Los seres humanos estamos formados por materia constituida por átomos perceptibles, pero también átomos impalpables. Estos últimos quizás más cardinales que los primeros. La vida para cada uno es alegría, tristeza, es avanzar y es perder, pero lo que no nos deberíamos permitir, es el no ver, el no presentir, el no darnos cuenta de lo que le ocurre a quien suponemos que queremos y nos importan. A menudo los descuidos de este tipo significan pérdidas que pueden ser irrecuperables. Este es el hilo conductor de este poema.
La ADOLESCENTE se sube al ómnibus,
en su mochila unos panes y dos jugos.
La escena tiene escasa luz. Treinta dos grados afuera.
¿Su rostro, reflejo de una partida no deseada
o temporales con alcance,
va a lugar desconocido sin pasaporte
o es una hija negligente,
la más joven? ¿Es la que se quedó
atrás en una vida paralela y nadie supo,
un conjunto separado de signos
y una dieta de menos calorías?
¿cuáles interferencias enviaron las inocencias
a cuarto oscuro?
¿desde su silencio un tatuaje con
imagen de un viaje,
disputa con los suyos fue por el tatuaje
o por el viaje?
¿Está soñando con otro océano
parecido al de los días que pasaron,
cuando se despierta en el ómnibus,
siente que le falta su colchón?
¿Siente su cuerpo más grande
que sus propios límites dilatados,
y cuando mira hacia fuera de la ventana
siente que la escena está más cerca de lo que está,
se enciende la luz de algún modo,
queda su hambre ordenada?
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