreciar el ambiente y mis párpados se enfocan en el ultra-mega-planchado pelo de otra muchacha al frente mío.
Bajo la cabeza y siento que le he fallado a mis antepasados, a esos que llegaron al “nuevo mundo” y pasaron su fortaleza a sus hijos, haciéndolos querer cada pulgada del cuerpo como una forma de resistencia. ¿Cómo había podido hacer eso? Sostengo la cabeza sobre los hombros, porque sobre todo, lo que mi madre me ha enseñado es de seguir hacia adelante.
De repente veo gente mirándome y secreteando entre ellos. ¿Tendría comida entre los dientes? No creo… porque me aseguré que el chicharrón no se me quedara de souvenir en la sonrisa. ¿Tengo pastelón de plátanos maduros en la ropa? Tampoco, no veo ni un dimito arroz andando por la tela. ¡Ha! Ya sé, claro… están viendo las montañas, la epidemia de culebras, la magia de medusa, la masa de recuerdos que no quieren recordar, la grandeza de la historia que se cuenta en mis cabellos rizados, me ven a mi pero en realidad ven a mis ancestros sembrados palos en el conuco del cráneo. Y eso, justamente eso, les molesta infinitamente.
Paré de amenazar con armas de belleza mi cabello hace diez meses. Comencé a escribir con más ánimo poesía ya que estaba desempleada y ser ama de casa te permite hacer lo que más te gusta, pues no hacemos nada. Me refugié en la historia que leía. Me acurruque en la que fue contada con los ríos de voces. Let me tell you, it felt really good.
Otros detalles me hacen recapacitar. La vida tiene su forma exacta de enseñar, a su manera, como es. En ese mismo tiempo veía a mi tío perder su melena de marfil con el cáncer. Poco a poco iban descendiendo los finos cabellos que había heredado de mi abuela Rosa. Uno a uno, hasta que se refugió a usar pañuelos o gorros. Pero mi tío, el que siempre ordenaba las cosas de acuerdo con su tamaño e importancia, el que hacía música con los acontecimientos no tan malos, el que nos acomodo cuando recién llegamos a Nueva York en los 90s, no perdió su personalidad de luz. Y si, su partida que nunca esperé, me dejó con varias enseñanzas. Pero está, la última, me recordó que el cabello es tan solo eso, cabello, y uno tiene que encontrar el resplandor en nuestros días. Desde su viaje a los rascacielos no he tocado una plancha, «blower», y otros productos que me lastimaban sin darme cuenta.
Me he enfocado en lo esencial más que lo artificial. I am being real.
He pintado mi boca con colores tropicales si mi corazón me lo dicta. Mi cuello huele coconut perdido en Puerto Plata. He resumido que los rayos de luces artificiales no puede calmar lo que soy. Y si, no ha sido fácil, the living room is waiting for me every single day, buscando respuestas entre mis ojos oscuros que no heredé de mi abuelo paterno con descendencia española, pero sí, esa oscuridad nocturna de un barco que a las malas llegó hasta mi isla e hizo su nido en mis venas. Soy la diáspora. Soy el mar lleno de arena. Soy yo, con todo este recorrido que nadie quiere volver a recordar.
Pero el punto es este; no les digo que no sigan deslizándose your curly hair. Tampoco digo que el cabello lacio debe ser ocultado o visto como algo impuro. Lo justo es admitir que una manera no es la única manera. Uno tiene que encontrar la felicidad interna, como ese fuego que vi en los ojos de mi tío. Ser feliz aceptando lo que uno es, pero al mismo tiempo no ocultar la historia o disminuir otros porque no tienen “lo ideal”.
Los entiendo, I do understand them. Ellos tienen miedo de admitir que la negrura nos corre por todos los rincones. La cultura tiene mucho que ver, la era de saberlo todo y no saber nada, los comerciales de Pop y otras cosas que no se dicen por ignorancia andan sueltas.
Estamos aquí todos sentados en la sala, y yo con mi pajón, crazy hair, sin temor que me tiren puñaladas de viento que no se quedan en mi.
Do your hair monster — me dirán — péinate tú, terca.
No son ellos que hablan, es un pueblo cegado. Péinate, péinate tú, aquí y allá, tu adentro. Mientras los tambores de los ancestros se sentarán conmigo, contigo, con nosotros los hijos de la diáspora, en el sillón y harán sus mística fiesta de árboles en silencio.
Fior E. Plasencia @mujerconvoz_poetry
Fotos: pixabay.com
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